Del 18 al 24 de octubre se celebró el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, en el que su Secretario General y presidente de la República Popular, Xi Jinping, renueva su mandato por cinco años hasta el 2022. Sin duda la noticia más relevante es que el Congreso aprobó elevar el Pensamiento Xi Jinping sobre Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era en la propia Constitución del partido, con lo cual se pone al nivel de los grandes líderes chinos como Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao. Sin embargo, esta renovación del mandato por cinco años revela un poder que sólo el Gran Timonel Mao tuvo en el país. Xi tiene la ambiciosa visión de convertir a China en una “gran potencia”, en un moderno país socialista en 2050, para lo cual es necesario transformar la economía con nuevas reformas, combatir la corrupción y garantizar la modernización del ejército bajo el absoluto liderazgo del partido. Así, parece que el futuro del país está literalmente en manos del líder.
Más aún, por importante que sea la figura de Xi dentro de China, las repercusiones de la consolidación de su poder son mayores en la escena internacional. Su visión del papel de China en el mundo es particularmente relevante para los siguientes años. La aprobación del informe del 18 Comité Central refrenda su punto de vista por articular una estrategia para revitalizar la economía mundial a través del comercio, infraestructura e inversión (el plan La Línea La Ruta y la Ruta Marítima de la Seda) conectando Asia, África y Europa; Xi ha propuesto también materializar a futuro un Acuerdo de Libre Comercio para Asia Pacífico frente al proteccionismo de Estados Unidos, y se ha comprometido a promover simultáneamente el desarrollo para el país y el mundo. En términos de diplomacia, China bajo el mandato de Xi ha prometido no buscar la hegemonía o expansión de su influencia —a pesar del escepticismo internacional—, y de desempeñar un papel más activo en la gobernanza global y en temas relevantes para el mundo como la seguridad y paz en la Península Coreana, en el Oriente Próximo y el combate al cambio climático.
Sin duda, Xi se erige como el líder chino más poderoso desde Mao. Encabeza las principales comisiones del Estado (incluyendo las de seguridad nacional, ciberseguridad, reforma y asuntos marítimos), y es considerado un político implacable con sus adversarios políticos. El combate a la corrupción dentro del partido, que ha resultado en más de un millón de personas sancionadas, puede ser considerado también, en las más altas esferas (como lo atestiguan los arrestos de Bo Xilai o Zhou Yongkang), un efectivo mecanismo para despejar el camino de élites políticas ajenas a la visión futura del país de Xi.
La gran incógnita es si Xi mantendrá el liderazgo personal tras sus próximos cinco años a fin de dirigir su proyecto, si habrá alguna reforma a los estatutos del partido para permitir un tercer mandato, o si ejercerá el poder cinco años después en alianzas con miembros del recientemente electo XIX Comité Permanente del Politburó (la cúpula del partido de donde saldrá el próximo presidente).
Xi es algo más que un tecnócrata como los líderes chinos precedentes: es un verdadero líder político con una visión del mundo. En China, la teoría de Xi lo coloca como el principal responsable del futuro éxito o fracaso económico. En el mundo, la comunidad internacional ve con interés y gran admiración, pero sobre todo con mucha cautela, la visión de Xi para elevar a China como el principal motor económico mundial y como un actor que ya moldea el orden internacional.
Coordinador del Programa de Estudios
Asia Pacífico del ITAM
@ulisesgranados