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En un país como México, en el que la movilidad social es casi imposible —los pobres siguen siendo pobres por generaciones, y los ricos son más ricos— y en el que la pobreza es una constante para más de la mitad de la población, un laboratorio de innovación, el Ilab, ha demostrado que incidir en la profunda desigualdad es posible. Cambiar la realidad en un país como México, en el que más de 50 millones de personas se duermen y despiertan con el estómago vacío, es un imperativo. A falta de acciones de gobierno suficientes y útiles, la innovación puede tener la respuesta.
La idea de generar una solución a este problema le rondaba en la cabeza a Víctor Moctezuma —un administrador de empresas por el Tec de Monterrey Veracruz con experiencia en varios corporativos como Coca-Cola, Sabritas y PepsiCo— cuando, caminando por los pasillos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), vio a un joven volando un dron que había construido él mismo con para probar una teoría física que no había entendido en una clase.
“¿Quién en su imaginación construye algo tan sofisticado sólo para poder repasar un concepto de una materia? Estos chicos son genios, tienen acceso a todos los recursos disponibles”, pensó. Fue cuando el chispazo sucedió.
Víctor había dejado los corporativos desde aproximadamente un año atrás y estaba estudiando en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), uno de los institutos tecnológicos puntero a nivel mundial, un curso que, precisamente, tenía el objetivo de crear soluciones que pudieran resolver a través de la innovación problemas sociales en países emergentes.
“Fue entonces cuando se empezó a gestar la idea de crear un laboratorio que hiciera a escala todo lo que sucedía en el MIT. Así, lentamente, la idea de Ilab fue creciendo”, cuenta Víctor, sobre este momento de Eureka en el que se gestó el que hoy es probablemente el hub más innovador del país.
Hoy, Víctor es director de este generador de startups mexicano que con sólo tres años de operación ha recibido reconocimientos como el Premio Nacional del Emprendedor en 2015 por su labor como impulsor del emprendimiento.
Más allá del reconocimiento público, quizá el mayor mérito de este laboratorio de innovación es el ser un lugar que le permita a jóvenes de escasos recursos poder transformar su vida y su entorno social.
El objetivo, desde sus inicios, fue el de activar las capacidades propias de los individuos para generar movilidad social a través del emprendimiento basado en innovación, ofreciendo a los estudiantes la misma calidad de recursos que recibió ese joven que construyó el dron que le dio la idea final a Víctor.
Hasta el momento, del Ilab se han graduado más de 370 jóvenes que en cuatro meses que dura el bootcamp no sólo generaron una idea que se convirtió en una empresa de impacto, sino que gestaron un cambio de vida.
“Los resultados no son sólo numerosas patentes para nuevas ideas, sino que los registros han demostrado que incluso sin establecer un proyecto propio, los antiguos alumnos eligen una carrera muy diferente”, diagnostica un estudio realizado por el MIT sobre el impacto de este innovador hub en México. La institución que gestó entre sus aulas la idea de este centro de innovación decidió cobijar las actividades del Ilab y hoy trabaja en colaboración para desarrollar al máximo el potencial de estos jóvenes.
Hasta el momento, tienen 36 procesos de patente en trámite. Esto, en un país como México, en el que la innovación es una excepción y no una regla y en el que se incumple la obligación de invertir 1% —se invierte menos de 0.5%— del PIB en investigación científica y tecnológica.
El escenario del país en este aspecto no es prometedor ni hoy ni en los próximos años: Esta obligación constitucional no se va a cumplir por lo menos hasta 2050 si se sigue invirtiendo como hasta ahora, diagnostica un estudio de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Diputados. Que estos jóvenes desarrollen innovación como lo han hecho hasta ahora es una proeza. Pero más que eso, es una luz en el camino hacia la movilidad social.
Factores de éxito
Son varios factores los que hacen que el Ilab sea un éxito, entre éstos, la diversidad de sus integrantes. De acuerdo con este estudio elaborado por el MIT, la mezcla de graduados de universidades públicas y privadas, sus experiencias previas, edades y clases sociales diferentes, es lo que “lleva su creatividad al límite”.
“Los equipos no sólo crean soluciones heroicas para un grupo en específico, sino que son protagonistas de sus propias historias”, diagnostica este estudio.
Una gran parte de estos jóvenes proviene de comunidades de escasos recursos, los cuales buscan resolver las problemáticas que día con día viven en sus lugares de origen.
De la mano con el MIT
La conclusión del MIT con respecto al Ilab es muy significativa, sobre todo en un país como éste, el cual tiene más de 7 millones de jóvenes (lo que representa más de 20%) que ni estudian ni trabajan y sin posibilidades reales de subsistir y de mejorar su situación: “Una mente innovadora no depende de los antecedentes sociales o familiares sino que puede ser aprendida por cualquiera que tenga la motivación y la fuerza de voluntad para adaptarse a una nueva forma de pensar”.
De acuerdo con encuestas realizadas a ex alumnos de las nueve generaciones, 50% no incubó su proyecto y después de un año 70% tomó otros empleos. Pero esto para nada es un fracaso. Lo que en realidad Ilab les enseñó es a ver la vida de otra manera.
Hoy, estos egresados trabajan como coaches de innovación y emprendimiento, consultores, tienen puestos de liderazgo, trabajan en departamentos de innovación o tomaron las riendas de la empresa familiar. Y sólo en casos excepcionales volvieron a lo que hacían antes de entrar Ilab. Ahí está el verdadero cambio.
Y otra luz en medio de la oscuridad de un país profundamente desigual: Entre ellos también se difuminaron las diferencias, arroja el análisis del MIT: “Después de aceptar el certificado del bootcamp, hay muy poca diferencia entre los egresados de escuelas públicas y privadas, con excepción de que aquellos de escuela pública a menudo dejan la fase de incubación antes y probablemente cierran más sus proyectos por necesidades financieras”.
Justamente, éste es uno de los mayores retos a los cuales se enfrenta el Ilab hoy, después de tres años de fundado: Encontrar financiamiento para los proyectos que nacen de su bootcamp para continuar transformando al país.