Rennes, Francia.

Perpetuadas por el Humano o por la Naturaleza, el mundo está lleno de tragedias impredecibles. Los recientes sismos que azotaron nuestro país, y la masacre de Las Vegas, lo confirman. Pero aún en la espontaneidad y efervescencia de emociones, actuamos conforme al conjunto de aprendizajes que tenemos: la psicología cognitiva así lo ha demostrado. De ahí la importancia de entrenarnos para la tragedia, por grotesco que parezca sonar. Y de hacerlo en los sitios creados para aprender: las escuelas.

En nuestro país, por supuesto que ya contamos con instrumentos, a través de las estrategias de Protección Civil, que incluyen desde lineamientos hasta reglamentos y capacitaciones. Sin embargo, tenemos deficiencias grandes a las que no se les está prestando la suficiente atención.

Un claro indicio son los simulacros para sismos que realizamos en las escuelas. Es muy común que dichas prácticas no se tomen con seriedad; que evacuemos los salones con lentitud, sin tener muy claro hacia dónde dirigirnos y qué postura adoptar, o que las lleguemos a ver incluso como un tiempo de recreación. Los simulacros para conmemorar el sismo de 1985 de la Ciudad de México, o el de 2003 en Colima, son los que más se prestan para dichas circunstancias: en lugar de que los manejemos con maestría, los llevamos a cabo como un ritual mecanizado más.

El pasado 19 de septiembre, unas horas antes del sismo, así lo documentó el Huffington Post en varios sitios de la Ciudad de México. Por otra parte, los simulacros espontáneos no son mucho mejores, ya que es común que cada quien actúe como el momento le dé a entender, y no se haga después una socialización de lo correcto e incorrecto. Y si se hace, es muy somera.

Pero además de los simulacros, hay un foco rojo en la distribución del mobiliario y mochilas al interior de los salones de clases. Es fácil tener la noción de que un grupo de alumnos corre mucho riesgo si sus mochilas estorban los pasillos o sus pies, pero lo que no resulta tan sencillo es llevarlo a la práctica, debido a que tiene que volverse un hábito en el que el maestro debe ser muy enfático día con día. Y el factor de las mochilas no sólo puede salvarnos en los sismos, sino también en incendios y cualquier otra situación que requiera de nuestra evacuación.

Me resulta extraño que en el debate de la reconstrucción en México, poco se esté hablando sobre este tema. Preferimos discutir las cifras duras y visibles, como cuánto dinero se tendrá que invertir en nueva infraestructura, y cómo tiene que ser. Pero la cultura de la prevención se deja de lado por ser intangible y silenciosa, aun cuando es una de las armas más poderosas para salvar vidas en ésta y cualquier otra materia, como la medicina, o el derecho.

Ahora que la Reforma y el Nuevo Modelo Educativo hacen como uno de sus principales ejes la Autonomía Escolar, una buena medida sería incitar a que cada escuela identifique cuáles son los riesgos más potenciales que la rodean de acuerdo a su ubicación, y que diseñe una estrategia supervisada para actuar conforme a ellos. Ya contamos con los recursos etiquetados para estas medidas; hagamos las transferencias y correcciones necesarias para hacerlos dar buenos resultados.

Tras los sismos, somos un pueblo que ha demostrado tener el coraje, unidad y solidaridad suficiente para mirar hacia adelante en los tiempos difíciles. Mantengamos dichas características desde antes que la adversidad llegue, con la organización para prevenirnos, que es también otra forma de ayudarnos.

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