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Washington.— Antes de partir rumbo a Hanói (Vietnam) para entrevistarse con el norcoreano Kim Jong-un, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo una de sus clásicas frases hiperbólicas: “Tendremos una cumbre muy fantástica”. Quizá será tremenda, pero nadie espera grandes resultados y mucho menos el objetivo que lleva persiguiendo Estados Unidos: la desnuclearización.
Las expectativas para la segunda cumbre entre Trump y Kim son escasas, y más teniendo en cuenta el pobre resultado obtenido de la primera, celebrada el pasado noviembre en Singapur. “Lo que sería un fracaso es otra declaración vaga sobre intenciones con pocas acciones concretas que los bandos se comprometan a hacer”, apunta Jung Pak, experta en las relaciones entre Corea y EU del Brooking Institute.
Trump llega a Vietnam con una “sensación especial”, quizá gracias al intercambio de cartas entre líderes del que tanto se vanagloria. Dentro de la Casa Blanca, el mayor temor es que Trump busque un gran anuncio que pueda publicitar, que le proyecte una imagen de genio de la diplomacia con el país más hermético del mundo. Eso podría llevarle a una declaración formal del fin de la Guerra de Corea, en pausa por armisticio desde 1953, aun si a cambio no recibe nada concreto.
El temor está en el momento en el que los dos líderes se vean a solas, sólo acompañados de intérpretes, sin nadie que los controle. Muchos temen que eso pase y más teniendo en cuenta la fijación por obtener el Nobel de la Paz, en el que quizá no se obcecaría si no fuera porque su predecesor, Barack Obama, lo recibió meses después de llegar a la Casa Blanca.
La base de Trump en la negociación con Pyongyang es que “mientras no haya tests [de misiles], estaremos felices”. “Eso no es un éxito”, contrasta Bruce Klingner, analista de asuntos coreanos y japoneses del conservador The Heritage Foundation, crítico con las declaraciones victoriosas “excesivas y prematuras” de la administración de EU sobre los progresos realizados.
“No ha sido más exitoso que sus precedesores”, argumenta, diciendo que lo único que ha conseguido es “establecer una relación personal” con Kim, sin un progreso “tangible” hacia la por ahora útopica idea de una desnuclearización “verificable, completa e irreversible”.
Apunta que en Singapur, Trump cometió tres errores: aceptar una declaración sin fundamentos claros; cancelar de forma unilateral ejercicios militares con aliados sin esperar nada a cambio; y elevar la posición de Kim a pesar de que sigue siendo criticado y sancionado por EU por su violación de los derechos humanos.
“En la segunda cumbre no puede repetir los errores. Debe tener substancia en vez de sólo pompa y circunstancia”, dice.
Las expectativas son bajísimas y más con Trump diciendo en los últimos días que “no tiene prisa” ni “calendario” para que Norcorea deje de tener arsenal atómico y destruya sus cabezas nucleares, y de las que no se sabe el número exacto, aunque agencias de inteligencia apuntan que podrían ser 65.
Para Robert Litwak, vicepresidente del Wilson Center y experto en no-proliferación, seguridad y armamento nuclear, EU debería pasar de una estrategia transformacional del régimen norcoreano a un plan transaccional: objetivos claros. Pagar el precio de frenar la producción de armas nucleares con alivio de sanciones.
Pero la disfuncionalidad de la gestión Trump hace que parezca que no haya plan. Algunos de los funcionarios de la Casa Blanca, con el asesor en seguridad nacional John Bolton a la cabeza, creen que el diálogo no llevará a ninguna parte. Otros, como el secretario de Estado, Mike Pompeo, contradicen al presidente al asegurar que Norcorea sigue siendo una “verdadera amenaza nuclear”.
Corresponsal