En días pasados se exhibió la nueva y muy exitosa película de Alfonso Cuarón en un espacio al aire libre en lo que era la residencia oficial de Los Pinos, hoy abierta al público como centro cultural. Según los organizadores, la Secretaría de Cultura del gobierno federal, casi tres mil personas asistieron a la función y se les obsequiaron palomitas y ponche.

Muy bien. Solo que habría que recordarle a las autoridades culturales que una exhibición de ese tipo no tiene que ver con un proyecto cultural, sino que es un espectáculo.

Esto por supuesto no está mal. Llevarle espectáculos a los ciudadanos es algo importante y de hecho se viene haciendo hace mucho tiempo y hace muchos gobiernos, en zócalos y plazas públicas de todo el país.

Pero lo que hay que tener claro es que no es lo mismo ofrecer un espectáculo que apoyar la cultura.

El espectáculo es el resultado del trabajo de alguien que sale a presentarlo ante el público. Un proyecto cultural significa una visión integral para apoyar y estimular la creación artística y literaria de muchas personas y grupos. Aquél consiste en llevarle a los ciudadanos películas, conciertos, exhibiciones y libros de los ya consagrados y éste consiste en darle oportunidad a nuestros creadores —famosos o no— de hacer literatura, música, teatro, danza, pintura y escultura, para recoger inquietudes e ideas y fomentar caminos que pueden o no resultar exitosos en el concepto actual de la fama, pero que son absolutamente necesarios para cimentar la creación de la cultura.

Por supuesto que en un mundo ideal, las dos cosas son importantes y necesarias. Pero en el mundo real en el que vivimos, las cosas no son así porque no existe presupuesto suficiente para ambas. Y lo grave es que se está eligiendo solamente la vía del espectáculo.

Doy un ejemplo reciente: en Michoacán, hace algunos meses, el gobierno del estado le pagó 13 y medio millones de pesos al cantante Maluma, para que se presentara un día en la plaza central de Morelia. Pero ese gobierno no le da un centavo (esto no es una expresión, sino una realidad absoluta) a ninguna de las instituciones culturales que se la están jugando día con día para crear cultura. Y eso se repite en Morelos, Hidalgo, la CDMX, aunque todos dicen en sus discursos que para acabar con la violencia hay que darle a los jóvenes acceso a la cultura y el deporte.

El tema entonces es que se debe tomar una decisión: la de apoyar la cultura y no solamente el espectáculo, es decir, llevar el cine, la música y los libros a millones de personas, pero también darle recursos a quienes apenas están componiendo una ópera, montando una obra de teatro o escribiendo poesía, que es lo que contruye la cultura de un país. Porque para que surjan un Paz, un Lavista, un Cuarón, es que muchos no conocidos construyeron los fundamentos sobre los que ellos se levantaron.

Sabemos que esto es difícil pues son muy escasos los recursos de que se dispone (nunca hemos tenido gobiernos que le den importancia a la cultura y el de hoy no es excepción). Y entendemos que la idea de cultura tiene que ir acorde con los propósitos del nuevo gobierno de acercarse a las comunidades y ofrecerles algo a los millones que nunca han tenido acceso a ella. Pero eso no significa abandonar a los demás, a los no pobres, a los que conciben la cultura como otro tipo de productos y servicios, ni significa tener que destruir lo que ya funciona. El trabajo que se ha hecho hasta hoy tanto por parte de la Secretaría (antes Conaculta) y sus representaciones estatales (es un área descentralizada que ha funcionado muy bien), como por el Fonca ha sido excelente. Sin duda se lo puede hacer mejor pero sin necesidad de echar para abajo todo el modelo. Y menos aun si eso es solo para promocionar el espéctaculo, lo que no es, ni remotamente, un modelo de apoyo y estímulo a la cultura.


Escritora e investigadora en la
UNAM

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