Dentro del léxico, desaparecido es la palabra más dolorosa. Duele más que muerto e incluso pesa más que suicida. Las tumbas brindan certeza. Las muertes sin cuerpos impiden cerrarlas.

El ideario iraní, al igual que el siniestro Hamas —nunca será suficiente repetirlo miles de veces—, es desaparecer a Israel del mapa.

El número de inocentes muertos, israelíes y gazatiés es terrible. Las fotos de niñas y niños asesinados, sean judíos o musulmanes, escuecen. La ideología de Hamas impide cualquier diálogo, no sólo con Israel, sino con Occidente.

Las protestas estudiantiles en Estados Unidos exigen alto a la destrucción de Gaza. Ni una sola dedica eslóganes a favor de la liberación de los rehenes ni condenan a Hamas.

Cuando un galeno nota “peligro” en posibles acciones de su paciente, tiene la obligación de romper la confidencialidad y avisar a las autoridades. Guardar o no el secreto profesional, ése es el dilema.

Entre más transcurre el tiempo del conflicto en Gaza, los políticos deseosos de hacer la paz pierden; entre más meses se suman, los inocentes pierden.