La pandemia del Covid-19 es un claro ejemplo de cómo las principales crisis que ha padecido el mundo son producto del contagio económico, en un orbe cada vez más globalizado.
El llamado crash financiero de 1929 dio origen a la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX, cuando la economía mundial entró en un periodo de estancamiento, del cual sólo pudo salir después de la Segunda Guerra Mundial. Fue la depresión más larga en el tiempo, de mayor profundidad, la que afectó a más número de países y que ha sido utilizada como paradigma de la forma en que se puede producir un grave deterioro en todo el orbe.
La llamada Gran Depresión se originó en Estados Unidos, a partir de la caída de la bolsa de valores de Nueva York el martes 29 de octubre de 1929, y rápidamente se extendió a casi todos los países del mundo. La incertidumbre y la pobreza se transmitieron como una pandemia, cayendo la renta nacional, los ingresos fiscales, los beneficios empresariales y los precios. El comercio internacional descendió entre 50% y 66%, mientras que el desempleo en Estados Unidos aumentó a 25%, y en algunos países alcanzó 33%.
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La determinación del bloque árabe de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1973 a llevar a cabo un embargo petrolífero a las naciones occidentales fue un acto de represalia a los países que apoyaron a Israel en la Guerra del Yom Kippur. Esta medida de castigo provocó un incremento de los precios del petróleo y en consecuencia un fuerte aumento de la inflación. Otros de los efectos de esta crisis fueron el incremento del desempleo y un bajo crecimiento económico.
Por su parte, los países de la OPEP nacionalizaron las empresas petrolíferas y vieron como sus ingresos aumentaban notablemente. Pero por otro lado se produjo una mayor inflación y muchos países entraron en una etapa de bajo crecimiento económico. Precisamente en este periodo económico, marcado por una elevada inflación y una economía estancada, se acuñó el término “estanflación”.
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El alza de los precios del crudo durante la década de los 70, generó un gran excedente financiero en forma de petrodólares, lo cuales se convirtieron en préstamos a países en desarrollo, principalmente latinoamericanos. Sin embargo, el súbito repunte de las tasas de interés en Estados Unidos y el mundo a principios de los 80, generó que los países deudores se encontraran al borden de la suspensión de pagos, entrando en una crisis financiera de la que tardarían casi una década en superar.
Pero este fenómeno no fue privativo de América Latina. También se produjo un creciente endeudamiento externo de los países de Europa del este, de algunos de Europa del sur, de naciones de Asia oriental, y también de africanos. Esto provocaría desequilibrios internos de sus finanzas públicas y privadas, en medio de prolongadas renegociaciones de sus deudas.
La entrada de capitales financieros a México a principios de la década de los 90 fue cuantiosa como parte de la fuerte apertura económica. Sin embargo, desde enero de 1994 el país experimentó una secuencia de acontecimientos adversos que propiciaron un creciente clima de incertidumbre, lo que en diciembre llevó a un ataque especulativo que redujo el nivel de reservas internacionales con que contaba el país, de 17 mil a 6 mil millones de dólares, y llevó al tipo de cambio a una devaluación cercana a 100%.
Este colapso financiero fue el primero que puso en cuestión las bondades de la globalización a la cual se había sumado México. Los inversionistas temían que el país no tendría los recursos para pagar sus obligaciones inmediatas en moneda extranjera, tanto públicas como privadas, por lo que fue necesario instrumentar un severo programa de ajuste y un paquete financiero por más de 50 mil millones de dólares que Hacienda logró formar mediante el apoyo de organismos financieros internacionales, el gobierno de Estados Unidos, el Banco de Canadá y el Banco de Pagos Internacionales, constituyéndose en uno de los primeros mega rescates a escala internacional.
La crisis financiera asiática fue un periodo de dificultad financiera que se apoderó de Asia en julio de 1997 y aumentó el temor de un desastre económico mundial por contagio financiero. El problema comenzó con la devaluación de la moneda tailandesa. El efecto dominó arrastró a Malasia, Indonesia y Filipinas, lo que repercutió también en Taiwán, Hong Kong y Corea del Sur.
Luego de la crisis asiática, los inversionistas internacionales eran reacios a prestar dinero a países en desarrollo, llevando a ralentizaciones económicas en muchas partes del mundo. El poderoso shock negativo también redujo marcadamente el precio del petróleo, el cual alcanzó un descenso de 8 dólares por barril alrededor de fines de 1998, causando un apuro financiero en los países miembros de la OPEP y otros exportadores de petróleo.
