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El mercado global de las subastas de relojes tiene un tamaño estimado de 300 millones de dólares anuales, según un cálculo de Christie's, que domina esta categoría junto con Sotheby's, Phillips y Antiquorum. En las subastas del primer semestre de 2016 organizadas por estas casas se ha registrado una efervescencia importante y varios relojes antiguos han impuesto récords de venta. Esto contrasta con la tendencia negativa en las exportaciones de relojes suizos nuevos, que en abril de este año habían disminuido 11.1 por ciento en comparación al mismo mes de 2015.
Aurel Bacs es una de las principales figuras del buen momento de las subastas de relojes, que se extiende a varios años atrás. Como director del Departamento Internacional de Relojes de Christie’s, Bacs aumentó la facturación de 8 millones de dólares en 2003 a 127 millones de dólares en 2013, cuando salió de esa compañía.
También ha impuesto récords históricos de compra y venta: en 2014, con su firma Bacs & Russo, adquirió el reloj de bolsillo Henry Graves Supercomplication de Patek Philippe por 24.4 millones de dólares para un coleccionista en una subasta de Sotheby’s; y en noviembre de 2015 vendió el reloj de pulsera Patek Philippe 5016A por 7.2 millones de dólares en el evento benéfico Only Watch.
Bacs y su esposa Livia Russo se asociaron a finales de 2014 con la casa de subastas Phillips para refundar su Departamento de Relojería. El objetivo, según él, es “encontrar los guardatiempos mecánicos más hermosos y hallarles un hogar” entre coleccionistas de nivel superior.
Con Phillips, una de las grandes novedades es que ha organizado subastas monotemáticas, como una dedicada solo a cronógrafos de acero y otra al reloj Day-Date de Rolex.
Livia y usted dejaron Christie’s en noviembre de 2013. ¿Cómo ha cambiado su perspectiva desde entonces?
—Estuvimos diez años en Christie’s. Habíamos logrado tanto que no veíamos hacia dónde crecer, y algunas de nuestras visiones sobre el mercado no eran compatibles con las de la compañía. Estábamos perdiendo contacto con el coleccionista y con los relojes. En el verano de 2014 iniciamos una empresa [Bacs & Russo] cuyo objetivo es atender a un pequeño número de coleccionistas que quieren vender y comprar los guardatiempos más finos del mundo. Cuando empezamos con nuestra compañía, nos dirigíamos a un grupo reducido de coleccionistas de nivel superior, intelectuales, emotivos, curiosos; no consumidores. Curiosamente, llegó la temporada de subastas de noviembre y, pese a ser una consultora pequeña, compramos el 40 por ciento del valor de lo que se estaba subastando en Ginebra. En la subasta 175 de Christie’s adquirimos 50 por ciento. En la de Sotheby’s obtuvimos el Henry Graves de bolsillo por 24.4 millones de dólares. Compramos unos diez relojes —35 millones de dólares— para un puñado de clientes. Era justo lo que queríamos hacer.
¿Las subastas relojeras han cambiado desde que salió de Christie’s?
—No han cambiado pero sí se han vuelto más extremas. La gente está harta de la producción masiva de relojes sin corazón, sin alma, y de las piezas vintage restauradas con componentes incorrectos. Están hartos de comprar en línea. Quieren vivir la experiencia de comprar, tocar, probarse, oler. Parece que estamos regresando a los inicios del siglo xx. Los coleccionistas otra vez quieren tener interacción. Por eso lo que hicimos con Phillips fue una subasta mucho más pequeña que las de todas las casas. Somos como un relojero independiente que sólo fabrica 500 piezas al año y no podemos competir con los grupos grandes.
"Lo que no sabíamos era que a la gente le entusiasmaría tanto el concepto. Tuvimos resultados más altos que todas las otras casas juntas. Eso me hizo entender que el mercado es aún más extremo de lo que yo pensaba. La gente no quiere comprar un reloj absurdo por diez mil o veinte mil dólares. Por absurdo me refiero a una pieza que dice en la caja: “Edición limitada de diez mil ejemplares para conmemorar la pelea de box en Las Vegas de zutano contra fulano”. No quieren pagar un prémium sólo porque una manecilla del cronógrafo es azul en vez de negra. Están buscando valor real. Éste puede ser mecánico, histórico o artesanal; algo especial. Una edición de diez mil relojes no tiene nada de eso".
¿Cree que la casas de subastas pueden hacer curaduría de revalorización de marcas?
—Por supuesto. Uno de los valores principales de una casa de subastas son los especialistas que traen valor a la mesa. Por eso se cobra una comisión. Una vez que compras una pieza puedes leer dónde aparece en la literatura, cuántos ejemplares existen, el año de producción, cuándo fue visto el último. El conocimiento es valor. Esas subastas dan el mayor valor porque exploran un modelo cronológicamente, y en el futuro, cuando veas ese modelo puedes decir: “Déjame ver el catálogo… 1969, ¡ah, 1970! Dice que hicieron 1,200 ejemplares ese año. Tiene las manecillas así, esto así…” Y entonces [el catálogo] se convierte en literatura. No es obsoleto; la erudición rara vez lo es. Es algo que eBay no puede ofrecer. Ahí la comisión es de menos de 20 por ciento pero no te dan tu pieza investigada en un libro. Entonces, la decisión del comprador depende de su prioridad.
¿Hay riesgo de perder la magia cuando una casa de subastas abre una tienda?
—No necesariamente. El riesgo está cuando es una tienda en línea, pues el comprador no puede asistir. Muchas de esas tiendas no las opera el director internacional [de la casa de subastas], sino alguien más junior. Si estoy pagando 20 por ciento de comisión no quiero que me atienda un novato. Quiero el beneficio del valor que la compañía me puede dar. He expresado abiertamente mis reservas en cuanto a la compatibilidad entre los productos de verdadero lujo y la venta digital. Es interesante que Patek Philippe no venda relojes en línea. Este año hicimos algo opuesto a una venta en línea. Relojes de cientos de miles de dólares que tienes que venir a Ginebra a ver, oler y tocar.