No tengan la menor duda, El Hijo de Saúl, la ópera prima del húngaro László Nemes, otrora asistente de dirección de Béla Tarr y ganador del Oscar por Mejor Película Extranjera en la más reciente entrega del premio de la Academia, es una cinta absolutamente despiadada, una experiencia que va más allá de lo perturbador, una cinta desagradable y claustrofóbica pero que, aún con todo lo anterior, es también una película notable, un filme que todo cinéfilo que se digne de serlo debe vivir al menos una vez.
El cine debe ser gozo, pero muchas veces ese gozo se entiende como sinónimo de placer o confort. Les aseguro que no hay nada de placer ni de confort en esta cinta y sin embargo hay gozo, pero este no se da a través de su historia ni de sus personajes: el gozo sucede al comprobar la destreza y la honestidad con la que Nemes aborda el tema del Holocausto.
A base de repetición, el cine sobre el Holocausto se ha convertido en casi un género. Con su ópera prima, Nemes parece decir basta: hablar sobre estos temas no debería ser un paseo seguro ni acogedor que se viva detrás de la red de seguridad que supone una cámara distante. Pocos temas exigen tanta honestidad como el Holocausto y Nemes encuentra aquí la forma de hacerlo, de retratar el infierno y hacernos partícipes pero siempre desde una visión irreprochable a la vez que brutal.
Estamos en la alemania nazi, el Saúl del título es un Sonderkommando, nombre con el que se llamaba al grupo de prisioneros encargados de hacer las tareas necesarias para el manejo de los cuerpos en las cámaras de gases. Bajo la amenaza de ser asesinados, los Sonderkommando hacían el trabajo sucio que los alemanes no querían hacer (llevar prisioneros a las cámaras, apilar los cuerpos, hurgar en sus ropas luego de muertos para recolectar cosas de valor, volver a empezar), endosando a las víctimas la culpa de sus propios crímenes. Reconocidos del resto de prisioneros mediante una enorme letra X pintada de rojo en sus espaldas, los Sonderkommando eran eliminados luego de cierto tiempo para ser reemplazados por otros prisioneros, de esta forma el secreto por las atrocidades cometidas se iba a la tumba con ellos.
Lo que vuelve diferente a El Hijo de Saúl es la forma en que el director maneja el lenguaje cinematográfico para engullirnos en este infierno. Curiosamente no lo hace mediante la descripción gráfica y exacta del horror de aquel lugar, sino al contrario, toda la película sugerirá una y otra vez lo que sucede alrededor. La cinta está filmada en formato 4:3, haciendo de la pantalla un pequeño y claustrofóbico cuadro donde nos encierra a todos, personajes y espectadores. Siempre con la cámara al hombro y en pequeños planos secuencia que presuponen un trabajo de logística por demás complicado, la lente no se despega jamás de Saúl en un eterno close-up que nos deja ver las cosas desde su espalda, que de repente nos deja ver su perfil, pero que siempre está a lado de él sin que sea necesariamente una perspectiva de primera persona.
Alrededor de esa imagen siempre cerrada se puede atisbar (usualmente mediante un fuera de foco) todo lo que sucede. La carnicería, al no ser explícita, se hace aún más terrible; ése es el gran descubrimiento de Nemes: no hace falta ver el cuadro completo, el testimonio de un hombre es más que suficiente, un sólo par de ojos puede abarcar el horror y no es necesario el detalle, la mera sugerencia es aún más inmisericorde.
La efectividad del experimento presupone el triunfo de la estética de videojuego: a Saúl lo seguimos casi siempre de espaldas, de la misma forma que un videojuego sigue a su personaje y no lo pierde de vista no importando hacia donde se mueva. El efecto al final es ominoso, incómodo (quien esto escribe sufrió por un momento de mareo, no les recomiendo ver la cinta desde las primeras cuatro filas del cine) y desgastante; justo lo que el director busca contagiar a su público.
No se malinterprete esto como un simple juego de terror. Si bien la película busca ser una experiencia por sí misma y deslindarse por completo del cine como entretenimiento, es justo también decir que el tema lo merecía.
Entre bajo su propio riesgo. Puede optar por vivir esta experiencia desgarradora, incómoda, claustrofóbica y despiadada, o bien puede optar por cualquier otra cinta mucho más complaciente y placentera. Créame que nadie lo va a juzgar si elige la segunda opción.
Twitter: @elsalonrojo