El Sea-Dweller, la criatura marina, el rey de los relojes-herramienta, cumple 50 años y en Rolex las efemérides históricas se celebran compilando principios. Y para llegar a una nueva conclusión de un reloj forjado en continua experimentación con profesionales del buceo del programa Sea-Lab de la Armada Americana, la Compagnie Maritime d’Expertise (Comex), los ensayos de vida subacuática Tektite I y II o la reciente expedición Deepsea Challenge de James Cameron, como lo es este ‘simple rojo’ de 2017, exige la revisión de algunos antecedentes.

Hans Wilsdorf, un huérfano criado en un orfanato, tuvo presente al fundar Rolex que en el estrenado siglo XX había necesidad de un reloj civil tan resistente como la vida misma. Las revoluciones tecnológicas empezaban a llegar a los hogares y los más avezados militares querían controlar el tiempo de sus operaciones cómodamente desde el brazo, un emplazamiento más expuesto que el bolsillo. En este contexto, la complejidad de las funciones o el valor del metal pasaban a segundo plano, pero la hermeticidad a los rigores del ambiente se volvía prioritaria.

Ya en 1922, dos años antes de que Hans Wilsdorf diera con la solución de la caja hermética, la famosa Oyster, apareció el primer Rolex proto-hermético. Era un reloj estándar protegido por una segunda caja sellada con la corona oculta sin posibilidad de manipulación desde fuera. Pero en este conato de instrumento el bisel ya tenía estrías.

Cuando el 7 de octubre de 1927 Mercedes Gleitze atravesó a nado el Canal de la Mancha equipada con un Oyster con juntas de sellado en la caja, el primer bisel diferenciado y fondo y corona de doble junta arroscados, Rolex publicó un anuncio: “El deseado reloj que desafía a los elementos.” Y era cierto. El agua era el medio natural para ensayar la pericia de los relojes. Aquí estaba el germen de reflexión de lo que 40 años después sería el Sea-Dweller.

Los primeros buzos militares aparecieron en la US Navy durante la Primera Guerra Mundial, pero los avances para el buceo autónomo de saturación no llegaron hasta los años 30 y 40 con los sistemas SCUBA (acrónimo de Self-Contained Underwater Breathing Apparatus). Los franceses Jacques-Yves Cousteau y Émile Gagnan desarrollaron los primeros Aqua-Lung regulables (sistema de respiración autónomo) de los que se sirvió la Armada Francesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero, en los inicios, la mezcla respiratoria de los tanques se volvía tóxica bajo cierta presión y prolongado tiempo, por eso era necesario contar con un reloj-herramienta profesional que gestionara el control de los tiempos de inmersión y de la descompresión en los ascensos. Parece que Cousteau pasó la idea, entre otros, a su amigo René-Paul Jeanneret, director de relaciones públicas de Rolex, y éste llevó el proyecto a Hans Wilsdorf.

En 1953 aparece Cousteau en una foto durante el rodaje de su aclamado documental Le Monde du Silence con el prototipo de un nuevo reloj Submariner Ref. 6204 en la muñeca. Era sólo el comienzo de una nueva era de guardatiempos de alto desempeño con características propias que, a diferencia de los relojes militares Panerai, una firma italiana de la que Rolex era proveedor desde los años 30, estaban desarrollados según las exigencias de los exploradores del océano pero se ofrecían también al público.

Por primera vez se soportaba una presión a 100 metros bajo el agua gracias a una caja Oyster de acero de 38 milímetros y a su corona arroscada con un sistema de doble sellado patentado Twinlock. Las horas y los minutos se mostraban a gran tamaño con puntos e índices luminiscentes con un triángulo referencial a las 12 horas para no distraer la atención de la numeración de minutos en un bisel giratorio de aluminio para el cálculo de medición en la inmersión. Por último, un brazalete de acero inoxidable articulado solucionaba la sujeción por su resistencia a la corrosión y la fijación de seguridad que ofrecía sobre el traje de buceo.

Ese mismo año, Auguste Piccard descendió en el mar 3,150 metros con el sumergible Bathyscaphe FNRS-2 diseñado por él mismo, y Hans Wilsdorf, como en el Canal de la Mancha, volvió a demostrar grandes dotes de mercadólogo. Colocó el Submariner en el casco del “submarino” de Piccard y cuando ascendió se comprobó que el reloj estaba en perfecto funcionamiento. “La vida es el mejor laboratorio de pruebas”, solía decir el fundador de Rolex. Habían nacido los códigos del primer reloj pro de buceo y las soluciones eran tan acertadas que ninguna marca las volvió a poner en duda en la posteridad.

Durante la década de los 50, Rolex se dedicó a presentar otros profesionales y a la evolución del reloj de buceo.

En 1954, el Submariner mejora su lectura con una aguja de la hora con pastilla luminiscente para aumentar la visibilidad en la oscuridad del mar y una corona más grande que permitía hermeticidad ahora hasta de 200 metros, el límite donde la luz del sol se retira bajo el agua para dar paso a la dimensión desconocida. Cinco años después, la caja del Submariner se perfecciona con unos protectores de corona (la parte más vulnerable para la estanqueidad) y se estrena un bisel con estrías agrandadas para facilitar su manipulación. Al bisel giratorio se le añade la marcación de minutos entre el cero y el 15, para conteos más rigurosos, y la caja de acero se agranda hasta 40 milímetros.

