Sara Sefchovich

Más de la profecía que se cumple

15/04/2018 |01:11
Redacción El Universal
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Hablé la semana pasada en este espacio sobre cómo los discursos de Andrés Manuel López Obrador que dan por hecho que tales y tales grupos van a votar por él y hablan como si ya fuera presidente y ya estuviera gobernando tienen como objetivo hacer que los demás demos por hecho lo mismo, con lo cual generan situaciones que pueden terminar convirtiendo en realidad lo que profetizan.

Por razones de espacio, no pude completar la idea, que ahora retomo: y ella se refiere a que no es solamente el discurso lo que ayuda a que la profecía se convierta en realidad, son también las circunstancias concretas. Y con ello me refiero a dos cosas: por una parte, a la situación en que vive el país y que nos hace a los ciudadanos querernos agarrar de cualquier esperanza, y por otra, a los demás candidatos que participan en la contienda y frente a los cuales esa esperanza se derrumba día a día.

En el caso del señor Anaya, se trata de un joven con mucha energía pero sin ninguna experiencia en gobernar que pretende vendernos la idea de que la edad es suficiente argumento para suponer que él es lo que necesitamos en términos de modernidad e innovación, falsedad enorme porque juventud no es sinónimo de eso, pero de la que, sin embargo y paradójicamente, lo han convencido los viejos zorros que lo rodean y asesoran su campaña.

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El problema es que no ofrece ningún proyecto. Esto es evidente porque en todos sus discursos, declaraciones y publicidad, lo único que dice es que los gobiernos del PRI han sido corruptos, algo muy cierto sin duda y que ya sabemos, pero como si los gobiernos de otros partidos no lo hubieran sido. Basta recordar al gobierno de Fox y los hijos de su esposa y al PRD con el que ahora se alió, que ha sido el mejor discípulo de las peores prácticas priístas. Y, además, como si él no tuviera cola que le pisen, que sí tiene, pero pretende convencernos de que no es así y que acusarlo de ello es un montaje político.

Y mientras tanto pasa el tiempo y no hay de su parte nada de propuestas.

En el caso del señor Meade, joven también, no tiene tampoco experiencia en gobernar, aunque desde hace dos gobiernos haya tenido siempre nombramientos hechos por el presidente en turno, por igual panista que priísta, en asuntos muy diversos, en los cuales ha mostrado ser un administrador correcto y más bien técnico, pero no un político.

Y eso se nota en la campaña, por su incapacidad para hablarle de manera atractiva a los ciudadanos, como se requiere si alguien nos quiere convencer de votar por él. Pero además, y esto es lo peor, su discurso se reduce a defenderse y todo el tiempo retar a los otros candidatos a debatir, aunque quién sabe qué es lo que quiere debatir.

Meade representa la continuidad, lo cual tiene su lado bueno y su lado malo. El bueno es la estabilidad macroeconómica que hemos vivido durante muchos años, que es muy importante, aunque él no lo dice, como tampoco ha sacado provecho de los avances que sí se lograron con los gobiernos priístas, algo que muchos no quieren ver, pero es real.

El malo es la identificación de su persona con un partido que para los mexicanos representa la corrupción y la transa. Por eso hizo tanto esfuerzo por deslindarse de ese organismo, pero terminó teniendo que aceptar no sólo sus exigencias, sino el regreso de sus dinosaurios.

De modo, pues, que el candidato del discurso profético de “ya gané” y “ya estoy gobernando” no tiene competencia. Ninguno de los otros puede hacer esa profecía.

Lástima, sin embargo, que haya echado a correr el rumor de que si no gana es por fraude, pues ha costado demasiados millones de pesos y se ha incluido a demasiados millones de personas que cuidarán las elecciones como para pensar que eso pueda suceder. Pero, por si las moscas, de una vez lo dice, para que, si eso sucede (y por supuesto que puede suceder), sea otra profecía suya que se cumple.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com