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La crisis por el coronavirus ha llevado a los mercados financieros a sus peores niveles jamás vistos. En un día normal, una caída del 1.0% en la bolsa de valores es un mal día. Una caída de 3% ya es considerada un desplome, y en las últimas semanas hemos visto que Wall Street y la Bolsa Mexicana han detenido operaciones por derrumbes mayores a 7%. En la semana que terminó el 13 de marzo la destrucción de capital en los mercados fue la peor desde el crash de 1987.
A medida que las grandes compañías advierten que reportarán severas caídas en sus ventas los bancos centrales se han visto orillados a anunciar recortes a las tasas de interés para abaratar el costo del dinero y estimular el consumo. Todo eso estaría muy bien… si no fuera porque esta no es sólo una crisis de la demanda, sino también una crisis de oferta.
Los bancos centrales del mundo han desplegado una serie de herra mientas que hasta antes de la pandemia habían demostrado eficacia, pero nada ha funcionado, las bolsas se desplomándose.
El shock en los mercados ha empezado a dejar algunas lecciones sobre cómo esta crisis y la recesión que se avecina son diferentes a todo lo que hemos visto antes.
El corresponsal económico del New York Times, Peter Goodman, hizo una descripción muy elocuente del panorama al que se enfrentan las economías en el podcast The Daily: “Hemos aprendido que la única forma de luchar contra el coronavirus es haciendo daño a la economía”, sentenció.
A medida que el hemisferio occidental, y en particular Europa y Estados Unidos se han visto obligados a frenar la mayoría de sus actividades tanto fabriles como de la vida cotidiana, y la crisis sanitaria cobró una gravedad sin precedentes, los mercados han tenido que absorber el hecho de que esto es un problema global.
La volatilidad en las bolsas mundiales es reflejo de la incertidumbre que permea a la economía mundial aún y cuando la Fed o el Banco de México recorten tasas.
Tradicionalmente, los gobiernos lidian con las crisis de demanda poniendo dinero en los bolsillos de la gente, ya sea eliminando o recortando impuestos, o bajando las tasas de interés. Pero “no hay mucho que las economías puedan hacer ante un shock de la oferta”, apunta Goodman. La gente no sólo no compra celulares porque no se siente confiada a gastar, también porque no se están produciendo.
Encima está el hecho de que los gobiernos fomentan que la gente no salga a comprar porque quedarse en casa es la única forma de detener la proliferación del virus.
De manera que el libreto tradicional de medidas que desenfundan economistas, en este caso no sirve. “Es como si la Fed dijera que el mundo está en llamas, y los mercados vieran que los bomberos no tienen agua”, dice el periodista.
Las políticas públicas son lo único que queda para aliviar el sufrimiento de las personas: medidas como fortalecer los sistemas de salud, seguros de desempleo, apoyos económicos y estrategias integrales para lidiar con la cada vez mayor precariedad que enfrentarán las poblaciones.