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En «El feminismo no es un fraude», un maravilloso texto publicado recientemente en Horizontal, Sandra Barba se dedica a desmontar diversos mitos sobre el feminismo. Acudiendo a una variedad de autoras, disputas históricas y textos clásicos, desdibuja la caricatura en la que se ha convertido el feminismo para muchas personas y pinta una imagen mucho más rica, compleja y profunda de este movimiento político.
Siguiendo el espíritu de su artículo, me gustaría abordar dos críticas adicionales (aunque están relacionadas con lo que ella señala) que he leído o escuchado en diversos espacios que se le lanzan al feminismo.
- El feminismo es inútil porque a mí, mujer, no se me discrimina
Una de las críticas que cada vez es más común leer es que el feminismo es inútil porque ha cumplido con su propósito: borrar las desigualdades que solían perjudicar por lo general a las mujeres. Muchas veces, esta idea es lanzada por mujeres que argumentan que no se sienten, ni son discriminadas por ser mujeres. Y por el hecho de que casi todo el orden jurídico se ha transformado para otorgar los mismos derechos. ¿Qué más pueden querer las feministas?
Sin duda, mucho ha cambiado en las últimas décadas. Es posible que algunas mujeres se desarrollen sin que se encuentren con obstáculos o perjuicios que se expliquen por su género. Pero ésta sigue sin ser la experiencia de muchas mujeres. Que una mujer no haya sido discriminada por ser mujer, no significa que otras no lo sean (el que una persona no sea pobre, no significa que no existe el problema de la pobreza).
Quizá exista la tentación de decir que si hay diferencias entre las experiencias de las mujeres, éstas se explican, por ejemplo, por la clase, la raza o alguna otra causa, pero no por el género. De ahí la irrelevancia del feminismo (que se entiende por lo general preocupado por las «cuestiones de género»). Sin embargo, a pesar de los avances de las últimas décadas, el género sigue siendo uno de los factores relevantes para explicar la discriminación que sufren las personas.
Hay un estudio, por ejemplo, que se enfoca en la posibilidad de que una persona sea contratada en el mercado laboral mexicano. Encontraron que a las empresas, por ejemplo, no les importa el estado civil de los hombres, pero sí el de las mujeres. También encontraron que, para los hombres, no importa el fenotipo que tengan, pero para las mujeres sí. Este análisis indica que, si se quiere entender la discriminación en el mercado laboral, el género no es el único factor que importa (ya que importan también el estado civil y el fenotipo), pero sí uno de los factores que importa. Que una mujer no haya sido discriminada hoy, no significa que no lo sea mañana una vez cambie su estado civil (o que tenga hijos). O, al revés: que una mujer no sea discriminada hoy quizá tenga más que ver con que se encuentra en algún momento o espacio privilegiado y no con que el problema de la discriminación por género ya no existe.
Otro ejemplo, obvio, pero que espero sea ilustrativo: el acoso callejero. Si una mujer nunca camina las calles de una ciudad como la de México porque tiene la posibilidad de transportarse constantemente en carro, probablemente no sepa lo que es el acoso callejero, lo que es recibir una serie de comentarios o sentirse en riesgo por el solo hecho de ser una mujer caminando por la calle. La discriminación también depende de los espacios que una persona habita. Que una mujer no se sienta discriminada hoy, no significa que eso no cambiará si se mueve de lugar (o de trabajo, por ejemplo).
Quizá el problema es que muchas personas creen que el feminismo afirma que todas las mujeres, siempre y sin distinción sufrirán discriminación, en cualquier ámbito. Si ese es el postulado, es fácil derrocarlo. Pero el feminismo rara vez se queda en esas generalizaciones. Y cuando sí, es común que se trate de una estrategia (misma que ya ha sido criticada dentro del mismo feminismo), más que de una premisa incuestionable. Entre más se adentra uno en los análisis del feminismo, más verá las distinciones: por edades, por trabajos, por espacios, por raza, por orientación sexual, por momento histórico, por decisiones reproductivas. Que una persona no se tome la molestia de investigar qué se ha dicho, no significa que ese algo no haya sido dicho.
- El feminismo es inútil porque los derechos ya han sido conquistados
La segunda idea que cada vez es más común encontrarse es la siguiente: el feminismo es inútil porque todos los derechos por los que luchaba, ya han sido conquistados. Ya se obtuvo la ciudadanía; ya se borraron la mayoría de las distinciones en el derecho familiar; ya se derrocaron las diferenciaciones laborales. Los hombres y las mujeres ya tienen los mismos derechos. ¿Cuál, entonces, es la queja?
