Si bien son muchas las preocupaciones que han guiado al feminismo, me atrevo a afirmar que una de las centrales ha sido la de la violencia, específicamente la que se ejerce en contra de la mujer, por lo general por parte del hombre. Si bien hoy cada vez más estamos acostumbrados a discutir este tipo de violencia —se acaba de conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia en contra de la Mujer—, también me atrevo a afirmar que esto es gracias a los esfuerzos feministas. ¿Por qué? Porque una de las grandes barreras que solían existir para hablar de esto tenía que ver con el carácter «privado» de la violencia. Si las mujeres, antaño, permanecían casi exclusivamente en el espacio doméstico, casi por definición mucha de la violencia que vivían era tras puertas cerradas, fuera de la mirada pública. Si, a su vez, la gran mayoría de las mujeres estaban en una relación filial y/o heterosexual desigual —en la que dependían legal, social y económicamente de los hombres que habitaban sus vidas—, tampoco sorprende que gran parte de la violencia que vivían proviniera de ellos. Los esfuerzos feministas se han dedicado a hacer de lo privado algo público, identificando y desarticulando las barreras y excusas —sociales y legales— que existían para ello.
Por ejemplo: hoy quizá a muchas personas les sorprenda que, hasta hace 10 años, todavía la Suprema Corte consideraba que era una imposibilidad conceptual que un cónyuge violara a su pareja. Jurisprudencialmente, la violación conyugal no existía. ¿Por qué? Porque, dado que el matrimonio era para la reproducción, al casarse las personas adquirían un «derecho» sobre el cuerpo de su pareja. ¿Cómo podía ser violación lo que en realidad era el ejercicio de un derecho (llamado el «débito carnal»)? Hasta el 2005 la Suprema Corte admitió que esta concepción era violatoria del derecho de las personas a decidir sobre su sexualidad y su reproducción. Hasta el 2005. (No me deja de impresionar que todo el tiempo que mi padre y mi madre estuvieron casados, era legal que él la violara impunemente.) Es precisamente a este tipo de barreras a las que el feminismo se ha dedicado a desmontar para que se pueda hablar y combatir la violencia en contra de las mujeres.
El reto hoy, por supuesto, no está solo en la esfera doméstica. Si algo ha ocurrido con la incursión de las mujeres a los espacios laborales públicos —desde la calle por la cual transitan para llegar a ellos hasta las mismas fábricas y oficinas—, es que el fenómeno de la violencia se ha reproducido ahí también. Por el acoso callejero y laboral son hoy otros de los problemas que tanto preocupan al feminismo. El paralelo de estos fenómenos con el de la violencia doméstica no deja de llamar la atención: las mujeres pasaron de estar legalmente subordinadas a sus padres y maridos a estarlo a sus jefes. No olvidemos que la relación laboral es, legalmente hablando, una relación de subordinación (como legalmente lo era el matrimonio y la filiación). Y tampoco olvidemos que, dado que la mayoría de los puestos de poder siguen estando ocupados por hombres, se replica también la dinámica de la violencia de ellos en contra de ellas. Valga todo esto para decir que por eso uno de los conceptos centrales de análisis para el feminismo es el poder. El punto no es que los hombres inherentemente son violentos y que las mujeres, por definición, son víctimas, sino que los espacios de poder que de hecho ocupan aún los pone en una relación de desigualdad, lo que, a su vez, facilita que la relación pase de la desigualdad a la violencia. Por eso el feminismo no explica a la violencia como una simple «falla de carácter» (de hombres «perversos» que violentan a mujeres «inocentes»), sino como el resultado de un sistema de desigualdad (entre otros factores), que, históricamente y aún al día de hoy en muchas maneras, los beneficia a ellos, más que a ellas.
De todo esto que les vengo contando, sin embargo, existen muchas personas que lo que extraen de todo ello es una simple idea: el feminismo sostiene que los hombres violentan a las mujeres. Y, ante esta idea, surgen tres reacciones típicas: 1) afirmar que no es cierto, porque no todos los hombres violentan a las mujeres; 2) afirmar que los hombres también son víctimas de violencia de género; y 3) afirmar que las mujeres también son agresoras (tanto de hombres, como de mujeres). En lo que resta de este artículo, me gustaría abordar dos distintas cuestiones: 1) por qué estas reacciones me parecen problemáticas y 2) por qué, sin embargo, las ideas que plantean no siempre son problemáticas, sino que, de hecho, ya han sido incorporadas por el mismo feminismo que se supone critican para sofisticar sus análisis.
