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Washington.— La pugna entre Estados Unidos y el gigante tecnológico Huawei viene de lejos, y está ligada a argumentos sobre amenazas a la seguridad nacional relacionadas con el espionaje.
Desde hace años, los cuerpos de espionaje e inteligencia de Estados Unidos siguen a la compañía china, una de las joyas del régimen de Beijing, por sus lazos con el partido comunista chino.
En febrero de 2018, por ejemplo, el director del FBI, Christopher Wray, dijo al Senado que Huawei —y otras empresas de telecomunicaciones del gigante asiático— “proporcionaban la capacidad de conducir espionaje sin ser detectados”.
En 2012, el Congreso estadounidense tachó a Huawei de “amenaza para la seguridad” nacional.
La escalada de la tensión llegó hasta la crisis diplomática, cuando a finales del año pasado Canadá, siguiendo una orden de detención y extradición estadounidense, detuvo a la heredera y jefa financiera de la compañía, Meng Wanzhou, acusada de incumplir las sanciones contra Irán impuestas por EU, fraude bancario y robo de secretos comerciales. Su caso todavía está en los juzgados, y la hija del dueño de Huawei está en arresto domiciliario en una mansión en Vancouver.
Al temor sobre seguridad hay que añadirle la lucha por el control del sistema de telecomunicaciones 5G, tecnología de quinta generación en la que Huawei está liderando y quiere dominar a nivel global.
Estados Unidos ha hecho campaña global alertando del peligro de vigilancia al que se abren los gobiernos si ceden a la empresa china en su despliegue de la nueva tecnología; Canadá, Reino Unido y Japón han expresado su preocupación.
El golpe definitivo vino cuando el presidente Donald Trump declaró, el 15 de mayo pasado, una emergencia nacional por la cual prohibió a las compañías de su país usar equipos de telecomunicaciones fabricados por empresas que supuestamente intentan espiar, siendo Huawei el blanco principal.