En los últimos años, las transformaciones experimentadas por la sociedad mexicana se han convertido en uno de los debates más importantes para el análisis público. Una parte sustancial del debate se ha enfocado en consideraciones acerca del papel que en ellas ha jugado la sociedad civil.

La sociedad civil, definida generalmente como una esfera de organización social que ocupa el espacio entre el estado y el mercado, ha sido enarbolada por el papel que le ha sido atribuido en la transformación del sistema político, y porque “el concepto de sociedad civil puede ser visto como conteniendo de los elementos necesarios para el desarrollo de las bases democráticas de la vida socioeconómica moderna” (Miller: 1992).

La confianza social es uno de los componentes fundamentales de las diferentes concepciones del capital social y como tal, le ha sido atribuido un papel central en proveer el contexto social para la emergencia y el mantenimiento de sociedades democráticas y economías desarrolladas. Su papel se ha expandido en todas las sociedades con democracias en procesos de transición y consolidación, tanto en Europa del Este como en América Latina.

La confianza social y las normas de reciprocidad han sido consideradas esenciales para el desarrollo del compromiso cívico. Las redes de participación en asociaciones voluntarias están próximas a la confianza social, que es la otra cara de la moneda, el capital social. Una correlación positiva entre estos dos elementos parece plausible, ya que para algunos autores como Uslaner “la confianza generalizada permitirá que la gente esté más deseosa de tomar parte en actividades en sus comunidades y asumir compromisos morales (Uslaner: 1999)”. Inicialmente, esta relación se ideó como una relación mutua, pero investigaciones más recientes han subrayado que la conexión es más fuerte de la participación a la confianza interpersonal que al contrario, (Brehm y Rahn: 1999).

La confianza social ha sido considerada como responsable de generar varias formas de participación en política, tales como votar, apoyar a un partido o un candidato. La confianza, en fin, ha tendido a ser vista como un recurso cultural de las sociedades (Ztompka: 2001) y como un eslabón perdido en el desarrollo económico. La importancia de la confianza para el surgimiento de hábitos éticos y obligaciones morales recíprocas (Fukuyama: 1995) ha resultado en la identificación del capital social como una influencia positiva para la productividad económica. En la Encuesta Mundial de Valores (Inglehart: 1997) las sociedades más democráticas y desarrolladas aparecen con valores más altos en las medidas para la confianza general.

En México, los niveles de confianza son muy bajos entre la población en general. La desconfianza se acentúa entre los jóvenes y las mujeres. Se desconfía de los demás y sólo se confía en el círculo más cercano: la familia y los amigos. “Si uno tiene un problema siempre hay alguien que le da la mano” obtuvo una aprobación del 66% contra 30.3% que estuvo en desacuerdo.

A pesar de que la mayoría de los entrevistados (82.1%) dijo que “se siente aceptado(a) como un miembro de esta comunidad” y de que con la frase “la mayoría de la gente es honrada y se puede confiar en ella” en la que estuvo de acuerdo o de acuerdo, en parte el 61.9% de los entrevistados, la desconfianza hacia los demás siempre está presente: con la frase “La gente se interesa sólo en su propio bienestar” dijo estar de acuerdo o de acuerdo, en parte el 78% de los entrevistados y en desacuerdo o en parte, solamente estuvo el 20.4%. igualmente, con la mayoría 57.8% estuvo de acuerdo con la frase “Hay que tener cuidado porque todos se quieren aprovechar de uno”.

Las teorías culturalistas sostienen que la confianza en las instituciones es políticamente exógena, refleja una socialización temprana en valores culturalmente determinados y en la confianza interpersonal derivada de relaciones cara a cara establecidas a largo plazo (Inglehart). Las teorías del nuevo institucionalismo y del rational choice sostienen, por el contrario, que la confianza en las instituciones políticas es políticamente endógena, refleja el desempeño del gobierno y la percepción de los individuos de ese desempeño (Jackman, R.W and Miller, R.A. (1988). Existe además una tercera posición que sostiene que la gente no evalúa las instituciones actuales solamente, sino también su trayectoria histórica y, por lo tanto, se relaciona con una memoria colectiva (Rothstein: 2000).

Es posible observar cómo las relaciones entre la confianza y las percepciones del funcionamiento democrático implican procesos diferentes, en los que los niveles de confianza reflejan, más que influyen en la efectividad de las instituciones económicas y políticas.

Los trabajos de Putnam e Inglehart sugieren que el capital social como una manifestación de la cultura política, es una precondición importante de la democracia. En contraste, de acuerdo a otras teorías, Jackman y Miller, por ejemplo, sostienen que el capital social debe ser colocado en un marco de rational choice, que “endogeniza” el capital social y enfatiza los incentivos, particularmente los institucionales que producen confianza. Así, en este marco, serían las instituciones las que producen un capital social y contribuyen a la creación de una cultura.

La teoría del capital social asume que la confianza y la interconexión social son los componentes de una cultura política democrática, de tal manera que los bajos niveles de confianza social en México parecieran una herencia inevitable de 50 años de un partido en el gobierno e impedirían el desarrollo de la democracia. Sin embargo, es necesario investigar en qué medida interactúan la evaluación del desempeño institucional y económico, y la experiencia de la transición, en la construcción de la confianza social.

Christian Eduardo Díaz Sosa

@ChristianDazSos @ObsNalCiudadano

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