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Cada quien hace lo que puede con lo que tiene. Como seres humanos tendemos a repetir patrones y adoptar conductas que nos son enseñadas a lo largo de nuestras vidas. Las experiencias, tanto buenas como malas, se vuelven herramientas de socialización para nosotros.
La maternidad en prisión es casi una situación invisible para las autoridades. El asunto sería parecido a lo que ocurre con el resto del sistema penitenciario, sin embargo, cuando hablamos de mujeres que son madres mientras están presas, debemos detenernos en el eslabón más débil de esa cadena: las niñas y niños.
Si las mujeres madres lo han sido en situaciones adversas, casi siempre violentas y de alta marginación, los menores que nacen y crecen entre rejas viven —o sobreviven— en circunstancias de múltiples carencias que les marcarán el resto de su vida. No pueden seguir inexistentes a los ojos de la sociedad. Visibilicemos la problemática. Van tres botones de muestra.
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Ana tiene una sentencia de más de 60 años por secuestro e intento de homicidio. El brutal asesinato de su hijo de dos años, que fue secuestrado y quemado vivo, fue el motor de venganza que la llevó a cometer los delitos. Hoy es mamá de una niña de cinco años.
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Cuando la conocí, Beatriz tenía 27 años y compurgaba una pena de 27 años por homicidio. Estaba en una celda de castigo, pues había quemado, dentro del penal, con un cigarro, a sus dos gemelos de dos años en todo el cuerpo.
¿Por qué las quemaste?, le pregunté en aquel entonces. “Porque no dejaban de llorar”, respondió. De inicio, no entendí. Segundos después, al ver su cuerpo, comprendí: estaba llena de quemaduras; a ella le hacían lo mismo desde que tiene uso de razón. Su “lógica” era “simple”: “si sabes que te van a quemar si lloras, mejor no vuelves a llorar”, me explicó.
Así entendió que debía “educar” a sus hijos.
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Laura es una mujer de origen centroamericano. Su historia de vida es trágica por donde la veamos. Compurga una sentencia de casi 70 años por ser cómplice en el homicidio de dos de sus hijas que, teniendo cuatro y dos años, fueron utilizadas sexualmente. Dentro de prisión se volvió a embarazar. Hoy es madre otra vez. Tiene una pequeña de tres años.
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Cuando hablamos de prisión, criminalidad femenina y reinserción social debemos ampliar la mirada. Tenemos que integrar en nuestras leyes y políticas públicas el bien superior del menor, y ocuparnos del trabajo en materia de salud mental con las mujeres que ejercen su derecho a la maternidad dentro de prisión.
¿Qué pasa cuando un menor es violentado en la cárcel? ¿Qué pasa si una mujer está acusada de matar a sus hijos y tiene más estando en prisión? ¿Qué pasa con un menor que llegó a la edad máxima para permanecer en prisión y a su mamá aún le falta tiempo de sentencia? ¿Quién ve por todos esos niños que se quedaron “desamparados” cuando su mamá fue detenida?
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Estas últimas semanas el DIF de la CDMX ha ingresado al reclusorio Femenil de Santa Martha a ver las condiciones de los menores —alrededor de 60— y sacar a aquellos que son violentados por sus mamás.
La Directora Ejecutiva de la Procuraduría de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes Lizzeth del Carmen Hernández, se ha dado a la tarea de salvaguardar el bienestar de los niños vulnerados, cumpliendo con la estipulado en la Ley de Ejecución Penal: ver por el bien superior de los menores.
El subsecretario del Sistema Penitenciario en la capital, Hazael Ruiz, que desde hace años se ha adentrado en la situación en que viven las mujeres, en especial aquellas que son mamás, y ha permitido el trabajo coordinado con organizaciones de la sociedad civil, ha dado la batalla desde su trinchera.
Las instituciones gubernamentales y no gubernamentales están haciendo lo que les toca, de manera transversal y coordinada para ver por el presente de las niñas y niños. Esperemos que también la directora de dicho reclusorio permita que los esfuerzos continúen. En el centro deben estar los menores. Es necesario visibilizarlos, para que sus historias no repitan las tragedias de sus mamás.
Dirctora de Reinserta