Por razones históricas y geopolíticas, nuestra política exterior invariablemente ha confrontado grandes retos y desafíos. Ello especialmente respecto a nuestras relaciones prioritarias, asimétricas y determinantes con Estados Unidos, que son las que, históricamente, le han dado sentido, forma y dirección a nuestra actuación externa. Por ende y aunque la nefasta embestida que estamos confrontando no es nada nuevo, sí ha sido inesperada y sorpresiva, puesto que no esperábamos que nuestro principal “socio, aliado y amigo” súbitamente nos diera la espalda (¿nos traicionó?), y fortuitamente reabriera heridas del pasado que creíamos sanadas.
Nuestra política exterior, consecuentemente, se encuentra en una embrollada encrucijada al confrontar un doble desafío. Por una parte la unilateral demagogia populista de Trump y, por la otra, la celebración de polarizadas elecciones en 2018. En efecto, hasta el momento no se ha encontrado la fórmula para lidiar con la agenda antimexicana de quien desgraciadamente ocupa la Casa Blanca. La estrategia de acercamiento, convencimiento y apaciguamiento seguida desde aquella contraproducente invitación al improvisado candidato republicano para que nos visitara, no ha dado ningún resultado. El problema de fondo es que los temas mexicanos (seguridad, narcotráfico, muro fronterizo, migración, TLCAN, etc.) insistentemente son manipulados y desvirtuados por Trump para complacer a su raquítica base electoral (25.5% del total), compuesta de pauperizados, primitivos e ignorantes conservadores, nacionalistas, nativistas y xenófobos. Como con gran realismo, y sin ambages, el premio Nobel de economía Paul Krugman ha precisado que el principal problema que EU está encarando es de tipo racial (¿continúa vigente el histórico melting pott?), se infiere que, detrás de las ofensivas posiciones del orange agent está presente su patológico racismo. Ese hecho imposibilita llegar a acuerdos, salvo que sean en los términos que su irracional supuesta superioridad racial quiere imponernos. Al bully narcisista y racista no se le puede convencer o apaciguar: se le debe confrontar con mayor bullying, lo que hasta el momento no se ha querido hacer.
Para mayor complicación, el año próximo tendremos elecciones sumamente competidas y exacerbadas, de suerte que es imposible predecir quien las ganará, cuál será la política del elegido hacia Trump, su posición sobre el TLCAN o respecto de acuerdos que el actual gobierno pueda lograr con Washington, etc. Además, como la investigación del Rusiangate sigue su curso fatal (en semanas se esperan los primeros arrestos), tampoco es predecible cuánto tiempo más Trump será presidente. De cara a esta muy intrincada encrucijada, cabe preguntarnos si no es más sensato e inteligente no llegar a ningún acuerdo con un gobierno poco confiable, irracional e inestable, que sin duda será efímero.
En el mucho más peliagudo contexto de la Primera Guerra Mundial, Venustiano Carranza defendió eficazmente los intereses nacionales utilizando la habilidad diplomática, la rivalidad entre las potencias y tácticas dilatorias, tanto para esquivar la truculenta alianza en contra de EU propuesta por los alemanes, como para sacudirse la amenaza de EU de declararnos la guerra si no rompíamos relaciones con Berlín. En virtud de que hasta el momento no hemos querido emplear el hard power (poder duro que sí tenemos frente al vecino) para frenar la denigrante embestida de Trump, nuestra diplomacia debería ser más creativa y posponer cualquier tipo de entendimiento hasta que no se resuelva la “cuestión presidencial” de allá y de acá.
Internacionalista, embajador
de carrera y académico