La velocidad es el término que mejor describe la evolución industrial de la sociedad moderna. La producción en cadena, el crecimiento de las urbes, la expansión de los medios de transporte o la popularización de la relojería, por nombrar algunos acontecimientos de finales del siglo XIX, tuvieron su razón de ser en el deseo de las naciones por perfeccionar su rendimiento industrial y comercial, algo que sólo es posible al acortar los tiempos de fabricación.
Este anhelo de velocidad explica el cortísimo tiempo transcurrido desde la invención de los primeros coches (Daimler, en 1886) hasta la aparición de la primera carrera. Los libros de historia nos enseñan que ésta tuvo lugar el 22 de julio de 1894. Veintiún coches partieron a las ocho de la mañana del bulevar Maillot de París para recorrer 126 kilómetros hasta la ciudad de Rouen. De aquella primera carrera, completada en un tiempo de 14 horas, quedaron dos hechos para la posteridad: el éxito del sistema de explosión ideado por Daimler, que fue la base de todos los motores de gasolina construidos a partir de entonces, y el papel fundamental que tendría la relojería en este espectáculo de masas recién nacido.
La rápida mejora de la tecnología de combustión en la frontera de los siglos XIX y XX permitió aumentar la velocidad de los autos de forma increíble. El Daimler de 1886 podía ir a 16 kilómetros por hora; el Renault Voiturette de 1898 llegaba a los 32 kilómetros por hora, y el Darracq de 1905 ya era capaz de superar los 190 kilómetros por hora. Las carreras ganaban popularidad y los competidores necesitaban relojes más precisos para controlar sus tiempos.
Esta vía de comercialización hizo que la demanda de cronógrafos se incrementara de manera exponencial. Según la revista Watch Around, el total de cronógrafos suizos exportados en 1885 ascendía a 75 unidades, mientras que para 1920, alcanzaba la cifra de 42,342.
El crecimiento de la producción permitió el desarrollo de instrumentos para los pilotos. Alfred Dunhill creó en 1903 el primer reloj para tablero de mando de un auto. Pronto lo siguieron firmas como Heuer, Breitling, LeCoultre y Lugrin, conocida después como Lémania. De manera paralela se fabricaban relojes cada vez más precisos. Fue el caso de Heuer y su Mikrograph, de 1916, capaz de medir carreras con una precisión de una centésima de segundo.
En las décadas siguientes, relojería y automovilismo vivieron en perfecta simbiosis. Un ejemplo es el de Sir Malcolm Campbell, quien en 1935 rebasó la barrera de las 300 millas por hora en su bólido Bluebird con un Rolex Oyster en la muñeca.
En 1950 la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) fundó el campeonato de Fórmula 1 para constructores, el paso definitivo para hacer de las carreras un acontecimiento de escala mundial. Entre otras cosas, la Fórmula 1 cambió la percepción que los espectadores tenían de los pilotos. A nombres como Juan Manuel Fangio o Alberto Ascari, que aún arrastraban la imagen del piloto como héroe clásico, siguió una oleada de jovenes conductores más accesible para el público general y, por lo tanto, susceptibles de ser admirados e imitados.
En 1963 se presentaron dos relojes emblemáticos. Uno era el Cosmograph Daytona de Rolex, llamado así por el Daytona International Speedway de Florida. El otro era el Carrera de Heuer. En este caso, a Jack Heuer, bisnieto del fundador de la marca, le gustó dicha palabra en español, que daba nombre a la Carrera Panamericana de México.
La propia Heuer se convertiría en la primera casa relojera cuyo logo apareció en el traje de un piloto de Fórmula 1. El elegido fue el suizo Jo Siffert, quien sirvió de inspiración para el personaje interpretado por Steve McQueen en la película Le Mans (1971). Fue en esta época cuando la industria relojera presentó una de sus innovaciones más importantes: los cronógrafos de carga automática. Se lanzaron los mecanismos de Heuer, Buren y Breitling, por un lado, Zenith, por otro, y Seiko desde el lejano oriente.
Los años 70 marcaron un giro en la relación de la relojería con las carreras. Las necesidades de cronometraje evolucionaron más rápido que la industria relojera. La precisión superó los límites de los movimientos mecánicos y se impuso la electrónica.
Heuer vivió intensamente ese cambio. En 1970 presentó su Centigraph, sistema capaz de medir con precisión de una milésima de segundo, además de informar de los tiempos individuales de cada piloto, tiempos parciales por vuelta y tiempo total de carrera. Ferrari llegó a un acuerdo para tener el sistema en su circuito de Fiorano. Como la escudería italiana no quiso pagar la instalación, el acuerdo fue que el logo de Heuer luciera en los monoplazas del Cavallino Rampante. Ese trato duró hasta 1979.
La evolución de la Fórmula 1 a principios de los años 80 contrastaba con la crisis de la relojería tradicional por la irrupción del cuarzo. Para las marcas suizas, la Fórmula 1 dejó de ser un campo de trabajo para transformarse en un medio publicitario.
Los patrocinios de firmas relojeras se volvieron algo común en el automovilismo y entre los pilotos. Una de las asociaciones más celebradas ha sido la que TAG Heuer mantuvo con el fallecido Ayrton Senna. En 1995, coincidiendo con el inicio de su patrocinio de Ferrari, Omega anunció un acuerdo de colaboración con Michael Schumacher (en 2012, el alemán fue nombrado embajador de Audemars Piguet).
Pero no sólo de Fórmula 1 vive la relojería, que en el siglo XXI ha extendido su presencia a otras categorías y eventos, además de que algunas casas han establecido alianzas con prestigiosos fabricantes de autos. La lista es inmensa, pero se puede destacar la relación de Rolex con las 24 horas de Daytona, las 24 horas de Le Mans, el propio Endurance World Championship (EWC), el Pebble Beach Concours d’Elegance y la Rolex Monterey Motorsports Reunion. Además de asociarse con el equipo Porsche Motorsport que participará en las Seis Horas de México del EWC, Chopard es, desde 1988, patrocinador y cronometrador oficial del rally clásico Mille Miglia y del Grand Prix de Monaco Historique (desde 2002).
Richard Mille, IWC, Bell & Ross, Oris y TAG Heuer patrocinan escuderías de la Fórmula 1. La colección Breitling for Bentley suma casi 20 modelos. Parmigiani reformuló la mecánica en un reloj hecho como el motor de un Bugatti. Blancpain ha llevado su pasión por los Lamborghini hasta el límite. Zenith, Frédérique Constant, Graham, Ball, Eberhard, Baume et Mercier, Porsche Design... Todas ellas, de una forma u otra, rinden homenaje a la pasión por la velocidad. Por cierto, no hay que olvidar a Hublot y su ambiciosa alianza con Ferrari, que sigue siendo la joya de la corona.