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Hace poco más de tres años escribí en este espacio de EL UNIVERSAL lo siguiente: “La costa esmeralda en Yucatán, es un paradisiaco corredor a la orilla del mar, en el que hay aves, ojos de agua dulce y una tupida vegetación de selva baja. Está bañada por las turquesas aguas del Golfo de México, que conforman un lienzo acuático de frescas y tranquilas aguas”. Esas palabras las encontré en un folleto publicitario del gobierno de la entidad y agregué que lo que esa publicidad no dice es que a lo largo de sus muchos kilómetros, la costa esmeralda es un basurero.
Los hermosos ojos de agua tienen montones de cascajo y en medio de ese horror viven los hermosos flamingos, la vegetación a la orilla de la carretera, las playas y el mar es tiradero de botellas, latas, bolsas de plástico, pañales y una amplia variedad de deshechos orgánicos.
La basura, lo sabemos, es uno de los grandes problemas en el mundo de hoy. Millones de toneladas flotan y se hunden en los océanos, mares y playas. En países como Perú, República Dominicana, India, la situación llega a ser francamente patética, como es el caso de la playa Versiva en Bombay, en la que ya no se ve la arena sino solamente la basura que la cubre por completo. Uno de esos activistas benditos que toman en sus manos las buenas causas de la humanidad, ha dicho que es la peor de entre las playas del mundo que ha visitado, que son muchísimas. Conmueve verlo a él y a otros voluntarios levantando la porquería con sus propias manos, en una tarea que parece inacabable porque el mar sigue arrojando mucha más todos los días.
Y es que el mar se ha convertido en el depositorio de los desechos del mundo. En redes sociales circulan videos de enormes máquinas sacando toneladas de basura que llega a las costas y fotografías de animales que mueren porque un pañal o una bolsa de plástico los asfixia, un popote se les atora o algún alimento los intoxica.
México es un caso extremo. A los mexicanos no parece importarles el medio ambiente y la limpieza de los sitios públicos les tiene sin cuidado. Por donde sea que pasan dejan su basura. Toman un refresco y abandonan la lata en donde sea, comen sus alimentos y dejan los envoltorios en el piso, van en el auto y echan por la ventana las cáscaras, paquetes vacíos y pañuelos desechables, dejan en cualquier lugar sus bolsas de basura.
El caso de Yucatán es terrible, porque nos han convencido de que se trata del único paraíso que queda en este país, libre incluso de delincuencia. Pero no es así. Por lo menos no con la basura. Los propios yucatecos que acostumbran veranear en esa zona la dejan en cualquier parte: en los caminos y calles, en las playas, en el mar.
El gobierno del estado, por su parte, aunque presume y anuncia sus bellezas turísticas, cobra los impuestos de las casas de lujo y manda a sus funcionarios a tianguis turísticos, no hace absolutamente nada ni para educar a la población (que es lo más importante) ni para recoger la basura.
Es urgente atender esto. Es urgente hacer campañas de concienciación para que los ciudadanos entiendan que tienen responsabilidad no solo consigo mismos y su diversión, sino también con los demás y con la naturaleza. Es urgente obligar a quienes dejan el cascajo de sus construcciones en cualquier parte (¡en los ojos de agua!) a quitarlo de allí. Es urgente poner contenedores para tirar la basura y enviar regularmente camiones que los vacíen. Y por supuesto, emprender periódicamente acciones de limpieza tanto en las playas como en los caminos.
Recientemente, al terminar el periodo vacacional de verano, las playas de Acapulco en Guerrero quedaron hechas verdaderos muladares. El municipio y grupos de ciudadanos voluntarios las limpiaron. Se trata de un modelo de acción que ya se está haciendo también en otros países y que se podría copiar. ¿Por qué no hacerlo?
Escritora e investigadora
en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com