Sheinbaum sorprenderá a más de uno, pero también tomará tiempo verla plenamente en acción. No es fácil sustituir un liderazgo carismático y tan popular como el de López Obrador sin romper con él.
Hacia el final de su mandato, AMLO se convenció de que la capacidad de la 4T para seguir transformando el país depende de concentrar poder y encuadrar al poder judicial.
Ocultándose en una retórica de “darle el poder al pueblo”, hoy se plantea asaltar el Poder Judicial, aprovechándose de la corrupción, el nepotismo, los privilegios y todos los vicios en su interior.
¿Qué ocurriría, por ejemplo, si una rancia ultraderecha estilo Milei, Bolsonaro o Bukele nos llega a gobernar, y con ella un movimiento conservador que pueda promover a sus propios jueces?
Quien critica al oficialismo desde la propia izquierda –pese a no ser un militante, sino alguien que simplemente comparte una causa- es tratado peor que el que siempre se ha situado en el lado del adversario.
Un día en el juzgado
¿No es el poder judicial local el que deberíamos empezar a reformar, en lugar del federal, que mal que bien nos protege de sus arbitrariedades?
Tanto María Teresa como Salvador, figuras públicas, tienen acceso a buenos abogados y a medios de comunicación. Si esto les pasa a ellos, ¿qué no podrá ocurrirle a cualquier ciudadano de a pie?
No es más que un recurso desesperado, un invento para tener una agenda —cualquiera que sea— en medio de la orfandad política.