Me atreveré a generalizar: la batalla hoy no se trata de conquistar derechos que en papel no se tienen, sino de hacer efectivos los que ya se tienen. El derecho a ganar lo mismo por el mismo trabajo ha estado en la Constitución mexicana desde 1917 y, sin embargo, la brecha salarial persiste casi 100 años después. La igualdad plena en el trabajo (con excepción de lo que respecta al embarazo) ha sido reconocida desde 1974. Y, sin embargo, hay muchos espacios en los que aun sigue siendo raro encontrar a mujeres (u hombres); o hay espacios en los que si las encuentras, no están en puestos importantes y están relegadas a labores “estereotípicamente femeninas”. Este fenómeno se replica en muchos espacios (como la UNAM, por ejemplo o la judicatura federal). Igualdad en derechos, hay; igualdad en los hechos, no. Ante este panorama, el reto es entender los mecanismos que de hecho impiden que se disfruten los derechos, para así transformarlos, ideando soluciones que van más allá de “consagrar un derecho” en la Constitución.
Otro ejemplo: el derecho a la vida y al acceso a la justicia. No conozco derechos más viejos que estos. Son de los básicos, liberales, primera-generación, no-hay-Constitución-que-se-pueda-considerar-digna-sin-ellos. No pueden faltar en un orden jurídico. A pesar de ello, son derechos que, para muchas personas, siguen existiendo “solo en el papel”. En relación a esto, los feminismos no son los únicos que apuntan a lo ilusorios que resultan los derechos. El reclamo por la vida y la justicia, particularmente en años recientes, se escuchan por todos lados. Por supuesto que las mujeres no son las únicas que están siendo asesinadas; ni las únicas que, ante la violencia, reciben una respuesta pobre o nula del Estado. Aquí es donde entra otro de los reclamos típicos al feminismo: si es un “problema de muchos”, ¿por qué “separarse”? ¿Por qué solo “señalar a las mujeres”?
Primero: ya hay múltiples acciones que se emprenden por erradicar “la violencia”. No es como que en este mundo, las vidas de “los hombres” no importan. ¿Por qué creen que luchan los movimientos en contra de la corrupción y la impunidad? ¿Las manifestaciones en contra de secuestros o las búsquedas por los desaparecidos? Segundo: el problema, precisamente, es que, al adentrarse en “estas luchas”, resulta que las violaciones que específicamente afectan los derechos de las mujeres no siempre son abordadas. Y, además, que la violencia no siempre se ejerce de la misma manera en contra de las vidas de unos y otras.[2] Por ejemplo: por supuesto que los hombres y las mujeres viven violencia dentro de la familia; pero el tipo de violencia y la prevalencia siguen siendo distintos. Lo mismo pasa con la violencia “en la calle”, en el trabajo o en el internet. Es “violencia”, pero no de la misma. (El caso reciente de la Narvarte es un ejemplo típico de esta diferencia: a los hombres los torturan y los matan; a las mujeres, además, las violan.) (Si quieren más casos, vean el de Valentina Rosendo Cantú e Inés Fernández o vean el de Atenco.)
Si la violencia es distinta, ya requiere una manera diferente de abordarla, de entrada. Pero el problema no es solo eso, sino que resulta que la que es perpetrada en contra de las mujeres, es común que se esgriman argumentos para “justificarla”, argumentos que tienen que ver con el género.[1] Si la mujer se comportara como una mujer debe comportarse, «no le pasaría lo que le pasó». Ante una acusación de violación, la pregunta es: ¿qué traía ella puesto o cómo coqueteó? Si se acusa a un marido de violencia, la pregunta es: ¿pues qué hizo para hacerlo enojar? (¿No preparar la cena, como una buena esposa debe?) Ante el acoso: ¿pues cómo iba vestida? Ante una desaparición: ¿pues con quién se juntaba o dónde andaba? (Una buena niña está en casa, no «desaparecida».) Esta forma de pensar acaba afectando cómo actúan las autoridades, menoscabando las posibilidades de obtener justicia. Como casos paradigmáticos están el de Campo Algodonero y el de Mariana Lima.
La «lucha» feminista no acaba porque los derechos no están garantizados en la práctica. Y es necesaria la «lucha» diferenciada, porque los retos que se enfrentan por el género, no son los mismos que por otras razones. Esto no significa que son los únicos «problemas» a atender; ni que otras «causas» no importen. (Es como si se le acusara al movimiento de los derechos de las personas con discapacidad de ser «separatistas» y de que no les importe las vidas de las personas sin discapacidad.) Si todos somos humanos, ¿por qué separar? Porque no todas las personas enfrentamos las mismas violaciones a nuestros derechos humanos. Reconocerlo no es una necedad; sino una necesidad.
[1] No estoy diciendo que los hombres nunca enfrentan barreras para acceder a la justicia. Lo que cuestiono es que estas barreras tengan que ver con el género. Pienso en el caso de Ayotzinapa y cómo se insistía una y otra vez en que los chicos «provocaron» su muerte por su «rebeldía». Pienso en el caso de la violencia policiaca en contra de hombres afroamericanos en Estados Unidos; siempre parecen haber razones para excusar a los policías, pero esta tiene que ver muchas veces con la raza.
[2] Recomiendo ampliamente los estudios que realizan personas como Roberto Castro, Irene Casique y Sonia Frías sobre la violencia de género (y específicamente en contra de las mujeres) para entender este fenómeno, tales como Retratos de la violencia contra las mujeres en México y Estudios sobre cultura, género y violencia contra las mujeres.