Además de las razones históricas para los ciberataques rusos descritas en la primera parte de este artículo, existen las relativas a la actual situación de la política mundial, cuyo telón de fondo es el hecho de que, el fin de la Guerra Fría, no significó que terminara la animosidad y rivalidad entre Washington y Moscú. Como tras el colapso de la URSS la nueva Rusia se sintió acosada por Estados Unidos y la Unión Europea, se opuso a que sus anteriores posesiones se integraran a la OTAN o a la UE. Ese fue el caso de Crimea: conforme a un manipulado plebiscito por Moscú, se separó de Ucrania y se incorporó a la Federación Rusa. Por ello se impusieron sanciones a Rusia que perjudican la economía del país y las finanzas de su cleptocrácia, de la cual forma parte Vladimir Putin, considerado uno de los hombres más ricos del mundo.

En respuesta, Putin recurrió a los viejos métodos de la KGB (de la que fue espía) y a otros más novedosos de la era digital, para contrarrestar, debilitar y fragmentar a Occidente. Aprovechando la adicción de los occidentales a las redes sociales, el gobierno ruso creó eficientes ciberejércitos de hackers, troles y bots, e igualmente contrató empresas de aliados del zar como la Internet Research Agency (llamada “fábrica de troles”) ubicada en San Petersburgo. Su objetivo fue robar información, diseminar noticias falsas, esparcir calumnias, destruir reputaciones, infundir miedo, alarma y pánico, engañar, seducir, distraer, desinformar, etc. Su impacto sobre una opinión publica abierta y democrática se reflejó en el resultado de las elecciones de Estados Unidos y de los referéndums del Brexit en la Gran Bretaña y de la independencia de Cataluña. La operación en EU fue la de mayor envergadura: la maligna propaganda política llegó a 126 millones de estadounidenses, la citada IRE de San Petersburgo invirtió 2.3 millones de dólares, contrató a 90 rusos y a 100 estadounidenses, que incluso realizaron en el país más de 40 mítines políticos. A lo anterior obviamente se agregaron los turbios negocios con Trump, su familia y sus principales colaboradores que son investigados por el fiscal especial Robert Mueller.

Las reseñadas razones relacionadas con la historia pasada y presente de la política mundial son suficientes para interferir en nuestras próximas elecciones, pero un aliciente adicional es la preocupante situación de EU. Por una parte, se encuentra debilitado, desorientado, distraído, dividido, polarizado y sin rumbo bajo el locuaz liderazgo unilateralista de un Trump que llegó a la presidencia con el apoyo ruso. Por la otra y como ello ha provocado serias tensiones con México que es pieza clave para su seguridad nacional, dichas elecciones son oportunas para crearle un problema adicional a la atribulada superpotencia, que mayormente beneficie las ambiciones geopolíticas de Putin. El INE, cabe señalar, ya recibió la solicitud de supuestos mexicanos para ejercer su derecho a votar en el extranjero, a través del sitio votoextranjero.mx registrado en San Petersburgo (¿?).

A lo anterior agreguemos que nuestra naive, provinciana y cortoplacista clase política, ha contratado tenebrosas empresas como la Cambridge Analytica —involucrada en las elecciones de EU y en el Brexit—, olvidándose que son mercenarias que adquieren importantes conocimientos, que luego venden al mejor postor.

En síntesis, los comicios de 2018 no sólo serán sumamente competidos, conflictivos y riesgosos por el papel que desempeñarán los actores políticos mexicanos, sino también por los indeseables ciberataques de Rusia que buscarán crearnos un problema adicional con el intratable gobierno de Trump.

Diplomático y embajador de carrera

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