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La conmemoración de los 50 años de la masacre de Tlatelolco que marcó la vida de mi generación, nos hace recordar lo eternamente útil y conveniente que ha sido, para gobiernos y políticos, achacar a un enemigo externo todos los males habidos y por haber. En la asfixiante bipolaridad de la Guerra Fría y acaparando México la atención internacional por los juegos olímpicos, un conflicto menor entre preparatorianos fue aprovechado por muchos en beneficio propio; especialmente por los aspirantes a la presidencia Alfonso Corona del Rosal, Luis Echeverría y Emilio Martínez Manatou. El hasta el momento desconocido infame saldo de muertos, heridos y desaparecidos, se justificó con la patriótica defensa contra el foráneo enemigo comunista infiltrado en las mentes de los incautos estudiantes mexicanos.
Esa táctica se emplea para responsabilizar a otro de los problemas que los propios autores de la acusación provocan, para desviar la atención de lo importante y urgente, o para aglutinar a la población en torno al líder que la defenderá de la acechante amenaza. Para Hitler, los responsables de la derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial fueron los judíos, los comunistas y los capitalistas, y no la patológica ambición del Káiser Guillermo II de conquistar Europa. Durante la Guerra Fría, Washington recurrió al espantajo del comunismo para forzar la solidaridad continental y justificar sus intervenciones en varios países, lo cual fue imitado por los dictadores nativos para afianzar su poder. La extinta Unión Soviética y sus satélites también pretextaron la amenaza del decadente capitalismo (que ya imitaron) para socavar la democracia y los derechos humanos.
La vieja táctica continúa aplicándose en nuestros días por su probada efectividad histórica. El subdesarrollo y falta de libertades en la muy querida Cuba, únicamente se debe al boicot estadounidense y no a las fallas de un sistema dictatorial anquilosado. Para el inepto tirano venezolano Nicolás Maduro, la brutal crisis económico-humanitaria y el éxodo masivo también se deben a las sanciones del imperialismo yanqui, y no al fracasado socialismo del siglo XXI. El guerrillero Daniel Ortega convertido en autócrata tropical, también justifica sus asesinatos alegando ser víctima de dicho imperialismo. La fidelidad a la ancestral estrategia no se limita a los países periféricos, pues igualmente se sigue empleado en el primer mundo. En el Estados Unidos de Trump, las grandes amenazas que vienen de fuera ya no son tanto los comunistas o los terroristas, sino los migrantes y nuevos enemigos como China, México, Canadá o la Unión Europea. Para los regímenes de derecha que han proliferado en la vieja Europa -que abarrotó a otros continentes con sus millones de expatriados-, el peligro son los refugiados, o la globalización que los propios europeos iniciaron en el siglo XVI. México no se ha librado de ese terrible monstruo que cambia de aspecto, significado o color a conveniencia del usuario. El aumento del precio de la gasolina, la depreciación del peso frente al dólar, la falta de crecimiento económico o el déficit comercial con diversos países, se deben a malévolos condicionantes externos que no tienen nada que ver con nuestras malas políticas y decisiones. Como lo afirmó el siniestro mariscal de Adolfo Hitler (que fue inigualable para manipular a las masas), Hermann Goering: lo que el líder debe hacer para que la gente lo apoye, es decirles que están siendo atacados por un enemigo, y acusar de antipatriotas a los que no lo respalden. El problema no es que la ancestral artimaña se siga empleando, sino que millones de ingenuos acepten ciegamente la existencia de un conveniente enemigo foráneo real o irreal, que es poliforme, multiusos y multidimensional.