Sara Sefchovich

Carnitas y dominación

21/04/2019 |01:36
Redacción El Universal
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Según la senadora Jesusa Rodríguez, durante el sitio de Tenochtitlán se comieron por primera vez tacos de carnitas y por lo tanto, cada vez que se comen, se está celebrando la caída de la gran ciudad azteca.

Más allá de que la conexión entre una cosa y otra es insostenible, lo importante es señalar lo siguiente: lo que se come en cada lugar del mundo, es producto de lo que se puede producir o recoger en las zonas geográficas, dependiendo de su tierra, agua y clima, pero también de su cultura y avances tecnológicos en cada momento histórico (para sembrar y cosechar, para criar y matar peces y animales, para conservar y preparar los alimentos); pero es también producto de la interacción entre culturas, pues ningún pueblo (afortunadamente) está completamente aislado de los demás.

Dicha interacción puede haber sido por la buena o por la mala, es decir, por vecindad y sexualidad natural o por guerras y dominaciones. Pero en cualquiera de esas circunstancias, el resultado es una fusión de costumbres que incluye el tipo de alimentos que se consumen y su modo de prepararlos.

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Los españoles conquistaron a los pueblos que vivían en Mesoamérica. Ellos estaban acostumbrados a comer ciertos productos y los trajeron acá para seguirlos consumiendo, pero también incorporaron los alimentos que encontraron en estas tierras. Y los originarios hicieron lo mismo. Fue lo que hoy se llamaría un mestizaje, una fusión.

Pero más allá de que haya quien considere que comer carne (o azúcar o sal o papas o lácteos) es malo, la realidad es que a muchos pueblos eso les ayudó a sobrevivir, a estar más fuertes o a vivir más años. Y más allá de que haya quien considere que comer maíz es lo mejor, este también es parte de una industria mundial que se usa para alimento del ganado, almidón, endulzantes, aceites, emulsionantes, colorantes, combustible y otros productos no comestibles y su producción se lleva a cabo de manera industrializada y poco natural, afectando al medio ambiente y al producto mismo. Entonces, se podría decir que así como para alguien hace un daño terrible comer cerdo, para otros es terrible el daño que el maíz significa para el planeta y los seres vivos.

Hoy se ha puesto de moda decir que los modos de sembrar la tierra y preparar los alimentos de los pueblos originarios son mejores que los de las civilizaciones avanzadas. Por lo tanto, todo lo que los españoles trajeron (y hoy traen los occidentales en general) fue y es pésimo, mientras que todo lo de los originarios de esta zona era y es bueno. Lo mismo se dice de la medicina de ayer hecha en casa, como mejor que la de hoy que producen las transnacionales farmacéuticas, de los textiles y vestidos, de la organización familiar y comunitaria.

Y a partir de esta idea, se juzga (y denuncia) el pasado, usando para ello los conocimientos que se han adquirido y antes no existían, y se explica todo (inclusive la alimentación) como juego de intereses oscuros e imposiciones malévolas del poder.

Pero la realidad, como han señalado los estudiosos, es que las dietas y sus modificaciones tienen que ver con procesos sociales, con factores económicos, con cambios demográficos y culturales. Por eso no son estáticas y han tenido transformaciones constantes a lo largo de la historia, nacidas del cambio de las condiciones reales, de los significados simbólicos y emocionales que tienen los alimentos (y todos los productos, sean medicinales, para vestir, para trabajar o adornar), así como del intercambio de posibilidades, saberes y productos.

Esos cambios son inevitables, pero se dan de acuerdo con las necesidades y las realidades de la humanidad y no con nuestros deseos personales.

Pero además, y en todo caso, ya no se puede echar para atrás la rueda de la historia (aunque no nos guste lo que ella fue y es) ni se puede pretender volver a un ayer supuestamente idílico.

Escritora e investigadora en la UNAM