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El propio informe de Richard Mueller sobre el Russiangate, describe su impacto en Donald Trump. Cuando en mayo último fue informado se abriría la investigación, exclamó: “Dios mío, mi presidencia está acabada.” Consciente de su falta de escrúpulos e inmoral conducta, esperaba lo peor, pero como la ambigüedad caracteriza dicho informe, su suerte no dependerá de las revelaciones del mismo, sino de la evolución de la política doméstica. En vista de que Mueller no quiso enfrentar las consecuencias de acusar formalmente a un presidente -menos a uno tan visceral, vengativo y destructivo como el actual-, fue profesional, políticamente correcto y, como Poncio Pilatos, se lavó las manos dejando al Congreso la decisión final.
En efecto, tras una minuciosa investigación de 22 meses, Mueller y su equipo concluyeron –tal como lo sostuvieron agencias de inteligencia que el propio presidente desautorizó- que el gobierno ruso intervino masivamente las elecciones de 2016 para que Hillary Clinton perdiera y Trump ganara. Pero a pesar de ello, de que se comprobó que la familia Trump y altos mandos de su campaña tuvieron infinidad de contactos con rusos; que 34 miembros de dicha campaña –o incluso ya del gobierno- fueron acusados, sancionados o encarcelas por delitos vinculados a esas relaciones, el informe concluye que no se pudo “comprobar una colusión criminal” entre unos y otros (¿?). Siendo que nuestros vecinos son exaltados chauvinistas nacionalistas, sorprende no se mencione la “traición a la patria”, pues todos los señalados tuvieron conocimiento, simpatizaron y alentaron la injerencia de un país históricamente enemigo, en un importantísimo proceso interno. Dinero y ambición de poder silenciaron todo escrúpulo patriótico
Lo mismo ocurre con la obstrucción de justicia: aun cuando se detectaron muchas acciones ordenadas por el presidente para frenar las pesquisas e incluso para cesar a Mueller, se concluye que corresponderá al Congreso decidir si fueron actos criminales. Mueller deja ver que, más que una cuestión de leyes y justicia, es un asunto político del que se excluye. La ambigüedad prevalece: no hay colusión, pero tampoco exoneración.
En lo que no hay ambigüedad, es en revelar claramente que la Casa Blanca de Trump es una de las más caóticas, conflictivas, corruptas, nepotistas, plagada de conflictos de interés, toxicas, mentirosas, ineficientes, destructivas y anormales de la historia de la nación.
La ultima artimaña para sabotear el informe fue del Procurador William Barr (sustituyó a Jeff Sessions forzado por Trump a renunciar por no abortar la investigación de Mueller), quien solo hizo público un resumen de cuatro cuartillas de un texto de 448 páginas, que exoneran al presidente de cualquier delito. Obviamente Trump magnificó la falsa afirmación proclamándose triunfador de una cacería de brujas inventada por los demócratas y los falsos, mentirosos y deshonestos medios de comunicación. Pero como los demócratas presionaron para que se entregara el informe completo, se divulgó la ambigua conclusión de que, si bien no se encontraron pruebas fehacientes de colusión con los rusos o de obstrucción de la justicia, ello no significa que no existan. En atención a que el escenario político es semejante a la forma en que en EU imparten justicia, no es tan importante lo que el informe diga, sino la habilidad de unos u otros para convencer al jurado de su respectiva versión. Por ende, el informe contribuirá a que la próxima campaña electoral sea más polarizada y ríspida, lo cual inevitablemente afectará a México y dará grandes satisfacciones a quien propició semejante embrollo: Vladimir Putin.