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La relojería mecánica suiza aún convalecía de la casi mortal crisis del cuarzo de los años 70 y 80 cuando Franck Muller le administró una carga de oxígeno puro cuyos efectos revitalizadores se sienten hasta hoy. Desde la primera pieza que creó para su firma homónima en 1992, Muller dejó clara su intención de desafiar los cánones de una industria cuyo primer mandamiento era: “Amarás la tradición sobre todas las cosas”, y el segundo: “No cometerás innovaciones impuras”.
Tan impuras como utilizar una extrovertida caja de forma tonneau curvada —la Cintrée Curvex exclusiva de esta marca— cuando lo políticamente correcto eran las cajas redondas y sutiles, o como diseñar unos números arábigos enormes en colores llamativos, al igual que las esferas y las correas, o como decorar sus relojes femeninos y masculinos con abundantes diamantes y piedras preciosas multitonos, o como desarrollar texturas que imitan la piel de una cobra, la ficticia kriptonita o la superficie de una pelota de golf.
“Cuando comencé en este negocio, los relojes se veían muy anticuados”, dijo Muller (en la foto de arriba) en una entrevista con el sitio de internet Luxuo. “Los números arábigos grandes fueron bastante naturales para mí porque quería mejorar la legibilidad. Utilicé colores porque nuestro mundo no es blanco y negro, y añadí formas redondas porque un reloj debe ser cómodo además de visualmente armonioso”.
Muller fue el primer independiente que explotó la emoción en la relojería artesanal de alta gama desde la periferia de las grandes casas centenarias. Igual de importante es que, con su socio Vartan Sirmakes, fue el primero en tener éxito, con lo que mostró el camino a la camada de jóvenes marcas indie que han tonificado los músculos del oficio, desde Richard Mille hasta Ressence, pasando por MB&F y Urwerk.
La firma produce 50 mil relojes al año y tiene unos 370 empleados en Watchland, una finca con vistas al Lago Lemán y el Mont Blanc que está en Genthod, Suiza. En el lugar hay una mansión neogótica de 1902 que ha sido restaurada y talleres dedicados a la fabricación, decorado y montaje de los componentes de los mecanismos. Este año se construirán dos edificios para agregar un área de trabajo de 16 mil metros cuadrados. Cuenta con manufacturas en otros lugares de Suiza, donde hacen las cajas y las esferas que después son llevadas a Watchland.
A pesar del aumento en la producción, la marca procura limitar el número de ejemplares de cada reloj para mantener el carácter exclusivo. A esto ayuda la hiperactividad creativa del equipo de diseño, capaz de declinar referencias a un ritmo sólo comparable al de Hublot, con cambios de colores, materiales y un sinfín de detalles, al grado de que existen 448 opciones para 2017.
Pero no sólo es declinar por declinar, sino que desde el principio Franck Muller ha sido un indagador y prescriptor de tendencias. En sus creaciones se puede rastrear la evolución estética más radical de la relojería en los últimos 25 años, con propuestas que más de una firma ha adaptado a su lenguaje y otras tan off-establishment que sólo esta marca ha sido capaz de poner en el mercado.
Lo mismo puede decirse de sus desarrollos mecánicos, sin los que no habría alcanzado la reputación que tiene. Muller, hijo de madre italiana y padre suizo, es considerado un relojero prodigio desde sus épocas de estudiante.
“Empecé a restaurar relojes para casas de subastas y coleccionistas de todo el mundo”, dijo a la revista CEO Middle East. “No tardé mucho en labrarme una reputación, pues la gente sólo me quería a mí para trabajar en sus piezas. En ese punto comencé a crear relojes con mi nombre. Siempre fue una decisión clara, porque desde el principio había querido hacer cosas que me resultaran muy personales”.
Una prueba palpable de su brillantez es que participó en la restauración de más de 80 relojes de bolsillo complicados del Museo Patek Philippe.
También puso de moda el tourbillon al frente del reloj, en la posición de las seis horas, y muchas de sus primicias mundiales están relacionadas con ese dispositivo y su combinación con otras complicaciones. En 1986 presentó un tourbillon con horas saltantes, seguido por un tourbillon con repetición de minutos en 1987 y un tourbillon con calendario perpetuo y repetición de minutos en 1989. En esa época, previa a la fundación de su marca, sólo hacía tres o cuatro piezas al año.
De su autoría es el primer tourbillon triaxial de la historia. Llamado Revolution 3, corrige la influencia de las fuerzas gravitacionales en todas las posiciones y no solo en la posición vertical, como los tourbillones normales. Después le añadió calendario perpetuo en el Evolution 3.1.
En 2011, creó el tourbillon más grande del mundo para un reloj de pulsera, el Gigatourbillon, cuya jaula mide 20 milímetros de diámetro, el doble de lo normal. Y un año después el tourbillon más rápido del mundo, el Thunderbolt, que completa una rotación cada cinco segundos (lo habitual son 60 segundos).
A todo lo anterior hay que sumar el Aeternitas Mega 4 (en la foto de arriba), nada menos que el reloj de pulsera más complicado que se conozca, con 36 complicaciones. Sin olvidar el Crazy Hours (en la foto de abajo) de 2003, un testimonio de su filosofía de romper las reglas: los números en la esfera aparecen en total desorden, pero la medición del tiempo es correcta gracias a su mecanismo de horas saltantes.
“Tenía y tengo una sola motivación: continuar con el trabajo de muchos maestros relojeros que hicieron historia con la creación de nuevos mecanismos, los cuales muchas veces fueron los primeros en incluir una función en particular”, declaró Muller en el sitio Jckonline.
En 2017, el reto para Muller y su marca sigue vivo en el modelo esqueletado Gravity Skeleton, con una estructura 3D donde el tourbillon tradicional ha sido convertido en un círculo elíptico de 21.2 milímetros de diámetro con volante excéntrico y los puentes tienen forma cóncava y convexa. Se añade un toque de color en las partes de aluminio anodizado (la jaula del tourbillon y las manecillas), que se pueden adaptar a un amplio rango de tonalidades a pedido del cliente.
A este lanzamiento se suman, entre otros, un reloj esqueleto Vanguard con caja hecha de zafiro; la nueva colección Vanguard Slim (en la foto de abajo), con un mecanismo que sólo mide 2.60 milímetros de grosor; y el Vanguard Fullback, la primera edición limitada de la firma dedicada al mundo de la aviación.
Hay bastantes indicios para concluir que la relojería actual no sería lo mismo sin Franck Muller, el hombre y la marca. Quizá el secreto es que para él, forma y fondo nunca han estado enfrentados, sino que forzarlos al máximo y en paralelo le ha servido para conseguir sus fines.
“La realidad del lujo es que no necesitas entender las cosas en un nivel muy técnico para querer poseerlas”, afirmó en otra entrevista. “Lo que compras es el sueño, la imagen y la magia, más que la tecnicidad. De hecho, el primer objetivo de la tecnicidad es respaldar la reputación de tu marca”.