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Por años ya he evitado escribir sobre los vagones del metro separados. Es como el tema del garrafón (“muy feministas hasta que se trata de cargar el garrafón”): si bien es una constante dentro de las discusiones sobre feminismo e igualdad de género (nunca falta quien lo mencione) (en serio: nunca, no importa el contexto), es de esas “problematizaciones” planteadas de manera tan burda y absurda que enoja tenerle que dedicar tiempo. Pero ya no tengo forma de ignorar esta “crítica”, no solo porque está siempre presente, sino porque está adquiriendo formas inimaginables.
Originalmente, la “crítica” era sencilla: “dicen que quieren igualdad, pero mira cómo diferencian: hay vagones para hombres y hay vagones para mujeres.” Es, en principio, una denuncia a la diferenciación por sexo, en un mundo que dice estar comprometido con la igualdad. ¡Qué incongruencia! Esta crítica por lo general tiene otra compañera: “se quejan de los estereotipos, pero eso es justo lo que hacen al separar a las mujeres de los hombres: estereotiparlos a todos como depredadores.” Esta “crítica” mínimo concede que la separación de los vagones tiene un propósito: proteger a las mujeres del abuso sexual al cual están constantemente sometidas en el transporte público. El problema, según esta crítica a los vagones separados, es cómo se generaliza sobre los hombres, considerando que no todos los hombres abusan de las mujeres (y que, más bien: hay mujeres que también abusan de los hombres y, claro, hay mujeres que falsamente acusan a los hombres). Puedo comprender de dónde surgen estas ideas —y en unos párrafos más me dedicaré a analizarlas a detalle—, pero no ya las que he escuchado o leído últimamente.
Hace unas semanas escuché a una joven decir que el problema de los vagones separados era que se trataba de un “privilegio” para las mujeres al cual los hombres no podían acceder. ¿Cómo eran estos vagones un “privilegio”? Ella interpretaba el hecho de que las mujeres sí pudieran entrar a los vagones “de los hombres”, pero que los hombres no pudieran entrar a los “de las mujeres”, como un privilegio. Dos o tres vagones (en las condiciones en los que están en la Ciudad de México) utilizados para proteger a las mujeres de la violencia de repente ya era un “privilegio” de ellas. (Si esos son los estándares para considerar que “el feminismo” otorga “privilegios”, ¡con razón se lo imaginan como el machismo al revés!) Esta idea, si bien articulada desde otra “perspectiva”, la escuché también de boca de un joven que denunció sentirse “agraviado” por semejante “exclusión”. ¡Cómo era que él no podía acceder a esos vagones! El grado al que le ofendía no tener acceso al espacio que él quisiera no me dejó de sorprender. (Lo que es el privilegio: no poder entrar a unos míseros vagones amerita ya el calificativo de “indignante” sin que nadie lo cuestione, mientras que las mujeres siguen sin poder expresar su rabia ante la discriminación y violencia que siguen viviendo sin que alguien, tarde que temprano, las llame “feminazi”.)
Y luego está el argumento que acabo de leer: a una mujer que se quejó de un hombre que la acosó en el metro, más de una persona (hombres) le cuestionaron que por qué no se había ido a los vagones “de mujeres”. Que estar ahí en los mixtos ya prácticamente era invitar el acoso. ¡Qué ganas de exponerse!
Este fue mi límite. Cuando en una misma sociedad las mujeres tienen que escuchar que los metros separados son un espacio de privilegio y, a la vez, el espacio en el que tienen que estar para no padecer violencia —porque de lo contrario, se están “exponiendo voluntariamente” a ella—, algo anda mal. Así que, ¡venga! Hablemos de los vagones separados y analicemos cada una de las objeciones que se les oponen.
¡Está mal diferenciar!
Va la primera objeción: los vagones separados están mal porque diferencian entre hombres y mujeres, cuando el mandato es un trato igualitario. Dado que se trata de una política gubernamental, ofreceré un contra-argumento constitucional.
La Constitución mexicana y los tratados internacionales —y esto ha sido reconocido por la Suprema Corte en múltiples ocasiones— no prohíben todas las distinciones entre hombres y mujeres [1]. En principio, constitucionalmente hablando, es válido distinguir si esa distinción cumple con tres criterios.
