Las relaciones internacionales han evolucionado a través de subsecuentes órdenes mundiales. El del siglo XIX fue forjado por los vencedores de Napoleón en el Congreso de Viena de 1815, y se prolongó hasta 1914 cuando fue aniquilado por la Primera Guerra Mundial. Esta concluyó en 1918, Estados Unidos emergió de la misma como victoriosa potencia mundial, y delineó el nuevo sistema internacional. El siguiente orden planetario comenzó en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial, y también fue trazado por Washington de acuerdo a su férrea rivalidad con la Unión Soviética que provocó la Guerra Fría. El resultado de esa extenuante rivalidad fue la extinción de la URSS, por lo que la única superpotencia en pie y otras potencias se aprestaron a definir la nueva estructura de la posguerra fría que dejó de ser bipolar y regresó a su tradicional multipolaridad. Sin embargo, irrumpió un difundido fenómeno anti-sistema inconforme con el status quo, que nos está encaminando hacia un orden mundial imprevisto, inestable y peligroso. Muchas son las manifestaciones de ese malestar, pero entre ellas destaca la elección de Donald Trump.

El actual presidente y su reducida base electoral abogan, con su nativista, ultranacionalista, xenófoba y unilateralista “America First”, por un Estados Unidos aislado, unilateralista no comprometido con el multilateralismo indispensable para confrontar las graves amenazas de un planeta globalizado, indiferente frente a los sufrimientos de la humanidad, y egoísta respecto a las grandes causas de la civilización. Esa actitud finiquita el proyecto hegemónico que los anteriores presidentes —republicanos y demócratas— persiguieron afanosamente durante el American Century que permitió a EU ser artífice de la gobernanza mundial, transformarse en superpotencia, beneficiarse política, económica, militar y estratégicamente, y ser la pieza angular del orden mundial. Ciertamente las circunstancias favorecieron la preeminencia estadounidense, pero no se hubiera alcanzado sin la intención deliberada de hacerlo. Lo que estamos presenciando es la paradójica intención de retirar la pieza angular que apuntala la basta estructura creada desde 1918, la cual puede ser severamente dañada o incluso colapsar.

Recordemos que hace 100 años concluyó la brutal Primera Guerra Mundial, que el presidente Woodrow Wilson fincó el orden mundial de la posguerra en sus famosos 14 puntos que fueron recogidos en el Tratado de Paz de Versalles de 1919; que estableció el sistema de seguridad colectiva a través de la Sociedad de las Naciones; etcétera. Sin embargo, como resurgió el sentimiento aislacionista —como hoy ocurre— la triunfante potencia tuvo que retirarse de Europa, no garantizó con su poderío los acuerdos de paz, y nunca fue miembro de la SDN. La piedra base del Novus Ordo Mundi se retiró voluntariamente, y el vacío de poder favoreció el ascenso del totalitarismo que arrastró a la humanidad a la Segunda Guerra Mundial.

Aunque las actuales realidades son distintas, en cualquier forma el andamiaje mundial es un sistema, al que cuando le falta o falla uno de sus elementos claves, el todo mal funciona, se paraliza o destruye. Otra posibilidad es que el sistema se adapte y funcione satisfactoriamente sin una pieza central. En opinión del internacionalista James Gibney (Bloomber View), en lugar de que el orden internacional liberal se esté desintegrando ante la embestida de Trump, se está reconstituyendo sin EU… la superpotencia se está volviendo irrelevante y dejando espacios —como en otros trágicos tiempos— a sus rivales. ¿Cuál de las dos posibilidades se materializará?

Internacionalista, embajador
de carrera, académico

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