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La crisis financiera asiática golpeó a Rusia en 1998 debido al declive de los precios mundiales de las materias primas como el petróleo, el gas natural, los metales y la madera, los cuales conformaban más de 80% de las exportaciones rusas, dejando al país vulnerable a las oscilaciones de los precios mundiales, lo que se tradujo en una enorme devaluación del rublo y un impacto sobre la deuda de ese país (en particular los GKO, bonos estatales a corto plazo).
Esta crisis se produjo en el contexto del comienzo de una desaceleración económica mundial.
La crisis sobre los GKO ocasionó en el mundo una carrera hacia la liquidez y una huida hacia la calidad, las cuales causaron la quiebra de los fondos de inversión libre Long-Term Capital Management. Este último no tenía directamente obligación rusa, pero poseía obligaciones adosadas a deudas incobrables.
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La crisis rusa contaminó a Brasil en 1999, cuando su economía se fue degradando rápidamente en la medida en que la turbulencia financiera se intensificaba en los mercados financieros internacionales por los problemas en Rusia. Las tasas de interés brasileñas subieron más de 30% anual, por lo que la elevada deuda interna aumentó aún más. El FMI y otras instituciones internacionales otorgaron un paquete de préstamos por 41 mil 500 millones de dólares, que logró estabilizar la economía brasileña.
Sin embargo, la declaración de una moratoria por parte del estado de Minas Gerais, segunda economía industrial del país, generó una ola de pánico entre los inversionistas internacionales, y la devaluación del real en casi 9%, lo que generó un desplome en su Bolsa de Valores y una merma importante en sus reservas.
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La economía argentina se vio afectada por la crisis en Brasil que era su principal socio comercial. El país sudamericano enfrentaba en 2001 una continua contracción hasta entrar en recesión. Esto hundió hundió los salarios, desató saqueos de alimentos y vio salir a cinco presidentes en tres semanas. El Efecto Tango consistió en la posible declaración de Argentina de su incapacidad para cumplir con los pagos por servicio de la deuda y el contagio de su situación a los demás países latinoamericanos.
Todo comenzó con el rumor de la incapacidad de Argentina para pagar el servicio de la deuda externa y el disparo del riesgo país, lo que sacudió los mercados financieros internacionales; además, hay que tener en cuenta que Argentina era el mayor emisor de deuda en los mercados internacionales de capital, muy por encima de Brasil y México.
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Está ha sido una de las crisis financieras más graves y extensas desde el crash de 1929 y fue resultado del colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, que provocó en 2007 la llamada crisis de las hipotecas subprime.
Las repercusiones de la crisis hipotecaria comenzaron contagiando al sistema financiero internacional con las quiebras de los bancos de inversión Lehman Brothers y Bear Stearns, y el desplome de los principales mercados accionarios del mundo.
Las autoridades económicas desde el inicio de la crisis optaron por diferentes soluciones: la inyección de liquidez desde los bancos centrales, la intervención y la nacionalización de bancos, la ampliación de la garantía de los depósitos, la creación de fondos millonarios para la compra de activos dañados o la garantía de la deuda bancaria.
Su objetivo era mantener la solvencia de las entidades financieras, restablecer la confianza entre entidades financieras, calmar las turbulencias bursátiles y tranquilizar a los depositantes de ahorros.
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Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España forman el acrónimo en inglés de los países en mayor riesgo por la crisis de deuda en Europa en 2008. Aunque se ve como una consecuencia de la caída de Lehman Brothers, también hay quien vio el problema de estas economías en su déficit presupuestario, derivado de una política de desajustes en el gasto de cada nación. Grecia resultó ser la más débil del bloque: fue rescatada en dos ocasiones y su tasa de paro fue la mayor de Europa, seguida por la española.
La situación de estas economías, en especial Grecia e Italia, fue el resultado de una década de deuda excesiva impulsada por las políticas keynesianas perseguidas por los responsables políticos locales y los complacientes banqueros centrales de la Unión Europea, por lo que se recomendó la imposición de una batería de políticas correctivas para controlar la deuda pública, como drásticas medidas de austeridad e impuestos sustancialmente más altos.
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