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La semana pasada hablé en este espacio de dos concepciones de cultura que se han manifestado y enfrentado recientemente en nuestro país. Según una de ellas, el Estado no tiene por qué imponer contenidos ni decidir cuáles son mejores o peores. Su obligación es apoyar a todos aquellos que ofrecen proyectos y obras, cuidando por supuesto los principios que como sociedad hemos aceptado de respeto al prójimo. Según la otra, las cosas no deben ser así, porque a la cultura se le considera como algo sublime, que produce “la magia del conocimiento y el hechizo del arte”, y mucho de lo que está apoyando la Secretaría de Cultura federal no tiene que ver con esto.
En ese artículo, consideré que la primera definición es la correcta y que la segunda estaba equivocada. Lo sigo sosteniendo, aunque eso no quiere decir que no tengan razón quienes creen en la segunda definición y hoy están molestos, pero no por las razones que a ellos les molestaron, es decir, no porque se apoyó a un proyecto que despertó enojo, sino porque se le ha cortado el presupuesto a todas las demás manifestaciones de cultura y a todos los proyectos que ya existían, incluso algunos que cumplían con objetivos que la propia 4T se planteó, como es el de prevención del delito a través de hacer partícipes a los jóvenes en talleres literarios, artísticos y musicales.
Y es que dicha institución se ha dedicado a apoyar solo dos tipos de “cultura”: uno de ellos, el espectáculo masivo. El otro, la cultura de los así llamados “pueblos originarios”.
Respecto a lo primero, nadie puede negar que es importante llevarle espectáculos a los ciudadanos y de hecho eso se viene haciendo hace mucho tiempo y hace muchos gobiernos, en zócalos y plazas públicas de todo el país. Pero no es lo mismo ofrecer un espectáculo que apoyar la cultura. Un proyecto cultural significa una visión integral para estimular y promover la creación artística y literaria y para abrir caminos diversos para cimentar la cultura y dar apoyo a su creación.
Respecto a lo segundo, nadie puede negar que es importante apoyar a los pueblos originarios, pero eso no significa que su cultura sea la única que vale la pena y merece apoyo. Y sin embargo, eso se hace porque el Presidente ha dicho que “en mi concepción de cultura es lo que tiene que ver con los pueblos, y nunca los pueblos originarios, los integrantes de nuestras culturas, habían sido atendidos como ahora, nunca se había apoyado tanto la cultura como ahora.”
¿De cuándo acá el concepto de cultura de una persona es el que vale, así esa persona sea el Presidente? Pero con esa respuesta, se autorizó a la secretaria del ramo a considerar que basta con llevar películas a lugares públicos o decir que mandará traducir a las lenguas indígenas a los poetas reconocidos, pero la verdad es que no sabemos en qué consiste ese apoyo que dicen que les dan a los indígenas y en cambio sí vemos que se deja de lado todo y a todos los que hacen cultura y peor todavía, se ha permitido y hasta fomentado una campaña de desprestigio y agresión contra los intelectuales y artistas. Por eso la actriz y cantante Susana Zabaleta se arrepintió de su voto por Andrés Manuel López Obrador: “Tristemente sí me equivoqué. Perdón por mi estúpida esperanza y por pensar en un México que todos queríamos; lo sé, es decepcionante”.
Ese México de la esperanza debería ser uno en el que cabemos todos con nuestra diversidad y no uno en el que se pretende imponer el “no hay más ruta que la nuestra” que ya existió y fue nefasto. Pensar que todos los mexicanos tenemos que adorar lo que hacen y piensan los pueblos originarios es simplemente invertir las cosas de cómo venían siendo, lo cual, como bien dijo Marx, solamente las pone de cabeza, pero no las resuelve. Resolverlas es dejarnos ser y existir a todos y más todavía: darnos el apoyo que necesitamos para eso.
Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx