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A estas alturas bien sabemos que Trump actúa precipitada, visceral y desinformadamente, y que sus objetivos son el interés político personal, alimentar su descomunal narcisismo, materializar sus caprichos de campaña, complacer a su escasa base electoral, distraer la atención, seguir siendo noticia, prepararse para las próximas elecciones de medio término, etcétera. Su reciente decisión de enviar a la frontera la Guardia Nacional para, “disque” frenar la migración ilegal y el tráfico de drogas, es otra disparatada táctica populistas, ya que la Ley Posse Comitatus de 1878 prohíbe expresamente que la milicia (fuerzas armadas regulares y Guardia Nacional) realice tareas policiacas de seguridad pública. Por ende, su misión sin armamento ni estrategia será la de “acompañar” a la patrulla fronteriza: inútil paseo fronterizo con sonoro impacto mediático y publicitario de elevado costo. En atención a que el legislativo no aprueba fondos para su infame muro fronterizo —slogan producido por la nada ética empresa Cambridge Analytica (ver mi artículo del 30/3/2018)— nos vuelve a utilizar como chivo expiatorio. Como bien lo puntualizó el presidente Enrique Peña Nieto: si está frustrado por problemas inherentes a las leyes de su país, a la política interna o al Congreso, debe dirigir sus reclamos hacia ellos y no a los mexicanos.
Para lo que sí ha sido muy efectiva su errada decisión, es para revivir pesadillas bélicas del pasado como las siguientes. En 1846 el presidente James Polk envió tropas a la frontera para iniciar la guerra de conquista que nos significó perder 2 millones 500 mil km2 del territorio original. En 1853 el mandatario Franklin Pierce nuevamente movilizó soldados a la línea fronteriza para apoyar las gestiones destinadas a comprar La Mesilla (76 mil 845 kms2), que realistamente el detestado Santa Anna prefirió vender para evitar una nueva guerra y mayores pérdidas territoriales. Durante 1910-1911 William H. Taft desplegó militares ante el estallido de la Revolución. En 1914 Woodrow Wilson dispuso la toma de Veracruz, donde tropas estadounidenses permanecieron ocho meses. En 1916 el mismo mandatario ordenó al general John J. Pershing cruzar la frontera para apresar a Pancho Villa por atacar el poblado de Columbus, Nuevo México. Permaneció ilegal e infructuosamente en nuestro Norte casi un año, pues nunca lo capturó. En 1927 Calvin Coolidge destacó militares en la faja fronteriza para obligar al presidente Plutarco Elías Calles a derogar su nueva ley petrolera, etcétera.
Por el contrario, las últimas veces que tropas mexicanas cruzaron la frontera fue con fines totalmente opuestos. Siendo aliados en la Segunda Guerra Mundial, 300 pilotos fueron enviados a EU, conformando algunos de ellos el famoso “Escuadrón 201” que combatió en el Pacifico en 1945. En septiembre de 2005 nuevamente soldados mexicanos cruzaron la frontera para prestar loable ayuda humanitaria a los estadounidenses afectados por el devastador Huracán Katrina.
De acuerdo con la estrategia fascista de “victimizar” a la superpotencia —que Hitler empleó con gran éxito— y a pesar de contundentes evidencias históricas, el presidente Trump pregona, demagógica y ofensivamente, que son los mexicanos los que nos hemos aprovechado de los estadounidenses (¿?), razón por la que hay que construir el muro de la ignominia. Viene al caso recordar otra de nuestras trágicas pesadillas bélicas que estuvo a cargo de Napoleón III, para aplicar, mutatis mutandis, la célebre frase del gran Víctor Hugo: “México; no es Francia la que te hace la guerra, es Napoleón”. En la actualidad no es Estados Unidos el que nos hace la guerra, sino ya saben quién…
Internacionalista, embajador
de carrera y académico