En México no se hace inteligencia dentro de las cárceles. El sistema busca combatir al crimen organizado y que las víctimas denunciantes de un delito obtengan justicia, pero una vez que alguien es detenido no se le da mayor seguimiento.
Si al imputado se le acusa por un delito, pero quizás cometió otro, las autoridades no indagan , no van más allá.
Tiene 21 años, le dicen La Tambito, por el tatuaje de un tambo utilizado para deshacer cuerpos, que porta en uno de sus brazos. En el dibujo se observa una persona tratando de salvar su vida mientras la deshacen en ácido. La “técnica” que plasmó en su piel, describe la forma en cómo ella, perteneciente a uno de los cárteles más poderosos del país, empezó a matar a los 11 años. Más de una década después, busca que su hija, de nueve años, haga lo mismo. Pertenecer a una de las organizaciones criminales más sangrientas de México, es su mayor orgullo.
Por increíble que resulte, aunque el lienzo de su cuerpo demuestra lo contrario, ella está libre de delitos graves y la libertad la espera.
“Mi grupo es todo. Es mi familia. Gracias a ellos voy a salir de cárcel y gracias a ellos tengo y soy todo lo que soy: una sicaria reconocida . No solo pagan los abogados para que yo salga de este lugar, se hacen cargo de mi mamá y mi hija”, relata desde una prisión federal, mientras me enseña otra tatuaje que porta: las iniciales del cártel al que pertenece.
Basta tener conocimientos básicos de criminología para, tras conversar con ella, saber que son pocos los delitos del código penal en los que no ha participado.
Su piel, dejando pocos lugares sin intervención, sin discriminar su cara y cuello, cuenta la historia de una mujer que desde que tenía 10 años fue cooptada por el narcotráfico y hecha sicaria del crimen organizado.
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Hablemos de las víctimas. La Tambito no se tentó el corazón . Deshacer cuerpos en ácido era su trabajo y asesinar bajo encargo, su forma de ganarse un lugar en lo que ella considera “un mundo de hombres”. Le pregunté a cuántas personas mató. La cifra me dejó anonadada.
En México hay miles de familias buscando a sus seres queridos. Las cifras de desaparecidos son de escándalo. En lo que va del 2018 se han registrado más de 16 mil homicidios dolosos. Para como va, un aumento del 17% con respecto al mismo periodo del año pasado, rebasará a 2017, como el más violento de la historia moderna de México.
Los desaparecidos están en otra lista: 37 mil 435. En la cárcel hay personas detenidas que saben dónde están, quiénes son y quién los mato.
¿Alguna vez las autoridades han trabajado contigo para identificar los cuerpos que en tu cártel han desaparecido?, le pregunto.
“Ni siquiera estoy acusada por homicidio. Los abogados ya me ayudaron, las autoridades no me pudieron comprobar nada”, me dice tranquila.
En un país agraviado y dolido, con decenas de miles de familias y colectivos buscando a sus desaparecidos, el panorama es tan desolador como la cruda realidad: miles de personas nunca van a encontrar la justicia que merecen por el asesinato y la desaparición de un ser querido.
Nuestro sistema de justicia penal esta rebasado. Predomina en él la corrupción e impunidad. Las autoridades rara vez investigan, casi nunca hacen inteligencia y, cuando la hacen, en las más de las veces, está mal hecha.
La inteligencia que debe llevarse a cabo dentro de las cárceles es, no solo necesaria, sino urgente para esclarecer un sinfín de delitos que se cometen y para entender la descomposición que se refleja en violencia en las calles e incluso en otras prisiones.
Como La Tambito, hay cientos de internos e internas que no solo saldrán libres por un proceso deficiente, sino que se llevarán consigo información, datos y nombres que podrían significar el inicio de la cicatrización de heridas que permanecen abiertas.