Por Sandra Herrera López
La idea capitalista de que la generación de ingresos y la reducción de costos son los únicos objetivos de los negocios, fue revaluada hace décadas y remplazada por el movimiento empresarial a favor de la responsabilidad socia, el cual demostró que las firmas se benefician cuando impactan en otros elementos, aunque no estén vinculados directamente con actividad principal.
Así, el mundo comprobó que vale la pena invertir en mejores ambientes de trabajo, relaciones ganar-ganar con comunidades vecinas, políticas para el cumplimiento de leyes y transparencia, medidas para el cuidado del medio ambiente. Cuando el gasto en estas áreas es estratégico, tiene el potencial de generar beneficios económicos y no económicos superiores.
En la última década, el mundo de los negocios ha visto el nacimiento de una nueva revolución: empresas que no sólo adaptan prácticas responsables, sino que incorporan esas prácticas a su actividad principal. Las “empresas B” o “B corps” conforman un movimiento que transforma la cultura de los negocios con compañías que buscan tener utilidad con la solución de problemas sociales (generación de valor para empleadores o consumidores) y ambientales.
Con el objetivo de no sólo ser las mejores empresas del mundo sino para el mundo, las empresas con la certificación B deben demostrar que cumplen con exigentes requisitos en compromiso social, cuidado del medio ambiente, rendición de cuentas y transparencia.
Si usted no había oído hablar de las empresas B hasta hoy, ¡prepárese! Cada vez escuchará de ellas con más frecuencia. Actualmente existen más de 2 mil 300 empresas B distribuidas en 60 países. La expectativa para finales de 2018, es que 50 compañías en México ostenten la certificación B.
Las ventajas de ser B. El crecimiento ha sido sostenido desde su creación en 2006 porque las empresas B han encontrado ventajas tangibles en la certificación:
Los consumidores son más exigentes en las prácticas de las empresas en temas sociales y ambientales. Casi 90% de las personas manifiestan que estarían dispuestas a apoyar o a boicotear a una empresa por sus actividades de responsabilidad social. 80% estaría dispuesto a comprar un producto de marca desconocida si tiene prácticas responsables (Ebiquity, 2015). 66% de los consumidores globales están dispuestos a comprar a empresas que trabajan por el bienestar social o ambiental (Nielsen, 2015).
La certificación B hace que los consumidores sepan fácilmente que productos o servicios que adquieren tienen impacto positivo.
Cada vez más inversionistas consideran que el impacto es tan (o incluso más) importante como las utilidades y por debe evaluarse con el mismo rigor. Las empresas B garantizan a quienes tienen el capital que la compañía mantendrá el propósito para el cual fue creada. Además, el paso exitoso por la certificación B y las recertificaciones posteriores, asegura que las empresas cuentan con estructura organizativa que les permite ser más fuertes para resistir diversas externalidades. Por ejemplo, las empresas B de Inglaterra en 2015 crecieron 28 veces más que las demás empresas de ese país (14% frente al 0.5% de crecimiento en la región, Sustainable Brands 2018).
Las empresas B tienen también una ventaja a la hora de captar y retener el talento de los empleados. No es novedad decir que los trabajadores se sienten más comprometidos y son más leales cuando sienten que su trabajo sirve a un propósito. Los millennials, que en 2025 representarán 75% de la fuerza laboral, consideran importante un empleo en el que contribuyan con la sociedad y sus posibilidades de mantenerse en la firma crecen cuando comparten los valores de la organización (Deloitte 2016).
Preparar el terreno para las B. La importancia de este movimiento es tal, que países y regiones han avanzado en la creación de legislaciones que promueven a empresas que aportan al bien social por encima del retorno económico. En EU, ya son 34 los estados que han aprobado legislaciones para empresas de beneficio público. Los accionistas de empresas con este esquema, aceptan que la gerencia tome decisiones, a veces en detrimento de sus finanzas, a cambio de un impacto positivo en lo social o ambiental. Este es un paso enorme en países en los que los directivos son sujetos de demandas si se comprueba que sus decisiones afectaron las utilidades de la firma.
En un país como México, urge un marco jurídico que promueva empresas sostenibles financieramente con alto impacto social.
Directora de Responsabilidad Social de Laureate México