Mark Landers señala en el New York Times que Washington conduce dos distintas y contrapuestas políticas exteriores: la del presidente y la de su gobierno. Desde la campaña de 2016, la retórica nativista-populista-nacionalista de Donald Trump comenzó a minar la política exterior de Estado observada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Después de 19 meses queda claro que no se trató de un ardid electorero, sino de la insensata actitud de quien desconoce totalmente la política mundial, utiliza irresponsablemente los temas externos para sus intereses políticos y complacer a su base electoral, no lee ni escucha lo que proviene de sus asesores, y se guía por sus “instintos” y consejo de sus familiares que saben de la problemática foránea menos que él. El problema se agrava porque miente compulsivamente, inventa alternative realities y cambia de pareceres. La aseveración de que “como digo una cosa, digo otra” es graciosa en un personaje televisivo, pero en el presidente de la superpotencia es desestabilizadora, disruptiva y peligrosa. A pesar de lo anterior, de carecer de brújula ética y moral, y de insultar a los aliados y alabar a los dictadores, sus seguidores lo apoyan ciegamente. La explicación de ello radica en el trastorno psicológico “Dunning-Kruger”, que afecta a personas de bajo nivel educativo-cultural sin suficientes conocimientos para darse cuenta que saben muy poco. Es fácil engañar a quienes son tan tontos, que ni siquiera se dan cuenta que son tontos… en 1998 Trump declaró a la prensa: si lanzo mi candidatura será como republicano, porque son los votantes más tontos que creen todo lo que se les dice.
Frente a esa realidad, la burocracia profesional tiene que corregir, aclarar o matizar los dichos del presidente para atenuar los daños o evitar mayores problemas. Aun cuando oficialmente se reconoció la injerencia rusa en las pasadas elecciones y la posibilidad de que vuelva a ocurrir en las de noviembre, de que el fiscal encargado del Russiangate fincó cargos contra 32 personas y se impusieron mayores sanciones a Rusia, Trump insiste en que son fake news, una cacería de brujas y que su patético encuentro con Putin fue grandioso. Elogia al dictador norcoreano Kim Jong-un y a la “productiva reunión” (¿?) que sostuvieron, siendo que los norcoreanos calificaron los resultados de la reciente visita que les hizo el secretario de Estado, Mike Pompeo, de “lamentables y codiciosos”. Tras abandonar el acuerdo nuclear con Irán, locuazmente anuncia su deseo de encontrarse con el presidente Hasán Rohauní, pero se imponen nuevas sanciones a ese país. Ni que decir del trato a los “shithole countries”, de los aranceles contra China o de las patadas a la OTAN, a los aliados europeos, al primer ministro de Canadá y a la Unión Europea calificada como “enemigo”, que obligan a sus colaboradores a hacer circo, maroma y teatro para curar heridas tan innecesaria y estúpidamente abiertas.
Por razones obvias, esa disfuncionalidad nos ha afectado. Altos funcionarios estadounidenses formularon declaraciones al visitarnos, que fueron contradichas por Trump. Al terminar las rondas de la renegociación del TLCAN se externan conclusiones optimistas, que no tardan en ser desacreditadas por el presidente. Nuestro mandatario ha informado sobre conversaciones telefónicas con su homólogo, cuyos términos son desvirtuados por ese, y viceversa. En suma: como confrontamos una actuación terriblemente disfuncional que entorpece la conducción de nuestros profundos nexos binacionales, el delinear una hábil estrategia para lidiar con ese grave problema debe ser una de las tareas prioritarias del próximo gobierno. El futuro equipo tiene la oportunidad única de prepararse previamente para enfrentar los tremendos retos que confrontará a partir del 2019.
Internacionalista, embajador
de carrera y académico