Desde que el Doctor Otto tuviera su momento de inspiración y creara el motor de combustión interna como lo conocemos, la carrera ha sido por lograr el máximo resultado de esta pieza de ingeniería.
Aunque nos parece un elemento cotidiano y por demás común, un motor de combustión interna es un juego de variables sumamente complejo. De éstas, las externas como son presión atmosférica, altitud, carga de trabajo, energía disponible del combustible, así como presión y temperatura de alimentación tanto del combustible como del aire de entrada brindan escenarios continuamente variables para las condiciones de operación como son régimen de revoluciones por minuto, incidencia de aplicación de carga, mezcla aire-gasolina, sincronización de aperturas y cierre de válvulas de acceso y salida, rematados por el juego de tiempos de ignición de chispa, en su caso. Hasta el espacio disponible de habitáculo, ciclos de mantenimiento o el nivel de ruido a emitir son situaciones a considerar.
Estas distintas maneras han dado como fruto una serie de distintas disposiciones, técnicas y configuraciones que con mayor o menor éxito se han hecho presentes en automóviles, motocicletas, barcos, aviones, así como equipo industrial móvil o fijo, pues recordemos que originalmente el motor de combustión interna era un componente para impulsar líneas de producción, y que ponerlo sobre un carruaje fue una idea posterior, calificada como inviable por muchos expertos de su época.
Echemos un vistazo a este ramo de soluciones ingenieriles.
En lugar de un solo pistón por cilindro, esta opción tenía dos, que con la explosión se movían en sentido opuesto.
Al contrario del Gobrón, los cilindros van por separado y completamente opuestos, unidos a dos cigüeñales.
Una solución a las válvulas ha sido removerlas, para tener otras piezas que realicen su función. En este caso, un juego de camisas de pistón móviles, que destapan o cubren accesos y escapes respectivamente.