A diferencia de las dos conflagraciones mundiales que la precedieron, la Guerra Fría fue anómala en su desarrollo y conclusión. La primera fue un sangriento enfrentamiento bélico en el que murieron más de 20 millones de personas, que terminó con la clara victoria de un Estados Unidos que formuló las nuevas reglas del juego mediante el Tratado de Paz de Versalles de 1919. La segunda fue todavía más brutal (alrededor de 55 millones de muertos), e igualmente sus dos grandes vencedores, EU y la Unión Soviética, definieron las normas del mundo bipolar de la Guerra Fría. Por el contrario, durante esta última nunca se disparó un tiro entre las fuerzas del Pacto de Varsovia y de la OTAN, concluyó sin un claro vencedor, y no hubo acuerdos sobre las reglas de la posguerra fría. Quien diseñó la política de Containment seguida por Washington por más de 40 años, George Kennan, a diferencia del triunfalismo chauvinista de muchos de sus connacionales, con gran honestidad afirmó que nadie ganó la Guerra Fría, pues fue un desgastante conflicto que debilitó a las dos partes. En stricto sensu, la URSS nunca fue derrotada, sino que colapsó por sus propios problemas internos agravados por la prolongada confrontación. En virtud de que no se aniquiló ni se sometió al enemigo como en los conflictos anteriores, el antagonismo continuó latente entre EU y la nueva Federación Rusa.
Para impedir que dicha federación se convierta en una nueva amenaza, Washington y sus aliados europeos penetraron el antiguo espacio soviético incorporando a la OTAN o a la Unión Europea a las naciones de Europa del Este y del Báltico, lo que Moscú consideró humillante por no cumplirse la supuesta promesa de no ir más allá de la Alemania reunificada. El punto de quiebre fue la intención de Ucrania de hacer lo propio, provocándose un conflicto armado, la absorción de Crimea por Rusia en 2014, la imposición de sanciones contra esa, y el deterioro de las relaciones ruso-occidentales. Resurgieron las tensiones de una Guerra Fría que no había terminado del todo: aunque las circunstancias son muy distintas (ni EU ni mucho menos Rusia son las superpotencias de antes, el mundo ya es multipolar, no existen las diferencias ideológicas de antes, ninguno busca el exterminio del otro, etcétera), sí hay paralelismos. Existe una nueva carrera armamentista, ambos buscan expandir su influencia global, conducen agresivas campañas de propaganda, espionaje y proselitismo, etcétera, y utilizan las nuevas tecnologías digitales para denigrar al adversario, desinformar y desvirtuar los procesos electorales. La crisis en Siria es otro de esos paralelismos, ya que entre los principales beligerantes figuran Washington y Moscú.
De la misma forma que en la Guerra Fría las superpotencias dirimieron sus diferencias a través de proxies (apoderados o subrogados) en países como Corea, Vietnam, Cuba, Angola, Afganistán, Nicaragua y otros, actualmente manipulan a sus aliados in situ para que el conflicto en esta nación con enorme valor geoestratégico, se solucione conforme a sus intereses. Aunque el poderío de EU (324 millones de habitantes, ingreso per cápita de 54 mil dólares y gasto militar de 600 mmd) es mayor que el de Rusia (146 millones de habitantes, ingreso per cápita de 13 mil dólares y gasto militar de casi 70 mmd) ambos poseen armas nucleares, lo cual inevitablemente revive el cinismo y la crudeza del “equilibrio del terror”. Como el choque directo es imposible porque conduciría a lo nuclear, y ello a la extinción del planeta, sus luchas tienen que librarse mediante proxies en naciones periféricas, sin importar el brutal daño y sufrimiento que inflijan a sus poblaciones.
Internacionalista, embajador de carrera y académico