I. No todos los hombres son malos, no todas las mujeres son buenas y los hombres también sufren
Es imposible estar en temas feministas sin toparse, constantemente, con alguna de estas tres frases (o con todas a la vez). No se puede hablar de violencia, sin que alguien aclare que «no todos los hombres la ejercen». No es posible hablar de la discriminación por género, sin que se recuerde que «los hombres también la padecen». Abordar la desigualdad o violencia sin que alguien mencione cómo también las mujeres pueden ser violentas (y, más aún: en contra de los hombres), es impensable. En meses recientes he visto distintos memes que han adquirido una popularidad inusitada que pretenden «recordarnos» cómo, si lo que se busca es la verdadera igualdad, no hay que olvidarnos de cómo los hombres también sufren y las mujeres también violentan. La compilación más memorable que he visto de estos memes* es la de «La discriminación masculina en 41 memes».
En la gran mayoría de los contextos en los que se lanzan estos argumentos, me parecen problemáticos. ¿Por qué? Por varias razones. Primera: por su intención. Quienes los lanzan rara vez están interesados en profundizar en la discusión sobre la violencia; buscan, más bien, comprobar cómo «el feminismo» es incoherente y hasta discriminatorio (que cae en lo que dice «criticar»: estereotipar). Y lo hacen no porque genuinamente quieran «sofisticar» el análisis feminista, sino por descalificarlo, sin más. La violencia no les importa; solo les importa lanzarse contra «el feminismo», ese «monstruo» analítico. Segunda: estos argumentos tienen el efecto de «desviar» la discusión sobre la violencia en contra de las mujeres. En lugar de ahondar en este fenómeno, las horas y las páginas comienzan a dedicarse a desarticular estas «críticas». Y ni se profundiza en la violencia en contra de las mujeres, ni, tampoco, en la que sufren los hombres (porque este no es su punto). Tercera: estos argumentos se lanzan en contra de una idea que, si es que alguien la sostiene (que «todos los hombres violentan a las mujeres, que siempre son víctimas»), es marginal en comparación con los análisis mucho más sofisticados de un fenómeno que, al final, como quiera debe preocuparnos a todos (que es el de la violencia que sufren las mujeres). Me parece que discuten con un feminismo «de paja», por lo que los considero deshonestos e irresponsables (considerando, de nuevo, que prefieren enfocarse en ese feminismo de paja en lugar de discutir en serio a la violencia). Cuarta: plantean una contraposición que no existe. Hablar sobre la violencia en contra de las mujeres, no implica que no se puede hablar en contra de la violencia de los hombres. Condenar la primera, no implica que no se condena la segunda. Que las mujeres sean víctimas de violencia, en ningún momento implica afirmar que siempre lo sean y que jamás sean agresoras. Lo he sostenido antes: es como si alguien, cada vez que se buscara hablar de los derechos de los niños y niñas replicara que «¿qué de los adultos?» Lo primero no excluye a lo segundo. La analogía sigue: es como si alguien le recordara a quienes hablan de cómo los niños y niñas son violentados por quienes están a su cargo, que hay niños y niñas que también agreden a los adultos. ¿Quién dijo lo contrario? Y, quinta: estos argumentos no aportan nada que el mismo feminismo no sepa ya. Lo que me lleva al segundo apartado.
II. Tomarse en serio al «género» como categoría de análisis
Sigo sin escuchar un argumento por parte de los detractores de «el feminismo» que no haya sido dicho previamente por alguien dentro del feminismo. La diferencia, por supuesto, estriba en que la gran mayoría de los primeros lo hacen simplemente para descalificar al movimiento, mientras que los segundos lo hacen para reencauzarlo, sofisticarlo, mejorarlo y hacerlo más inclusivo.
