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“El talento no es una bendición sino una carga. No soy de este planeta. No vengo de donde ustedes. No soy como ustedes”
Nina Simone, Royal Albert Hall, 1978.
Para el año de 1982, en París Francia, era posible encontrarse en algún bar de mala muerte a una Nina Simone destrozada, vestida casi con harapos, cantando por unos cuantos dólares. La imagen era tan inverosímil que mucha gente dudaba que fuera ella, pensaban que se trataba de una mala imitadora hasta el momento en que reconocían su voz, ya quebrada por la edad y la historia.
¿Qué había pasado con Miss Simone?, qué había pasado con aquella artista, idolatrada, admirada por millones, la primera mujer de color en tocar en el Carnegie Hall, pianista consumada, de voz sumamente particular pero privilegiada. ¿Qué había sido de la fama y la fortuna?, ¿qué había sido de aquella mujer que en la época de la lucha por los derechos de la comunidad negra no dudaba en llamar a las armas y que estaba dispuesta a matar?
Simone poseía toda una serie de características que usualmente no se le perdonan a una mujer, cuantimenos a una mujer de raza negra: desafiante, contestataria, indómita, radical, “young, gifted and black”. En las letras de sus canciones era perceptible cierto dolor, una tristeza infinita que hacía de sus interpretaciones y de su muy particular timbre de voz una navaja que se atoraba en la garganta de quien escuchaba.
El contraste era sobre el escenario, donde se presentaba como un desastre natural, un volcán en erupción de una belleza y tragedia incontenibles: lo mismo podía estar al borde de las lágrimas que explotar con ira hacia el público, deteniendo por completo el concierto para regañar a los que aún no habían tomado asiento o advirtiendo a la audiencia “No estoy aquí para entretenerlos”.
What happened, Miss Simone?, el más reciente documental sobre la artista dirigido por Liz Garbus (con documentales previos sobre la vida de Marilyn Monroe y Bobby Fischer) no se limita a ser un simple recuento de vida, sino que intenta explorar los motivos de la furia ambivalente de Simone, las razones que la llevaron al exilio y posterior vuelta al escenario luego de deambular por las calles parisinas.
Proyectado en Cannes y Sundance, este documental es una de las mejores cintas que podrán ver en 2015, aunque irónicamente no lo podrán ver en el cine, sino en Netflix, empresa copartícipe en la producción del mismo y que lo distribuye a partir de su plataforma digital por todo el mundo.
Narrada en su mayor parte por la artista misma -gracias a un extraordinario trabajo de investigación que incluye el rescate no sólo de grabaciones inéditas y entrevistas perdidas, sino de las cartas y diarios escritos por la cantante- Simone cuenta sus días como Eunice Kathleen Waymon, aquella pequeña niña de Carolina del Norte que soñaba con ser pianista de música clásica, que llegó hasta el Julliard en Nueva York para luego ser rechazada por la Universidad de Filadelfia por motivos raciales.
Eunice decide buscar empleo y lo encuentra en los bares de Atlantic City, donde tocaba el piano sin abrir boca, hasta que el dueño del lugar le exigió que cantara canciones populares y no su amado Bach. Sin previo entrenamiento de voz pero ante la promesa de ganar más dinero, es como nace Nina Simone, el pseudónimo que la artista se impone para evitar que su madre la reprendiera por tocar “música de satanás”.
Con una narrativa fluida y el testimonio de apenas un puñado de amigos cercanos además de su hija, Lisa Simone, la directora Liz Garbus reconstruye la historia de la cantante, cuyo espectro va desde la tragedia Shakesperiana hasta el drama de telenovela.
Para Garbus, el matrimonio con Andy Straud -un expolicía que a la sazón se convertiría en su manager- fue la pieza de torque en la vida y carrera profesional de Nina Simone. Férreo y controlador, Straud puso a trabajar a su esposa con el firme propósito de convertirla en una “big black rich”, que si bien le cumplió el sueño de llegar al Carnegie Hall y el de tener a su única hija, también la golpeaba periódicamente en una violenta relación codependiente de la cual la cantante escribía en sus diarios pero sin tener la menor intención de escapar. Garbus expone, no sin cierta malicia, a Straud, quien a cuadro se ufana sin empacho alguno de las golpizas que le daba a su esposa.
Los escenarios se volvieron su cárcel personal. El sentido a su arte y su talento lo encontraría de nuevo en la lucha por los derechos civiles. La artista comenzaría a relacionarse cada vez más con los protagonistas de la insurgencia, desde Martin Luther King hasta Malcom X, en una postura absolutamente radical que pasaba incluso por la arenga a tomar las armas y matar de ser necesario. Su carcelero, su esposo, nunca estuvo de acuerdo con esa posición, pero Simone estaba decidida, finalmente había entendido la utilidad y trascendencia de su arte: darle voz a una causa, exponer una injusticia, desbocar el enojo propio y colectivo.
La ruptura tendría sonido de balas. A la muerte de Martin Luther King, Simone decide abandonarlo todo, casa, fama, esposo e hija para huir de los Estados Unidos y exiliarse en África. El rey del amor estaba muerto y ya no había nada que hacer en América.
La historia de Simone es la historia de una mujer que parece eternamente castigada: por su color de piel, por su increíble talento que la volvió esclava de sí misma, por sus ideas radicales en la lucha por los derechos civiles; y al final se descubre que también castigada por su cuerpo mismo: diagnosticada con enfermedad bipolar, la única cura a la furia interna que la hacía explotar en el escenario era justamente una medicina que poco a poco mermaría sus habilidades frente al piano. Una ironía que le permitiría tener unos últimos momentos de felicidad en el escenario.
Al mantener el enfoque en la lucha por los derechos civiles, la directora Liz Garbus hace de What happened, Miss Simone? un poco más que un simple recuento de vidas ejemplares: ¿qué habría dicho Simone sobre la elección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos?, ¿qué habría dicho sobre la reciente masacre en una iglesia por parte de supremacistas blancos?
Pero ya sea en el soundtrack de una película o en un anuncio de Chanel, sus canciones no pierden filo, al contrario, resuenan ahora con más coraje, con más dolor, siguen siendo esa navaja que se clava en nuestra garganta, que nos golpea en el estómago, que nos hacen partícipes de ese estallido de furia, tristeza y melancolía que es y siempre será Nina Simone.