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Es un asunto de tiempo. La cuenta atrás inicia y las posibilidades de salvar el mundo de la invasión alienígena y la destrucción humana son cada vez más remotas. La acción se apodera del espectador en Independence Day, Contraataque, que se estrena mañana viernes. El protagonista, Jake Morrison, interpretado por Liam Hemsworth, pilota una nave en medio de la destrucción. Solo se siente seguro porque en su muñeca lleva un reloj Hamilton Khaki X-Wind Auto Chrono. Un guardatiempo con tintes militares que lo ayuda en su cruzada mesiánica para rescatar a la humanidad. Un primer plano del actor mirando el primer cronógrafo con calculadora de ángulo de deriva, una función que permite al piloto calcular y registrar con precisión los vientos cruzados durante su viaje, hace que todo el público mantenga en su retina el objeto que salvará al mundo.
En este film, el uso del reloj como integrante protagónico ya no sorprende a nadie. Es un recurso de las firmas de moda y lujo para conquistar nuevos adeptos. Es más, las alianzas entre el cine y las casas relojeras representan un patrocinio cuantioso que obliga, incluso, a campañas publicitarias conjuntas. No es nada nuevo, que la gran pantalla es un buen escaparate con posibilidad de vender historias increíbles con productos que se cuelan en escenas y que se hacen apetecibles al ojo humano. Pero hace muchos años, los relojes y otros objetos de lujo no eran enfocados por la cámara por su capacidad de generar negocio, sino porque eran objetos cotidianos. Así, que como muchas cosas, todo empezó por casualidad, cuando alguien con instinto de rey Midas se dio cuenta del potencial de cobrar por identificar a un héroe con un reloj, por ejemplo.
La leyenda y el marketing posterior comenzó en serio con James Bond. Pero no al principio de la saga, cuando vestía un Rolex (el escritor Ian Fleming, quien inventó al personaje lo describía con uno de ellos en su novela). Así que podías ver a Sean Connery quitándose de encima a los enemigos más letales con un Submariner en la muñeca pero sin pretensiones de marketing.
Pero alguien se fijó en el impresionante impacto del cine a la hora de publicitar los mejores modelos. Ese alguien se llama Jean-Claude Biver, conocido como el mago del marketing en la industria relojera, y se convirtió en uno de los pioneros de lo que hoy se conoce como product placement. En el caso de Biver, hoy jefe de la división de relojería de LVMH y CEO de TAG Heuer, la marca a posicionar era Omega y el medio para lograrlo las nuevas entregas del agente 007. Así que desde 1995, cuando Pierce Brosnan se puso en la piel de Bond, en GoldenEye, Rolex se cambió por Omega. El agente más famoso del planeta se plantó un Seamaster con brazalete de acero. La buena relación Omega-Bond continúa hasta la actualidad. En la última cinta, Spectre, el Bond interpretado por Daniel Craig lleva el nuevo Seamaster 300 Special Edition Spectre que soporta campos magnéticos de 15,000 Gauss sin inmutarse. Una herramienta de defensa tan eficaz como un arma, por lo menos publicitaria.
Antes del idilio Bond-Omega, otras compañías hicieron sus alianzas con actores o actrices, como la famosa relación de Steve McQueen con TAG Heuer. Precisamente en julio, se estrena en México el documental The Man and Le Mans, un documental que revela momentos inéditos del rodaje que se hizo en 1970 cuando el actor quiso llevar al cine su otra pasión, la de las carreras. Y puso todo su empeño y dinero en retratar la carrera que más amaba, las 24 horas de Le Mans. Para hacer la cinta más real vistió el uniforme del piloto Jo Siffert y en la muñeca se puso el cronógrafo TAG Heuer Monaco que se lanzó un año antes y sorprendió por su silueta cuadrada con corona a la izquierda.
Si seguimos indagando hay más presencia de relojes en el cine de la que pudiéramos imaginar. O por lo menos, actores convertidos en embajadores tácitos de algunos modelos que han quedado inmortalizados para la historia. Es el caso de Paul Newman y un modelo de Rolex Daytona. O la alianza de Ursula Andress con Piaget. Los ejemplos recientes abundan más todavía. La premiada Gravity del mexicano Alfonso Cuarón incluyó un Omega Speedmaster en la muñeca de George Clooney. Otro actor, Ben Afleck, mostraba su personalidad en Argo con un Rolex Sea-Dweller (por cierto, la trama transcurría en 1979 y el reloj se lanzó en 2008).
Seguimos con el juego de detectar máquinas del tiempo en películas recientes. Como el Jaeger-LeCoultre que luce el mafioso ruso que interpreta Viggo Mortensen en Eastern Promises. O el Patek Philippe que dice la hora a Ryan Gosling en su papel de cowboy rudo en Drive. También en las series se cuelan estos instrumentos: Donald Draper utiliza un Jaeger-LeCoultre y un Omega en algunos capítulos de Mad Men. Y a Mr. White (Bryan Carston en Breaking Bad) le encanta observar su Monaco de TAG Heuer en el buró junto a su cama.
Está claro que colocar un reloj en un taquillazo cinematográfico es una buena estrategia de marketing. Las firmas suizas blindan la información sobre las cifras invertidas en este rubro. Pero, a juzgar por lo que vemos en la gran pantalla, los relojes se han convertido en actores de reparto que generan importantes dividendos.