Primero: una distinción es válida si persigue un fin constitucionalmente imperativo. O sea: si distinguir sirve “para algo” y ese “algo” es mandatado por la misma Constitución. (Por ejemplo: proteger a las mujeres de la violencia sexual.) Segundo: la distinción, para que sea válida, tiene que servir para proteger ese “algo”. (Por ejemplo: reduciendo las posibilidades de que las mujeres sean objeto de un abuso sexual, en un lugar en el que se tiene documentado que ocurre el abuso sexual.) O sea, tiene que haber una cierta racionalidad en la política que se implementa; no puede quererse X, pero implementar un medio que te va a llevar a Z. Y, tercero: la distinción es válida si es el medio menos restrictivo para alcanzar ese fin. Esto presupone que sí: es válido que la distinción le genere “costos” a las personas (por ejemplo: que los hombres ya no puedan acceder a TODOS los vagones del metro), siempre que se busque que esos costos sean los menores posibles y que la política, por supuesto, traiga ciertos beneficios (que la violencia sexual que sufren las mujeres se vea disminuida, por ejemplo).
¿Qué quiere decir todo esto? Que quienes atacan los vagones separados por el mero hecho de que es una política que “distingue” entre hombres y mujeres, no tienen sustento constitucional. Lo siento, pero constitucionalmente sí es válido distinguir. (La cosa es para qué y cómo.) Que quienes atacan los vagones separados con el simple argumento de que les generan costos a los hombres, tampoco tienen sustento constitucional. Lo siento, pero es constitucionalmente válido restringir derechos y generarle costos a las personas (incluidos los hombres). (La cosa, otra vez, es para qué y cómo.)
¿Esto significa que la política de vagones separados no se puede criticar? No. Por supuesto que se puede criticar esta política. Pero se tiene que criticar, desde una lógica respetuosa de los derechos humanos, demostrando que falla en uno de los tres puntos que acabo de delinear: que no busca proteger algo que se tiene que proteger; que no sirve para proteger eso que dice proteger; o que hay otras medidas menos restrictivas que alcanzan el mismo propósito. O sea: en lugar de simplemente criticar la medida en abstracto, porque viola una “igualdad a raja tabla”, tendrían que entrarle al análisis de la política y ver de qué otra manera se puede resolver el problema real que busca resolver: el de la violencia sexual que sufren las mujeres en el transporte público.
Los vagones separados no buscan “la igualdad”. Los vagones separados buscan reducir la violencia a la que están expuestas las mujeres en el transporte público. Esto lo digo porque nunca falta quien diga que estas políticas no son un “medio para lograr la igualdad”. No, no lo son. La pregunta es: ¿logran su cometido (reducir la violencia a la que están expuestas las mujeres)? Si no, ¿de qué forma podríamos mejor lograr el fin más que válido que tienen?
¿Que por qué son estas políticas solo para las mujeres, si hay hombres que también sufren acoso? ¿Y por qué buscan protegerlas de “los hombres”, si no todos los hombres acosan, mientras que hay mujeres que sí acosan? Sin duda: los hombres también son acosados; sin duda: hay mujeres que acosan; sin duda: no todos los hombres acosan. Pero sigo sin leer un estudio en el que la mayoría de las víctimas del acoso sexual no sean mujeres; y en el que la mayoría de los agresores no sean hombres. Por eso, por lo general, el acoso es entendido como un problema de género.[2] Porque hay algo en la feminidad y en la masculinidad —que, en sociedades como la nuestra, siguen recayendo en ciertos cuerpos (de mujeres y de hombres)— que condiciona que sean unas más que otros las víctimas y los agresores. Y, a la hora de hacer políticas, a la hora de aterrizarlo, creo que hay que elegir el criterio que más funcione, el que sirva para cumplir en la mayor medida posible el cometido. Siempre, reitero, que el criterio esté más que justificado, conforme al “test” (los tres criterios) que mencioné previamente. O sea: es posible criticarlo ¡todo! El punto es: cómo (y, no menor: para qué).[4]
¡Pero cómo que sí es válido diferenciar!
Ahora, más allá del argumento de autoridad de “porque así lo mandata la Constitución, los tratados internacionales y la Suprema Corte”, me gustaría ahondar en por qué tiene sentido que sea válido “distinguir” aun entre hombres y mujeres en algunos contextos.
Hoy vivimos en una época con un reto particular: vivimos en un orden en el que ya se asume que la igualdad, incluida la igualdad entre los sexos, es un valor bajo el cual queremos vivir. Hoy vivimos en un país en el que ya repudiamos las “diferenciaciones” jurídicas que antes solíamos hacer entre hombres y mujeres (como, por ejemplo, impedirles a las mujeres votar o trabajar). Pero vivimos en un mundo que sigue siendo desigual en su operación. El cuerpo con el que naces sigue siendo un factor que determina qué tipo de vida llevas. A qué tipo de educación tienes más probabilidades de acceder. A qué tipos de trabajo tendrás acceso. El cuerpo con el que naces sigue determinando cómo el mundo —tus padres, tus jefes, tus amigos, tus colegas, tus parejas, los extraños de la calle— te va a tratar. La violencia sexual es un ejemplo de ello: sí, hay hombres violados; sí, hay mujeres que violan; pero las estadísticas una y otra vez demuestran que la mayoría de las víctimas son mujeres y la mayoría de los agresores son hombres. El trabajo doméstico es otro ejemplo: sí, cada vez hay más padres que se dedican de manera preponderante al cuidado y al trabajo del hogar, pero las estadísticas siguen demostrando que las horas que las mujeres le invierten a esto sobrepasan, en promedio, las que los hombres invierten. El mismo empleo es otro ejemplo de ello, como lo es la educación universitaria: a pesar de que todos y todas tienen el mismo “derecho al trabajo” y “a la educación”, quiénes encontramos en qué trabajos y en qué licenciaturas difiere, de manera importante, por sexo. El cuerpo con el que naces sigue determinando el trato social que recibes. La igualdad es un valor, mas no una realidad.[3]
Deja de quejarte. ¡Es la misma distancia!
Así, surge una disyuntiva, particularmente para el Estado: ¿qué hacer con ese trato diferenciado que el mundo sigue haciendo y que sigue condicionando quién accede a qué y quién vive cómo? (Esto es, que sigue condicionando quién goza de qué derechos.) ¿Ignorarlo? ¿Prohibirlo? ¿Tratar de remediarlo activamente? La respuesta que ha surgido —y que ha sido incorporada al orden jurídico mexicano— es la de ignorarla, en ciertos casos (si un hombre se rehúsa a salir con una feminista, ¡no hay nada que el Estado pueda hacer!), prohibirla en otros (como la prohibición que tienen los empleadores de discriminar en el empleo) y buscar activamente remediarlo (como ocurre con las tan criticadas cuotas de género). La pregunta para mí es si lo hace bien. Y no si lo tiene que hacer.
Pero esa soy yo.
[1] En este Protocolo pueden encontrar todos los artículos constitucionales y de tratados internacionales sobre el derecho a la no discriminación por género, incluidos los tests para analizar políticas gubernamentales que diferencian —o que deben diferenciar— por género.
[2] Empleo el término “género”, precisamente porque creo que estas diferencias que señalo (las víctimas son desproporcionadamente mujeres y los agresores son desproporcionadamente hombres) no son “naturales”. No, las mujeres no son naturalmente víctimas, ni los hombres son naturalmente agresores. No, no está en sus genes, ni en sus cerebros, ni en sus hormonas, ni en nada. Tiene que ver con múltiples factores sociales. Sobre esto del género como una construcción social, escribí acá.
[3] Sobre esto de la necia y persistente desigualdad he escrito acá.
[4] Pude encontrar algunos estudios que buscan hacer un análisis de las políticas como la de los vagones del metro separados. Está este, sobre el “transporte rosa” y éste, sobre varias políticas de la CDMX en contra de la “violencia en la comunidad” que sufren las mujeres, y este, que se está haciendo, para evaluar el metro en la CDMX (gracias a Sandra Barba por pasármelos).