Si hace tres años alguien asegurara que el vociferante empresario Donald Trump sería presidente de Estados Unidos, se le calificaría de bromista. Sin embargo, hoy se trata de una realidad incómoda y peligrosa para el mundo.
Si hace unos meses alguien asegurara que el gobierno de Estados Unidos haría lo posible por distanciarse de la Unión Europa y promover su confrontación, como Trump recientemente ha sugerido al gobierno del Reino Unido, esa idea sería simplemente loca.
Si hace poco tiempo alguien hubiera previsto que el gobierno de Estados Unidos marcaría una sensible distancia con los países de la OTAN, que fue creada para protegerse de las amenazas de la ex URSS y ahora de Rusia, también se calificaría a esa idea de absurda.
Si se hubiera apostado que el presidente de Estados Unidos se deshiciera en halagos para el presidente de Rusia, al mismo tiempo que descalificara a los servicios de seguridad y espionaje propios, esa apuesta se valoraría perdida de antemano.
Si hace poco se hubiera divulgado que el gobierno de Estados Unidos promovería una guerra comercial contra sus principales mercados y aliados históricos, nadie hubiera hecho caso. Hoy, la realidad es que China, Canadá, México y la Unión Europea, además de otros países que forman las redes comerciales más potentes de Estados Unidos, están indignados por las iniciativas proteccionistas de Trump y han comenzado a reorientar sus ejes económicos. Apenas hace unos días la Unión Europea firmó un acuerdo de libre comercio con Japón, por ejemplo.
Si alguien hubiera anticipado que miles de niños, muchos de ellos menores de cinco años, serían separados de sus padres y madres y encerrados en instalaciones improvisadas, entre llantos y jaulas, se hubiera dicho que eso no sería posible, que sería inhumano y contrario a sus derechos fundamentales. Hoy sabemos que más que eso ha sucedido, justificándose esta atrocidad con el “crimen” cometido por sus familiares al pretender sobrevivir y encontrar refugio en el país vecino.
Visto este rápido panorama de acciones nominalmente imposibles hasta hace poco tiempo, además de otras muy graves no mencionadas aquí, es un hecho que en Estados Unidos están ocurriendo eventos ahistóricos, que pretenden regresar el reloj de la humanidad y que apuntan a modificar el mapa político mundial.
Paradójicamente, la agenda insólita de Estados Unidos parece corresponder al mundo imaginado por Vladimir Putin. La añeja rivalidad entre Occidente y Oriente, entre Estados Unidos y Rusia, se está resolviendo por el camino de la implosión de las instituciones y política interna de Estados Unidos. Sin un solo disparo, incluso sin amenaza alguna. Más aún, entre halagos al gobierno de Rusia, como hizo Trump recientemente en Helsinki y que hoy es motivo de escándalo mundial.
Estados Unidos se encuentra así en una ruta desaforada guiada por la mano de Trump y apoyada por un desconcertante Partido Republicano, que se ha replegado con la obediencia propia de la clase política de un país bananero.
¿Cuál es la explicación? Por una parte, una ideología de ultra derecha, racista, xenófoba, prepotente... e ignorante. Parecía que se había extinguido después de los años sesenta. Pero nada, revivió. De otra parte, y esta es la cuestión crítica en la coyuntura, la materia del debate es algo muy básico: aquello que Putin sabe de Trump, de sus finanzas personales, del financiamiento de su campaña, de sus oscuras conductas privadas. Es notoriamente anormal el tono pro Putin de Trump, tanto como su apego a un extraño guión de política internacional.
En la lógica de Trump, mejor salvar su pellejo que anteponer el interés de su propio país. Este balance está circulando cada vez con más fuerza en Estados Unidos, condensando la polémica pública de estos días.
Por ello es trascendente la investigación judicial, actualmente en curso, sobre la intervención rusa en las elecciones de 2016 que le dieron a Donald Trump la Presidencia. El escenario más grave sería ver a la Nación más poderosa del mundo sometida a la agenda y poder de su archirrival, en función de los intereses personalísimos de su presidente.
Por supuesto, a México le interesa profundamente el desenlace del anterior dilema. En lo inmediato, para que nos quede claro con quién estamos negociando efectivamente. Mejor esperar. No debe tardar mucho más tiempo el fiscal especial Robert Mueller para mostrar sus hallazgos principales. Este puede ser el punto final para el actual desconcierto de la política seguida por Estados Unidos, que pareciera fundamentarse más en asuntos vulgares y personales y muy poco en una estrategia que pretenda nuevas dinámicas globales.
Profesor investigador del Centro Geo.
Ex Presidente de El Colegio
de la Frontera Norte