Por Óscar Colorado Nates*
Manuel Álvarez Bravo libró a la mexicanidad del pintoresquismo al tiempo que afrontaba una gran variedad temática: la cotidianidad a través de los objetos comunes y la vida en la calle, el surrealismo (voluntario e involuntario), las marcas textuales, la muerte…
Nacido en 1902 en la ciudad de México, tenía apenas trece años cuando se vio obligado a suspender sus estudios para ayudar a la familia tras la muerte de su padre. Terminó por estudiar contaduría y tras años de coquetear con la cámara, acabó adoptando la fotografía como forma de vida, aunque siempre se consideró, con gran humildad “un simple fotógrafo de domingo”.
Entre las décadas de 1920 y 1930 se daría uno de los períodos más fecundos del fotógrafo, pues aunque trabajaría incansablemente hasta edad muy avanzada, es durante la primera mitad del siglo XX cuando se daría su propia época de oro con la producción de algunas de sus fotografías más conocidas: Obrero en huelga, asesinado (1934), El ensueño (1931), Retrato de lo eterno (1935), Parábola óptica (1931), La hija de los danzantes (1933), Muchacha viendo pájaros (1931), Sed pública (1933), Paisaje y galope (1932), Señor de Papantla (1934-35), Calabaza y caracol (1928-29) o Los agachados (1932-34), entre otras.
Las vanguardias impactaron de forma decisiva a la fotografía de Manuel Álvarez Bravo. Realizó imágenes con un cuidado extremo en lo formal, poniendo gran énfasis en la pericia técnica y compositiva.
La fotografía que presentamos esta semana se titula Instrumental y data de 1931: Es una clara síntesis del modernismo y sus vanguardias. Estas herramientas reflejan la fascinación por la máquina de aquellos años y es un claro ejemplo de cómo la fotografía había alcanzado para entonces una madurez que le otorgaba una innegable posición como arte.
Don Manuel abordó el surrealismo en forma voluntaria e involuntaria: el mismísimo André Bretón encontró en la obra del mexicano una realidad alterna.
México y Álvarez Bravo son indisolubles, aunque no porque él quisiera impregnar un cierto mexicanismo en su obras; más bien, cuando hacía fotografías sus temas eran mexicanos y aparecía en ellos una indisociable mexicanidad. Este gran maestro abandonó el pintoresquismo tan propio de su tiempo, que podía verse claramente en fotografías como las de Walter Reuter. Podría decirse que don Manuel le quitó a la fotografía mexicana el traje de “china poblana”.
Álvarez Bravo tuvo afinidades temáticas con Tina Modotti, Agustín Jiménez, su esposa Lola (por supuesto) o Rafael Doniz. Como maestro influyó directamente en otros fotógrafos mexicanos fundamentales como Nacho López, Héctor García o Graciela Iturbide. Amigo de Henri Cartier-Bresson, a don Manuel se le asocia con otros grandes: Eugène Atget, Walker Evans, Albert Renger-Patzsch o Paul Strand.
En octubre de 2002 falleció don Manuel Álvarez Bravo a los cien años. Y como bien se ha dicho, tal vez murió prematuramente, pues a pesar de la profusión y hondura de su obra, siempre queda la sensación de que le faltaban otras diez décadas para capturar todo aquello que atrapaba su mirada.
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*Óscar Colorado Nates es titular de la cátedra de Fotografía Avanzada en la Universidad Panamericana. Autor de libros como Instagram, el ojo del mundo, Fotografía de Documentalismo Social, entre otros. Editor y Director General de la revista fotográfica universitaria MIRADAS. Miembro de The Photographic Historical Society (Rochester, NY) y creador de www.oscarenfotos.com, blog de reflexión fotográfica líder en Iberoamérica. twitter@oscarenfotos