La intención del próximo gobierno de reducir los sueldos de quienes, paradójicamente, serán su sustento cotidiano, ha tocado una fibra sensible del servicio exterior. Pocos saben —incluyendo las nuevas generaciones de diplomáticos— que, históricamente, dicho servicio padeció penurias. Ya el ilustre Matías Romero se quejaba, durante su primera estadía en Washington (1859-1863), del exiguo sueldo, que frecuentemente ni siquiera llegaba. La estabilidad y progreso del Porfiriato mejoraron la situación de los diplomáticos, pero la Revolución de 1910 trajo nuevas carencias. No obstante, de los gobiernos de Carranza al de Cárdenas se escribió una de las páginas más brillantes de nuestra política exterior, que no fue escrita únicamente por notables estadistas, sino también por quienes anónimamente la implementaron desde las trincheras del exiguo servicio exterior de la época. Tras una decidida incursión en la política mundial durante la Segunda Guerra Mundial —más militar y económica que diplomática—, a partir de 1945 México sabiamente se replegó para no ser arrastrado hacia el conflicto Este-Oeste de la Guerra Fría, lo cual implicó bajos presupuestos para la Secretaria de Relaciones Exteriores, poco personal y salarios raquíticos.
El debilitamiento de la bipolaridad a partir de la crisis de los misiles soviéticos instalados en Cuba en 1962, fue aprovechado por el presidente López Mateos para dinamizar nuestra política exterior, lo que sus sucesores ya continuaron. Sin embargo, las mayores responsabilidades laborales asignadas a los miembros del servicio exterior no se acompañaron de mejoras salariales. La SRE siguió siendo una de las secretarias más chicas y pobres, pero a la vez —contradictoriamente— una de las más prestigiadas y respetadas: ninguna otra dependencia le ha dado a México dos premios Nobel.
Quienes nos incorporábamos al SEM lo hacíamos por vocación, pero también porque no dependíamos del magro sueldo para subsistir. La penuria salarial disuadía a muchos de convertirse en diplomáticos: en mi generación de relaciones internacionales de la UNAM éramos más de 30, pero no más de cinco ingresamos a la Cancillería. Comencé con una plaza administrativa de 700 pesos mensuales, y cuando presenté los exámenes de ingreso y fui nombrado vicecónsul, ya percibí mil 400 pesos… ante la imposibilidad de independizarme, seguía viviendo con mis padres. Mi primer puesto en el exterior fue como Representante Permanente Alterno de México ante la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura con sede en Roma: grandilocuente cargo que se traducía en mil 200 dólares: pena recordar que mis padres tenían que pagarme la tarjeta de crédito. El embajador Joaquín Mercado contaba que, en su adscripción en Nueva York ante la ONU, compartía un “cuarto” con un diplomático colombiano porque no alcanzaba para más. La carestía también afectaba a las instituciones: el inolvidable embajador Manuel Tello y todo el personal pintamos la embajada en Londres porque no se podía pagar por ello.
A base de esfuerzo e insistencia (a veces contando con el apoyo de los cancilleres y de los presidentes, y otras con su indiferencia), finalmente obtuvimos sueldos decorosos, rompiéndose el atavismo histórico de la penuria. Ciertamente es ofensivo que la mitad de la población viva en pobreza, y que en los últimos años —especialmente desde el gobierno de Fox— las percepciones de la alta burocracia de los tres poderes se hayan incrementado significativamente. Sin embargo, como los miembros del SEM no recibieron ese beneficio, ni tienen emolumentos superiores a la media internacional, sería un retroceso injusto e injustificado reducirles lo logrado después de tantos años de estrechez. En atención a que la amenaza está propiciando jubilaciones adelantadas y renuncias inesperadas, el próximo canciller, Marcelo Ebrad, debería enviar una señal tranquilizadora para asegurar que la futura nueva política exterior cuente con el personal profesional, calificado y experimentado indispensable para implementarla exitosamente.
Internacionalista, embajador de carrera