La industria automotriz ha pasado por tres momentos importantes.
Una primera etapa marcada por la producción artesanal europea a principios del siglo XX lo que trajo como consecuencia la proliferación de marcas francesas, alemanas, inglesas e italianas.
Un segundo momento fue el crecimiento experimentado a mediados del siglo XX con la consolidación de Estados Unidos como el principal mercado y fabricante del mundo, representado por General Motors, Ford y Chrysler como líderes en volumen.
Y, un tercer momento, hacia finales del siglo pasado, liderado por empresas japonesas, en particular Toyota, en el cual se definieron muchos de los nuevos sistemas de producción basados en manufactura esbelta centrada en la calidad, la eliminación del desperdicio y el justo a tiempo.
Hoy en día, la industria vive momentos de ruptura.
El siglo XXI ha traído consigo una reestructuración completa del sector donde estamos experimentado un cambio radical desde el punto de vista tecnológico y social.
La electrificación es un hecho. La estrategia de la mayoría de los fabricantes implica mayor oferta de vehículos eléctricos e híbridos en los próximos cinco años.
Por ejemplo, para 2019 Volvo tiene como meta prescindir de la producción de vehículos de combustión interna. Ford, por su parte, con James Hackett como nuevo CEO, apartándose de los deseos de Washington, realiza grandes inversiones en nuevas tecnologías de tren motriz y prueba de ello es su reciente asociación con la empresa china Anhui Zotye con la finalidad de producir autos 100% eléctricos bajo una nueva marca en el creciente mercado chino.
Simultáneamente, la conducción autónoma se ha consolidado en la agenda estratégica de los grandes fabricantes.
En el último año se han reportado grandes inversiones en la adquisición de startups de Silicon Valley que seguramente transformarán el sector, no sólo desde la perspectiva tecnológica, sino en la propuesta de nuevos modelos de negocio centrados en la movilidad de las personas.
Si recordamos la publicidad de autos a mediados del siglo pasado, la mayoría hacía énfasis en la libertad, en la flexibilidad que otorgaba el auto a su dueño.
El auto dejó de ser una medida de éxito para transformarse en un servicio de movilidad. Las nuevas generaciones empiezan a ver el auto de otra forma.
Estudios recientes indican que el número de kilómetros-conducidos per cápita se ha desacelerado en los últimos cinco años.
En centros urbanos de alta densidad, las familias deciden moverse de un esquema de multipropiedad de vehículos a un modelo de complementariedad donde existe un auto por familia y las necesidades de movilidad se dan en combinación con transporte público.
Así mismo, en los países con bajo desarrollo de infraestructura de transporte, los usuarios reportan mayor frecuencia de uso de servicios de movilidad compartida como Uber o Cabify.
El mensaje es claro: el concepto de propiedad del vehículo está cambiando. La penetración de internet y el uso de telefonía inteligente ha propiciado el nacimiento de la movilidad-como-un-servicio (o MaaS, por sus siglas en inglés), la cual alcanzaría un valor de mercado de 7 mil 500 billones de dólares para 2025.
Los cambios tecnológicos y sociales han marcado el rumbo de la industria. Lo incierto es la velocidad con que el mercado adoptará estos nuevos productos y ofertas de servicio. No obstante, esto nos llevará a la aparición de nuevos competidores y a una reestructura de la industria donde habrá ganadores y perdedores.