Dicen que no es tan bueno tener todos tus huevos en una canasta pues, cuando le pasa algo a este recipiente, nuestros recursos se fueron sin dejar reserva alguna.
Este ejemplo es muy representativo en la crisis de microprocesadores que vive la industria automotriz global pues prácticamente nadie anticipaba que habría que tener una reserva de estos componentes por si algún día esta cadena de producción fallaba.
La acelerada transición hacia energías menos contaminantes es, de alguna manera, un ejemplo de este mismo principio pues, a medida que los gobiernos exigen energías más amigables con el medio ambiente, las marcas se ven orilladas a dar este paso para no perder clientes y sentido de relevancia.
No en vano, las compañías que mejores ventas registran a nivel global y aquellas cuya cotización en La Bolsa va constantemente al alza, son las que mejor equilibrado tienen su portafolios entre distintas tecnologías.
Bajo este entendido, las compañías automotrices, y también los consumidores, deberían equilibrar la intensidad con la que atacan al mercado de los 100% eléctricos. Esta idea surge desde una estimación publicada por la agencia por la protección del medio ambiente (EPA) que indica que si el 10% de los autos que actualmente circulan en Nueva York fueran eléctricos y cargaran al mismo tiempo, colapsaría la infraestructura energética de esa ciudad.
Mi reflexión también nace desde una perspectiva que interpreta la transición eléctrica como una voraz competencia entre grandes compañías que, además de explotar muchos recursos para crear baterías, invierten millones de dólares en investigar cómo hacer estos paquetes eléctricos en productos más ligeros y más baratos de producir.
Por tanto, parecería que la industria automotriz no tiene mucho espacio para dónde maniobrar, pues un camino sería seguir lo que se ha trazado por décadas (usando combustibles fósiles) o, bien, sumarse a la carrera por la explotación y desarrollo de baterías que está documentado que son contaminantes en su composición.
No obstante, noticias como la que Porsche dio a conocer que implica la construcción de una planta en Chile que producirá combustibles 100% renovables o el anuncio de Hyundai para invertir miles de millones de dólares para acelerar el uso del hidrógeno como método de propulsión de sus autos, brinda una bocanada de aire fresco y otra perspectiva del futuro para la industria automotriz global.
Y es que no suena nada disparatado considerar que países como Chile o México podrían utilizar un tipo de combustible o energía completamente distinto del que se estandarice en Asia o en Europa central.
No es una sorpresa saber que la red de carga es el principal reto para el uso de los autos eléctricos en nuestro país y se antoja complicado pensar que pronto será posible manejar con tranquilidad de recargar nuestro auto cuando manejamos en la sierra de Oaxaca, los caminos de Guerrero o el sureste mexicano.
Es probable que peque de ingenuo o ignorante. Sin embargo, justo antes de dar el paso para aceptar la electrificación como el camino a seguir por todo el mundo, valdría la pena considerar si es viable que en Corea usen y desarrollen el hidrógeno; en Estados Unidos y Europa, la electricidad; y en algunas otras regiones, combustibles alternativos.
Considerar esta idea sería dar un paso atrás bajo un esquema globalizado y sería proyectar un esquema más regional . Sin embargo, la crisis de los chips podría servirnos como ejemplo de que esto no es tan absurdo.