¿Que es problemático hablar solo de «las mujeres»? La utilización del concepto de «género» pretende, precisamente, subsanar esta «falla». Dentro del feminismo resultó obvio que hablar de «las mujeres» era analíticamente insuficiente, especialmente si se quería entender cómo funcionaba su discriminación. En su lugar, se comenzó a utilizar el concepto de género, que pretende servir para analizar cómo se interpreta la «diferencia sexual» y qué roles, actitudes, deseos, intereses y espacios se les asignan a las personas por virtud del «sexo» con el que nacen. Para entender cómo se concibe y reproduce la «feminidad» en ciertos cuerpos y, claro, cómo se concibe y se reproduce la «masculinidad» en otros. El feminismo sabe que no puede entender la discriminación por género, sin estudiar a los hombres y a la masculinidad. También sabe que no puede explicar esta discriminación sin ver cuál es el papel que las mismas mujeres juegan en su reproducción. ¿Que existen mujeres machistas? Las feministas lo saben bien. «Cuerpo de ‘mujer’», dicen algunas, «no garantiza conciencia de género».
¿Que los hombres también pueden sufrir por el género? No dejen de leer este gran artículo de la teórica crítica de la raza y feminista, Angela Harris. Su análisis parte de un caso en el que un hombre migrante haitiano fue violado por dos policías en Nueva York. Tampoco dejen de leer el artículo que escribió once años después, dedicado a analizar «el género de la raza» y «la raza de género» y cómo afectan la construcción de la masculinidad y el despliegue de la violencia de género (particularmente la que afecta a hombres afroamericanos encarcelados). ¿Violencia de género entre hombres en contextos laborales? Lean a Katherine Franke o a Clare Diefenbach. ¿Quieren entender cuáles son algunas de las premisas básicas de los estudios sobre masculinidad y cómo pueden empatar con el feminismo? Lean a Nancy E. Dowd y no dejen de checar el simposio en el que participó, dedicado al tema, que resultó ocho distintos artículos al respecto. Para estudios sobre los hombres y la masculinidad en un país como México, no dejen de revisar el libro Masculinidad/es. Identidad, sexualidad y familia, editado por José Olavarría y Rodrigo Parrini; y específicamente para la violencia, vean Estudios sobre violencia masculina, coordinado por Roberto Garda Salas y Fernando Huerta Rojas.
¿Que las feministas pueden enfocarse demasiado en la violencia sexual que le ocurre a las mujeres, diseñando marcos jurídicos y de política pública que, ni sirven para combatirla y, además, obvian otro tipo de violencias? Lean las críticas que distintas feministas han lanzado a la regulación internacional sobre la trata sexual. Por ejemplo: este artículo que se enfoca en el «feminismo de la gobernanza» o este, espectacular, que critica el paradigma jurídico que actualmente rige cómo muchos gobiernos se aproximan al problema de la trata. ¿Que las feministas pueden ser demasiado punitivas y olvidarse del carácter social y transversal del género? No se pierdan a Elisabeth Bernstein y sus múltiples trabajos sobre lo que llama el «feminismo carcelario» (como este o este). ¿Que las feministas a veces apoyan la militarización de ciertos conflictos, casi de manera acrítica? Lean a Karen Engle. ¿Que no saben siempre cómo explicar la violencia sexual que una mujer puede infligirle a un hombre? No se pierdan a Aziza Ahmed, analizando la tortura en Abu Ghraib (a partir de una fotografía en la que dos soldadas salen torturando a un prisionero iraquí).
Estoy citando artículos que yo he leído —y soy solo una persona (con todos mis propios sesgos, valga decirlo)—. En cada uno de ellos, se pueden encontrar cientos de pies de página en donde viene más literatura. Hay un mundo allá afuera de reflexión feminista que se obsesiona por cada uno de los detalles que tienen que ver con la violencia de género y, específicamente, la que aflige a las mujeres. Hay crítica, contra-crítica, tensiones y hasta «guerras» (como la de los ochenta y noventa sobre la concepción que las feministas gringas tenían sobre el sexo). Valga todo esto para decir: antes de descalificar a todo un movimiento, quizá valga la pena que las personas se pongan a investigar sobre él. En una de esas hasta se encuentran a una aliada feminista de la cual pueden aprender cómo hacer crítica que sea útil para erradicar la violencia. Porque eso es lo que tanto dicen querer, ¿no?
* Se ha realizado una modificación al texto. Originalmente, decía: 'La compilación más memorable que he visto de estos argumentos es la de «La discriminación masculina en 41 memes».' Se cambió la palabra 'argumentos' por la de 'memes', gracias a las observaciones que realizó el autor del artículo citado (en el link también se puede ver la respuesta de la autora de este texto a esas observaciones).