Año con año, BMW Group organiza lo que llama el BMW Test Fest, que es su propia manera de cerrar el año de la mejor manera: manejando. Es el equivalente a la barra libre de un bar, pero en versión de autos, que van desde Mini hasta el lujo absoluto de Rolls-Royce sin dejar atrás novedades de la firma bávara, como el Serie 5.
El viaje tuvo lugar en Greenville, una ciudad vecina a Spartanburg, en Carolina del Sur, que es donde se fabrican las camionetas de BMW, excluyendo las X1 y X2. La razón de viajar hasta allá fue porque dentro de las instalaciones de la fábrica hay un circuito muy técnico que fue escenario para manejar los modelos M que se disfrutan más en curvas y a altas velocidades que en la ciudad.
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El auto que quieras
Después de varias horas de vuelo, llegamos a Greenville en un día de otoño. Esa primer noche fue tranquila, con una presentación y cena que sirvieron para llegar a la cama temprano, pues al día siguiente inicaríamos con una jornada extensa de manejo.
Por lo general, levantarse antes de las 7:00 de la mañana es un martirio, pero no cuando sabes que en el estacionamiento del hotel está prácticamente toda la gama de BMW, Mini y Rolls-Royce esperando a pedir las llaves y salir manejando. Después de desayunar y con todo lo necesario para salir a manejar, el primer auto que elijo es el i5 M60, la versión eléctrica más deportiva, hasta el momento, del Serie 5.
Su diseño es elegante y no tan extraño como un Serie 7 gracias a que la “parrilla” tiene proporciones más normales. La ruta de estas pruebas era un circuito que pasaba por ciudad, algunos freeways y carreteras de montaña. En los primeros kilómetros se percibe como un auto cómodo y ágil, propio de su naturaleza eléctrica, pero que bajo un ritmo tranquilo es de lo más agradable. Basta con entrar a un camino con curvas, pasar a modo deportivo y sentir ese empuje apenas rozas el acelerador. A pesar de ser un auto mediano, curvea como si fuera más pequeño y la frenada regenerativa facilita las desaceleraciones.
El siguiente vehículo tendría que ser el mismo, pero a gasolina, así que pedí el BMW 530, la versión de entrada y a gasolina del Serie 5. Con 255 caballos de fuerza claramente son menos explosivos que los 601 equinos del eléctrico, pero que recuerda las bondades de un sedán de buen tamaño. Esta es una opción sensata para quien busca lujo y buen manejo sin sentirse abrumado por demasiada potencia. Una alternativa equilibrada.
Más que electricidad
Tras una pausa para comer algo y tomar una explicación sobre hidrógeno por parte de ingenieros de BMW, finalmente “desbloqueamos” la posibilidad de conducir uno de los 100 prototipos del iX5 Hydrogen, que es un tipo de combustible por el que la marca apuesta.
A grandes rasgos, el hidrógeno todavía tiene ciertos retos a nivel global, pues existen alrededor de mil estaciones de recarga y todavía no está tan desarrollado como la electricidad pura. Sin embargo, BMW apuesta por él porque en cuatro minutos se puede llenar el tanque de hidrógeno y el auto no pierde autonomía en climas muy fríos.
Al volante de la X5 de hidrógeno hay sensaciones de manejo que son idénticas a las de cualquier eléctrico: silencioso y con una respuesta instantánea. La diferencia está en el proceso de “combustión”, pues gracias a la forma físico-química en que funciona este gas es que puede generar electricidad en las baterías de la camioneta, permitiéndole recorrer hasta 504 kilómetros por tanque. Si me lo preguntas, éste era uno de los vehículos que más me emocionaba, pues no está a la venta y es, esencialmente, un laboratorio sobre ruedas.
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La joya de la corona
El día termina y al día siguiente nos esperan varias actividades en pista. Claro que manejar un BMW M en cualquier circuito es sinónimo de diversión, pero todavía faltaba manejar algo que difícilmente podría ocurrir en México. Se trata de conducir el Spectre, el primer Rolls-Royce eléctrico.
Si me hubieran dicho tres meses antes que iba a poder manejar uno de los autos más refinados que existen, probablemente no lo hubiera creído. A pesar de la lista de espera y de sacrificar tiempo de manejo en pista, se logró conseguir un espacio al volante del Spectre.
Como es sabido, cualquier Rolls-Royce tiene un nivel de personalización impresionante, prácticamente no hay dos iguales, y el Spectre disponible tenía una configuración ciertamente atractiva. Carrocería bitono en verde menta con negro, rines de 23 pulgadas y las clásicas formas suaves de la carrocería en un coupé que mide más de cinco metros de largo.
Por dentro no es menos sofisticado, pues el aroma a cuero inunda la cabina. Los materiales son de lo mejor que hay, ya que hasta las salidas de aire acondicionado son de metal. Sin embargo, lo que más cautiva es poder ver el Soul of Ecstasy en el cofre apuntando hacia el frente y sentir la marcha tan sedosa como una alfombra rodar por la calle. A pesar de tener 585 caballos de fuerza, la entrega de potencia es gradual, acorde a un auto tan elegante como éste.
De regreso a la gasolina
Una vez devueltas las llaves de un auto cuyo precio base es de $420 mil dólares queda cerrar el día con la vieja confiable gasolina. Sí, es probable que tenga los días contados, pero conducir con el apoyo de pilotos expertos en la pista de pruebas de BMW no es algo que ocurra todos los días.
La selección fue un M3 CS, la versión más radical del sedán deportivo, con 550 caballos de fuerza dentro de un trazado con curvas ciegas y cambios de altura importantes. Horas antes había recorrido la pista, como pasajero, a bordo de un M1, así que no era tan difícil identificar el trazado.
El asiento de fibra de carbono abraza por completo al cuerpo, y aunque soy de talla pequeña, los ajustes a los soportes laterales son tan amplios que parece que voy con cinturón de seis puntos. Naturalmente, la suspensión del M3 CS es durísima, pero en pista se agradece, pues va sobre rieles.
La primer vuelta sirve para reconocer tanto el trazado como la respuesta del auto. Voy relativamente lento para evitar hacer algo mal y terminar fuera de la pista, pero que poco a poco nos ganamos la confianza entre hombre y máquina. Llámame romántico, pero esa conexión es real, como si fuera la primera vez que ves un perro y quieres hacerte su amigo. Para la última vuelta ya había comprendido dónde hacer los cambios, dónde acelerar y dónde frenar, aunque una de las últimas curvas en subida no dejaba de imponer porque, literalmente, no se ve nada. Pasar de 160 km/h a la mitad en pocos metros, subir esa pendiente y salir en segunda velocidad al cabo de pocos segundos fue una de las experiencias más gratificantes del día, sobretodo si pensamos que este tipo de autos no tienen tantos días entre nosotros.
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