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Por Enrique Mendoza
Todo empezó con una huelga. Hace mucho tiempo, una mujer abrió una cafetería en el centro de Tlalpan para aprovechar la popularidad que tenía este lugar entre los universitarios que, eventualmente, ingresaron a trabajar con ella. El negocio, llamado Cafetlán, comenzó a decaer luego de que la propietaria abriera dos sucursales más en Coyoacán, lo cual provocó que la relación entre ella y los jóvenes se desgastara, al grado de que estos últimos optaran por exigir un contrato colectivo en el que se les reconociera su derecho a recibir prestaciones como trabajadores. La dueña les dijo que no, y ellos organizaron una huelga. Esta acción, sin embargo, a pesar de su legalidad, fue saboteada antes de que iniciara. Dos días antes de la manifestación, ella había vaciado la cafetería y se marchó sin previo aviso, recuerda Ricardo Quiroz Zaldívar, uno de los organizadores del movimiento.
Casi diez años después de este incidente, el proceso sigue abierto en los tribunales, pero los jóvenes, ya organizados como la Sociedad Cooperativa Eskina Victoria, emprendieron un camino propio no libre de dificultades y carencias. Lo que empezó como un plantón que duró dos años afuera del extinto Cafetlán, poco a poco se convirtió en una idea de negocio que procuraría evitar las vejaciones a las que habían sido expuestos.
Organizarse, el primer paso
De esta manera, el Café Victoria abrió sus puertas en 2009, con una parte de los ex trabajadores de Cafetlán y un tercio del espacio que tienen actualmente.
El primer reto, señala Víctor Tonatiuh Hernández Ramírez, integrante de la cooperativa, fue lograr que este proyecto se consolidara como una empresa autosustentable. Para ello, narra, en un principio trabajaron por siete meses turnos completos, a cambio de $10 pesos y una comida al día, con tal de pagar los préstamos que habían solicitado para abrir el local.
Tiempo después pudieron contactar cooperativas y colectivos que les ayudaron a cubrir sus necesidades. Para abastecerse de pan, chocolate y café, por ejemplo, en lugar de comprarle estos insumos a las grandes empresas acudieron con pequeños productores; también, ante su imposibilidad de darse de alta en el seguro, negociaron con un colectivo de trabajadores de la salud un convenio en el que ambas partes resultaron beneficiadas.
Lo que buscan con este tipo de alternativas, señalan Tonatiuh y Ricardo, es reivindicar la idea del trabajo digno, y evitar prácticas que, usualmente, afectan el esfuerzo de los productores o son lesivas para los derechos de los trabajadores. Volver a retomar la preocupación por el bien colectivo, por llamarlo de otra manera.
Esta práctica, hasta ahora, ha dado resultados, pues no sólo ha crecido exitosamente este negocio, sino que también sus trabajadores han mejorado su nivel de vida considerablemente. Actualmente, los cooperativistas del Café Victoria cuentan con dos días de descanso, dos semanas de vacaciones al año y derecho a liquidación, además de que a cada uno se le paga $350 pesos por turno. Estos derechos los tienen tanto los miembros que recién ingresaron como los fundadores.
¿Es un esquema que puede aplicarse a otros ámbitos? Tonatiuh responde rotundamente que sí, aunque no sin dificultades, como después enfatiza Ricardo, debido a que también tomar este camino conlleva a muchos sacrificios. El gran obstáculo a vencer, señalan, es el de organizarse.