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Apenas se le ve el rostro. Unos enormes lentes obscuros y una bufanda que cubre su cuello y parte de la boca, ocultan lo que hay debajo.
Hace cinco años su esposo la quemó con ácido y hoy sigue en busca de justicia, pero no solo para ella, sino para cientos de mujeres que son brutalmente violentadas por sus parejas a diario.
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Sonó su celular y los nervios la invadieron. “Si no vas a estar conmigo no vas a estar con nadie. Esa carita que tienes te la vamos a quitar. Te tenemos una sorpresa, una sorpresa bien bonita”, era la voz de su esposo en tono de burla y con risas. “Me imaginé todo: tijeras, pistola, navaja, pero jamás imaginé ácido”, me cuenta.
Lo conoció a los 17 años mientras viajaba en un taxi. Tenía, entonces, una bebé que había nacido unos meses atrás. “Me pareció encantador. Es 20 años más grande que yo, pero me enamoró en ese viaje. Desde ahí nos empezamos a escribir y salir. A los pocos meses ya vivía con él. Fue una situación extraña: él tenía a otra mujer con una niña, pero todos vivíamos bajo el mismo techo y yo ya estaba embarazada de él. De alguna manera, yo era como la sirvienta”, relata.
La violencia no tardó en empezar, y se volvió cotidiana en la relación. “Una vez terminé en el hospital porque me enterró cuatro veces un picahielos. En el hospital me decía el doctor que podía denunciar, que no tuviera miedo. ¿Cómo no iba a tener miedo si ya había denunciado tres veces antes y no había pasado nada? Era mejor que creyeran que me había caído y picado con una barda”, narra.
Al poco tiempo tuvo el valor de dejar a su pareja, pero su decisión rápidamente cambió, pues él se robó a sus hijas y ella tuvo que ceder a sus condiciones para volverlas a ver.
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Desde que se despertó sabía que ese día tenía algo diferente. Casi podía adivinar que algo iba a pasar. Un sentimiento extraño que terminó tan pronto recibió la llamada que cambiaría su vida para siempre.
“Estaba yo sentada en mi cama con el celular en la mano cuando entró con una charola. No la vi venir, jamás me imaginé que eso me iba a pasar a mí. Me lo aventó en el rostro y sentí como se quemaba toda mi cara, mis manos, y toda mi ropa. El celular se empezó a derretir en mis manos y lo tuve que soltar. La ropa se pegaba a mi cuerpo y las capas de mi piel se me iban quemando”, describe con los ojos llorosos.
No supo qué hacer. Empezó a gritar que la ayudaran sin saber qué estaba pasando. Ya en el hospital la pesadilla siguió. Los doctores, desconcertados, la metieron en un cuarto y con una manguera de presión alta tratan de quitarle el ácido que iba comiendo las capas de su piel. Pensaron que ya habían quitado la sustancia cáustica y la envolvieron con vendas y gasas, sin saber que el agua no era suficiente y el ácido seguía penetrando su cuerpo.
Han pasado cinco años desde ese día. Son más de 50 cirugías las que Carmen ha vivido para tratar de reconstruir su físico. Fueron tres denuncias las que hizo antes de que esto pasara. Tres gritos de ayuda que pudieron haber prevenido lo ocurrido.
Como si lo vivido no fuera suficiente, enfrentó la ineficiencia y corrupción del sistema de justicia penal. Cinco años de suplicar ayuda y justicia, y no ha podido encontrarla. Su agresor sigue libre e impune. Su caso está extraviado en la montaña de expedientes olvidados e inconcluso. El dinero no alcanzó para seguir luchando para encontrar la justicia.
Hoy Carmen encontró apoyo en uno de los despachos legales más importantes del país, Nassar Nassar Abogados. Pero no es suficiente. En el Congreso de la CDMX la diputada Alessandra Rojo De la Vega presentó una iniciativa para penalizar este delito con agravantes de perspectiva de género. Una iniciativa que permite que estos casos puedan ser juzgados como intento de homicidio y no se queden solo en “lesiones”. El asunto debería estar en el resto de los congresos estatales. En el Senado, Josefina Vázquez Mota, Kenia López y Patricia Mercado preparan una iniciativa para proteger a estas mujeres que cada día son más.
Visibilizar a Carmen es visibilizar una realidad. Cinco años después del horror, una mujer que no se cansa de exigir justicia puede, con su ejemplo y entereza, ayudar a proteger a miles más que son víctimas de la violencia. No la dejemos sola.
Directora de Reinserta