Los rasgos distintivos de la posguerra fría han sido la inseguridad y la violencia, expresadas de mil formas en todos los confines del planeta: desde el asalto, el robo, el asesinato y el secuestro, hasta el terrorismo, el crimen organizado, el narcotráfico, los disturbios políticos sociales, raciales o nacionalistas, las migraciones forzadas, los conflictos bélicos interestatales o intraestatales, etc. Cada uno de esos fenómenos tiene su propia razón de ser, pero poseen un denominador común: el económico. En efecto, de una u otra forma la pésima distribución de la riqueza es responsable de la difundida violencia, pues, como señala el gran Eric Hobsbawm, las desigualdades provocadas por la globalización descontrolada del libre mercado, son el caldo de cultivo para todo tipo de inestabilidades y agravios. Los siguientes datos hablan por sí mismos.
El Banco Mundial indica que el segmento más rico de los países de alto ingreso (alrededor de 55 de un total de 196 naciones) tiene un ingreso per cápita de entre 11 y 40 mil dólares. Por contra, el segmento más pobre de los países de más bajos ingresos tiene un ingreso per cápita de sólo 900 dólares. De las 100 principales economías del mundo, 51 son poderosas transnacionales y únicamente 49 son países, lo que significa que algunas empresas privadas son mucho más ricas que la mayoría de las naciones. La FAO estima que 789 millones de habitantes de países pobres padecen hambre, pero la misma suerte corren 34 millones de los países emergentes y 10 de los más industrializados. El World Institute for Economic Development Research afirma que el 40% de la riqueza global se concentra en tan sólo el 1% de la población, en tanto que únicamente el 1% de dicha riqueza está en manos del 50 % de los habitantes del planeta. 34 millones de personas han acaparado el 45% de la riqueza mundial y 80 supermillonarios poseen lo que tiene el 50% de todos los humanos. La CEPAL informa que 123 mil “ultra ricos” ya acaparan el 9% de la riqueza planetaria; y que en la región más inequitativa del orbe, América Latina, el 10% detenta el 71 % de la riqueza del área, destacando México donde el 10% ha acaparado el 80% de la riqueza nacional. Nuestros grandes males se derivan de las perversas políticas neoliberales que han creado un mundo de pocos supermillonarios y millones de pobres resentidos, dispuestos a recurrir a la criminalidad para salir del agujero donde los ha sumido el capitalismo salvaje y deshumanizado.
En la campaña de Bill Clinton, se colocó en los cuarteles demócratas la frase It’s the economy, stupid!, para recordar que el lema a destacar para derrotar a George Bush padre, era el mal estado de la economía. Algo similar debería hacerse en las oficinas de quienes gobiernan el mundo, para recordarles el origen de la problemática contemporánea y lo que es justicia social. Aunque ello abriría los ojos a los despistados e ignorantes —cuyas ofensivas prebendas oficiales contrastan con las miserias de las mayorías—, para otros sería el molesto recordatorio de que abandonaron los principios del bien común, del servicio público y de la solidaridad social para beneficiarse de una malsana asociación con los señores del capital. El financiamiento de campañas electorales, la compra de votos, los conflictos de interés, la corrupción, entre otros se traducen en políticas públicas favorables a las empresas y a sus dueños, desvirtuándose la democracia, alejando a los gobernantes de sus bases y agudizado las desigualdades sociales. El resultado está a la vista: la economía mexicana ha crecido en promedio un raquítico 2.6%, pero la riqueza de unos cuantos ha aumentado un 7.9%. Como no puede eliminarse la inseguridad sin atender lo económico, debemos abandonar la estupidez para ocuparnos de las necesidades básicas de la humanidad.
Internacionalista, embajador de carrera
y académico