La semana pasada, Sabina Berman escribió aquí en EL UNIVERSAL su enojo con El Colegio Nacional, esa institución que se supone reúne a lo más granado de la intelectualidad mexicana, motivado porque hay muy pocas mujeres que forman parte de él. Y terminó proponiendo la creación de otro Colegio Nacional, pero esta vez solamente formado por mujeres, entre las que ella asegura que hay muchas tan o más talentosas que los varones que forman parte del actual.

Quiero decirle a Sabina lo siguiente: me parece que está viendo este asunto de manera equivocada, pues el tema no es el género de quienes forman parte de dicha institución, sino el daño que ésa y otras de su tipo le han hecho y le siguen haciendo a la cultura nacional.

Explico por qué: el venerable Colegio Nacional, lo mismo que todas las venerables academias que existen (de la Lengua, de la Historia, de Ciencias, Geografía, Ingeniería, etcétera), lo que hacen es imponer unos temas y unas maneras de pensarlos, estudiarlos, leerlos, escribirlos, pintarlos, construirlos. Y esto lo pueden hacer porque están conformadas por mafias, es decir, por grupos de personas que tienen afinidad ideológica y de criterios, que no solamente se recomiendan entre sí para ingresar, sino que impiden que sean considerados aquellos que piensan, escriben, pintan, construyen, hablan o hacen algo diferente, fuera de ese canon.

Por eso, no es extraño ver que las mismas personas son miembros de dos y hasta tres de esas instituciones, y que además forman parte de todos los comités y comisiones en los que se califica y premia a creadores e investigadores. Incluso en sistemas tan masivos como los nacionales de investigadores y creadores, una revisión de proyectos y nombres que se han apoyado permitiría ver que siempre pertenecen a una manera de hacer las cosas que es la impuesta por estos grupos.

De ello se han quejado ya muchos. El escritor José Vicente Anaya ha dicho que Octavio Paz le cerró la puerta a quienes tenían otra manera de hacer poesía y decretó quién era su heredero, un poeta que ha recibido premios y becas. Carlos Fuentes hizo lo mismo decidiendo qué novelistas de las nuevas generaciones tenían su bendición y cuáles ni siquiera existían. Eblén Macari lo ha señalado en la música y Avelina Lésper en la pintura. Otros lo han experimentado con sus películas que no se apoyan ni programan. Y en la arquitectura y la investigación en ciencias duras, nunca consigue pasar alguien que no sigue los pasos exactos de un reconocido.

De lo mucho que esto afecta a la cultura da fe lo que sucede hoy con nuestra literatura, periodismo y cine: todos hablan de lo mismo y lo hacen con idéntico enfoque y método, el impuesto por eso que el sociólogo Wright Mills llamó la élite del poder y que el pensador Pierre Bourdieu mostró cómo todo lo que hacen es para reproducirse.

El tema entonces es, querida Sabina, que hacer otra de estas instituciones sólo serviría para reproducir el criterio. Serán las mujeres de una cierta mafia las que decidirían qué otras mujeres pueden formar parte de ella y cuáles no, y eso con base en los criterios de sus fundadoras que se reproducirán una y otra vez. Y cuando otros se enojen (los jóvenes, los grupos étnicos, etcétera) querrán crear sus propios Colegios.

De por sí, habría que preguntarse por qué los creadores o científicos son más valorados que otros miembros de la sociedad, y por qué esa valoración se traduce en jugosos sueldos y no es sólo de carácter honorífico. Pero ellos no se lo cuestionan jamás, pues se sienten tocados por el dedo divino, y en su infinita arrogancia, creen además que son los más capacitados para decidir cómo deben ser las cosas.

En todo caso, lo que tú propones Sabina, es la reproducción del modelo, sólo ampliando a la élite del poder para que incluya a las mujeres, pero no ampliándolo a lo realmente importante, que es la verdadera diversidad cultural.

Escritora e investigadora en la
UNAM sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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