Para muchos mexicanos, el pueblo con el que tienen más familiaridad, afinidad y empatía es el español, pero, paradójicamente, nuestros vínculos con España han sido muy atropellados. Los largos tres siglos de dependencia colonial -durante los cuales se forjó México, nuestra idiosincrasia y nacionalidad- terminaron con una sangrienta guerra independentista de once años, que remató con 15 años de incomunicación por la negativa del inepto Fernando VII a reconocer de jure, lo que era una irreversible emancipación de facto. Durante el reinado de su hija, Isabel II, se establecieron las relaciones diplomáticas mediante el tratado de paz y amistad de 1836: ambos pueblos “hermanos” acordaron olvidar “para siempre las pasadas diferencias y disensiones.” Sin embargo, las nuevas relaciones se rompieron al terminar las Guerras de Reforma; también al caer el imperio de Maximiliano, y en la Revolución de 1910. Después se estrecharon como nunca antes entre los gobiernos de Lázaro Cárdenas y del presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, pero el triunfo de Francisco Franco en la guerra civil implicó que el gobierno de la república en el exilio se estableciera en la Ciudad de México, y que tuviéramos 38 años de incomunicación con Madrid. Como esta concluyó en 1977 y desde entonces hemos construido el mejor momento histórico de nuestros atribulados pero estrechos nexos, es inexplicable la razón por la que, nuestro presidente, provoque un desencuentro al exigir un perdón por lo ocurrido hace cinco siglos.

Las hipótesis son varias. Que imita a Trump al provocar una emotiva distracción para desviar la atención de sus escasos logros en política doméstica y nulos en la externa. Que está atrapado en la versión maniquea del viejo PRI (en el que militó) de nuestra victimizadora “historia de bronce.” Que fue una iniciativa de su esposa, que busca -al estilo demagógico y populachero de Trump- seguir acaparando la atención de los medios, que desea fortalecerse ante su base nativista poco educada, etc. Sea como fuere, innecesariamente se daña una importante relación histórica resucitando agravios del pasado en las dos costas de Atlántico. Adicionalmente, fue ofensivo que la carta al Rey se filtrara a la prensa, y torpe que, quien se proclama no intervencionista, intervenga en la política interna de España porque el exabrupto se hizo en pleno proceso pre-electoral.

Como sabia e inteligentemente se inició una cruzada diplomática para revivir arcaicos rencores, la congruencia exige que también Francia nos pida perdón por la intervención militar de Napoleón III (1862-1867). Principalmente debe obligarse a Trump a pedir perdón a sus detestados mexicanos, porque sus antepasados les robaron 2 millones 500 mil Km2 de territorio en la injusta guerra de 1846-1848. Esto último debe hacerse pronto, a fin de que coincida, tanto con el debate legislativo sobre el nuevo tratado comercial T-MEC, como con la llegada de la nueva caravana de centroamericanos, pues así se desataría un descomunal caos en el frente externo, que alejaría los reflectores de los magros avances de la 4T y de los desatinos que la acompañan. Como se abrirá una Caja de Pandora de reclamos, seguramente Guatemala demandará le pidamos perdón por haberle quitado Chiapas y el Soconusco cuando se independizó de México.

En un artículo anterior (el universal 08/03/2019) recordé las nefastas consecuencias que tuvo el boicot judío, provocado por el errado manejo que hizo el presidente Echeverría de la política exterior con fines de política doméstica y beneficio personal. Preocupa se resucite una nociva practica del viejo PRI, que ha sido muy perjudicial para los intereses nacionales.

*Internacionalista, embajador de carrera y académico.

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