Y si en los 50 se habían forjado los estereotipos, en los 60 tocaba probar sus límites. La década comienza con el batiscafo Trieste tripulado por el suizo Jacques Piccard, hijo de Auguste, y el estadounidense Don Walsh descendiendo a 10,916 m en las fosas Marianas. Era el inicio de una era dorada para la exploración oceanográfica que transfería sueños de conquista a los civiles.

Rolex y su rey del abismo
Rolex y su rey del abismo

Rolex nuevamente se sumó al proyecto fijando en el exterior del batiscafo un reloj Deep Sea Special con cristal en forma de cúpula geodésica construido con las mismas leyes físicas con las que había sido diseñada la cápsula con tecnología alemana del Trieste y lista para soportar presiones de 11 toneladas por centímetro cuadrado sobre la estructura del reloj. El sumergible y el reloj emergieron a la superficie después de nueve horas en perfecto funcionamiento. Rolex salía coronado de esta aventura como el aliado imprescindible de los grandes proyectos subacuáticos.

Rolex y su rey del abismo
Rolex y su rey del abismo

En 1961, el francés Henri Germain Delauze, antiguo integrante del equipo de Jacques Cousteau en el Calypso, funda en Marsella Comex, desde entonces líder mundial en ingeniería submarina profunda aplicada a la perforación de plataformas petroleras o cableado bajo el océano.

En esos años se descubren nuevas mezclas respiratorias (el hidrógeno para respirar se vuelve tóxico bajo presión) que permiten a los buzos civiles de Comex y a los militares del programa Sea-Lab, la otra punta de lanza de las conquistas bajo el agua, descensos a mayor profundidad. Cuando en 1966 los hombres de Comex realizan trabajos con normalidad a 160 metros de profundidad, Rolex sabe que los 200 metros que acredita el Submariner serían pronto insuficientes.

Con la asesoría de Bob Barth y T. Walker Lloyd, dos marines buzos del programa Sea-Lab y los múltiples contactos con los equipos de Comex, Rolex desarrolla en 1967 el primer Sea-Dweller, una evolución extrema del Submariner lista para inmersiones hasta 610 metros. El fenotipo es el mismo, pero la gran novedad es una válvula de helio patentada que facilita al reloj la misma descompresión automática de la saturación de las partículas de gas helio acumulada que realizan los buzos a través de la piel con descompresiones controladas en el ascenso. Sin este sistema el cristal del reloj explotaría en una ascensión sin descompresión. La evolución incorpora también un brazalete con dispositivo propio Fliplock, un sistema de láminas de extensión para ajustar el reloj sobre un traje de buceo sin herramienta.

Al parecer Rolex facilitó los Sea-Dweller a los buzos de Comex a cambio de los análisis de comportamiento del instrumento. Los Rolex Comex, nunca vendidos al público y tan ansiados en las subastas, iban incorporando mejoras como aliados de los sucesivos records. Nunca antes la física, la ingeniería, la aventura y la relojería habían colaborado tan estrechamente en pro del avance técnico.

En 1968, los hombres de Comex operaban a 300 metros con la ayuda del Sea-Dweller y cuando en 1977 descendieron a una profundidad de 501 metros, próximo a los límites permitidos por el Sea-Dweller, un año después la firma de la corona ampliaba la resistencia de su criatura marina a 1,220 metros con las necesarias mejoras. Esto es: la corona perfeccionada con triple sellado de hermeticidad Triplock (1970). En 1992, Comex alcanzó el límite de exploración profunda en cámara hiperbárica hasta 701 metros, un record que hoy continúa, y allí estuvo, como en todas sus expediciones, un Sea-Dweller.

Dirigido a sus seguidores en tierra, la firma suiza publicó un anuncio sin dobles intenciones: “Rolex baja a 1,220 metros aunque los buzos no”. Para entonces, otras mejoras se sumaban a los estándares del profesional del buceo: un cristal de zafiro sintético más resistente (1979), el uso del súper acero 904L más resistente a la corrosión (1985) o el cierre patentado Glidelock de doble sistema que permite a los submarinistas alargar el brazalete hasta 20 milímetros con incrementos precisos cada 2 milímetros.

Las dos últimas evoluciones pueden calificarse de extremas: el Rolex Deepsea de 2008, un batiscafo de muñeca de 44 milímetros de diámetro que permite inmersiones hasta 3,900 metros gracias al Ringlock System, un novedoso anillo de acero enriquecido con nitrógeno en el interior de la caja, un fondo por primera vez de titanio y un cristal abombado. Y el Rolex Deepsea Challenge desarrollado en 2012 para la expedición de James Cameron a las fosas de las Marianas, que demostró aguantar perfectamente a 10,908 metros aunque sus límites estaban probados a 12,000 metros.

Rolex y su rey del abismo
Rolex y su rey del abismo

El Sea-Dweller de 2017 que celebra 50 años de continua investigación y desarrollo estrena formato a 43 mm y copila en un formato civil los últimos logros de la técnica Rolex, incluido por primera vez en un modelo profesional el avanzado calibre 3235. ¿Queda algo más abajo de las Marianas por descubrir?

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