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Carruaje oficial de la élite mexicana de los 80, el Grand Marquis era para sus acaudalados usuarios centro logístico, fashion statement, sala de juntas, hotel de paso y palacio de verano rodante, todo en uno. No existiendo en México en esa época distribuidores autorizados Rolls-Royce, Jaguar, Mercedes o Bentley, era el tope de gama absoluto en nuestro mercado, pues no había disponibilidad no-chocolate de un sedán que superara sus dimensiones y características.
Inspiró más de una obra artística: “Yo no tengo un carro del año, mucho menos un Grand Marquis… ” evaluaba objetivamente Federico Caballero, La Guayaba, del popular grupo musical Los Plebeyos. En el corrido “El Marquis Negro” interpretado por Carlos y José, se denota la conveniencia de este modelo para viajes largos llevando equipaje de particular interés económico.
Presidencia, secretarios de estado, gobernadores, empresarios, líderes sindicales y otros próceres de la sociedad mexicana elegían este modelo por la amplitud de su segunda fila de asientos, suspensión orientada a confort y amplia cajuela, además de su equipamiento, pero sobre todo por el mensaje que transmitía. Obviamente podían importar, de así desearlo, un Mercedes Clase W126 o un Bentley Arnage, pero lidiar con el engorroso asunto de las refacciones antes de la llegada del internet era un purgatorio en el cual ninguno quería incursionar.
Basado en la plataforma E de Ford , en su mercado de origen se comercializaba bajo el emblema Mercury. En México estaba rotulado con el óvalo azul, sin más vueltas, pues su orientación no era precisamente el curveo. Heredero del notorio LTD, su abotagado motor 5 litros de magros 180 caballos ofrecía el torque necesario para aprovechar las capacidades de la suspensión y coronarlo con un blindaje que protegiera a ocupantes de cualquier afrenta a su integridad física. Con más de 5.3 metros de largo y peso superior a las 2 toneladas, en su momento también era la opción preferida para taxis, mas su sediento consumo y la regulación de las cuotas lo excluyeron de esa función.
Las unidades ensambladas en México veían la luz en la planta Ford de Cuautitlán . Llegado para reemplazar al Crown Victoria en 1982, su transmisión automática de cuatro velocidades con overdrive estaba orientada a viajes largos por carretera. Durante su apogeo el fabricante produjo en sus distintas plantas más de 130 mil unidades en 1989 en configuración 4 puertas dedicadas a la marca Mercury y 200 mil en 1988 para las dedicadas a Lincoln, por lo que el abasto de refacciones no era un problema.
El Grand Marquis evolucionó poco en el cambio de época al pasar a segunda generación en 1992, comenzando una era diferente, presionado por una oferta europea y asiática que brindaba prestaciones y precio competitivos en el segmento de sedán tamaño completo. Para el mercado de usados ese fue el momento en que, de aspiracional, se convirtió en alcanzable, con lo que debido a su robusta construcción y la longevidad asociada a Ford llegó a un propietario orientado a cuidarlo con atención y mantenerlo rodando. Su punto débi l, debido a su gran peso, orientación a confort y al estado de los caminos mexicanos, es la suspensión delantera: bujes y horquillas requieren ser sustituidas con relativa frecuencia.
Tercera y cuarta generación vieron la luz ya como un producto complementario, aumentando la gama para un mercado cuya preferencia mayoritariamente ya se había movido a otros segmentos.
En esta serie de notas de nostalgia examinaremos no los grandes clásicos de las subastas, sino aquellos vehículos que se ganaron un lugar en el corazón de los mexicanos