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A pesar de que el establecimiento de relaciones diplomáticas con la Rusia zarista fue prioritario para la Comisión de Relaciones Exteriores creada por el emperador Agustín de Iturbide en 1821, sólo se formalizaron 79 años después cuando se acreditó, ante Porfirio Díaz, el barón Román Romanovich Rosen. En lo sucesivo los altibajos caracterizarían nuestros vínculos, pues pocos años después quedaron en suspenso por el estallido de las respectivas revoluciones sociales de 1910 y de 1917, hasta que el presidente Álvaro Obregón reconoció a la Unión Soviética en 1924, la cual envió como embajador a Stanislav Pestkovski. Por ser la primera nación del continente que lo hizo, padecimos la propaganda y espionaje de sus representantes diplomáticos, y las recriminaciones de Estados Unidos, forjándose inevitablemente una relación triangular Rusia-México-EU. Ese intervencionismo soviético provocó que, en 1930, rompiéramos las relaciones, pero como en 1942 nos aliamos a EU en la Segunda Guerra Mundial, automáticamente también lo fuimos de su socio José Stalin, con el que no teníamos vínculos oficiales, el propio Washington pidió que restableciéramos los nexos diplomáticos.
La reanudación impulsó los nexos bilaterales, pero también creó nuevos problemas. Teniendo como antecedente el asesinato de León Trotski ordenado por Stalin en 1940 y el misterioso atentado aéreo de 1945 en el que pereció el nuevo embajador Konstantin Umanski, Moscú desplegó en la Guerra Fría una aguerrida campaña de infiltración, desestabilización, proselitismo, subversión y espionaje. Lo anterior, aunado a la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba durante 1962, provocó serias tensiones entre México y Washington, reprochándosenos la tolerancia hacia las actividades de la embajada soviética localizada en la avenida Tacubaya. Finalmente, tal como se hizo en 1927 cuando se expulsó del país a la primera embajadora de la historia, la feminista Aleksandra Kolontái, en 1959 se expulsaron al agregado militar y a un segundo secretario, y en 1971 al encargado de negocios y otros cinco funcionarios acusados de reclutar jóvenes para ser entrenados como guerrilleros en Corea del Norte. El centro reclutador de la KGB era el Instituto Cultural México-Ruso ubicado en el Paseo de la Reforma, y el gancho para estudiantes incautos la Universidad Patricio Lumumba de Moscú.
Aunque con la tercera versión del país más grande del mundo, la Federación Rusa del nuevo zar Vladimir Putin, se mantienen relaciones cordiales, son distantes. Ello especialmente a raíz de la anexión de Crimea que conflictuó a Putin con la Unión Europea y EU: por entendibles razones geopolíticas, Putin no fue invitado a México durante la gira que realizó a América Latina en 2014 para salir del ostracismo que vivía. En fecha reciente también surgió la preocupación por posibles ciberataques rusos a nuestro proceso electoral destinados a crearle un problema a EU (ver mis artículos del 12/2017/ 02 y 07), así como por el asesinato del ex espía Sergei Skripal en la Gran Bretaña que, en represalia, ocasionó la expulsión de 150 diplomáticos en 20 países. Nuestra cancillería precisó que podríamos hacer los propio si se comprueba la participación del Kremlin en dicho asesinato. Aunque actualmente nuestros vínculos con Rusia siguen el patrón histórico de encuentros y desencuentros, es pertinente señalar que, de cara a nuestro muy enconado proceso electoral y teniendo presente la difícil relación con Trump, sería muy perjudicial para el interés nacional desatar un conflicto con Putin que lo incite a involucrar —como lo ha hecho en otras naciones— a sus granjas de troles y bots en nuestros próximos comicios.
Internacionalista, embajador de carrera y académico